viernes, 29 de enero de 2010

Salinger: la leyenda del escritor furtivo

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Con la muerte de Jerome David Salinger, desaparece no sólo un gran escritor, el autor de uno de los libros más aclamados y célebres de la historia de la literatura estadounidense, El guardián entre el centeno (1951), sino uno de los últimos creadores encerrados en su torre de marfil.
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La leyenda y la extravagancia han rodeado a este autor, nacido en Nueva York, el primero de enero de 1919, y lo ha acompañado hasta hoy mismo. Celoso de su intimidad hasta límites enfermizos, Salinger, de continuo se negó a ceder a las exigencias de una época marcada por la imagen y las entrevistas. Su obra es corta: la citada, más Nueve cuentos (1953), Franny y Zooey (1961) y Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour: una introducción (1963), pero su altura artística e influencia en las generaciones posteriores es inmensa.
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Sólo algo más de una década de publicar, pero ¿qué era de Salinger antes de ese debut; qué fue de él tras publicar su último libro? Hasta El guardián entre el centeno, este escritor hijo de comerciantes judíos se orientó hacia el ambiente militar, estudiando en la Academia de Valley Forge, en Pensilvania. Pero ya de muy joven hizo sus primeros pinitos en el relato corto, colaborando con diversas revistas neoyorquinas: en los años cuarenta, vieron la luz varios de sus cuentos e incluso un par de capítulos de lo que sería su inmortal novela. En su cabeza, crecía la historia que protagoniza el adolescente Holden Caulfield mientras, como voluntario, participaba en la Segunda Guerra Mundial, nada menos que en el desembarco de Normandía.
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Tras la experiencia bélica, Salinger contrajo matrimonio con una médica francesa, pero la unión no duró mucho, y luego probó suerte de nuevo en 1955, con otra mujer de la que divorciaría doce años más tarde. Sólo era el comienzo de una relación con el otro sexo verdaderamente difícil, como el caso que sufriría en 1972, cuando una chica de dieciocho años subastó las cartas que Salinger le había escrito.
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Poco a poco, Salinger va desarrollando una personalidad contradictoria, que busca en el budismo una calma que él mismo, por sus reacciones públicas, está lejos de hallar. Su personaje más famoso es en cierta medida como él, un inadaptado social: Caulfield constituye la representación del hombre incomprendido, y más si cabe en su edad adolescente. Salinger parece él mismo un hombre de perpetua pubertad, hiperestésico, intratable incluso. Todo lo cual le lleva a decidir una especie de encerramiento propio. Abandona Manhattan y se traslada a una localidad de New Hampshire; no desea publicar nada más, como si su éxito hubiera extremado su inadaptación. Y entonces va creciendo la leyenda: Salinger está desaparecido, quiere borrarse del mapa, escapa de los ojos curiosos, de los flashes, de los periodistas; una actitud que sólo hace que aumentar la curiosidad de la gente. Ni siquiera permite ilustraciones en las portadas de sus libros.
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Así, si un atrevido pretende escribir su biografía –Iam Hamilton, J. D. Salinger: A writing life–, el autor le demanda. Algo que no prosperó, aunque el libro, merced a una orden judicial, no pudiera dar extractos literales de las cartas del biografiado. Incluso su hija Margaret quiso decir su opinión del genio cascarrabias en El guardián de los sueños (2000), donde se decían cosas verdaderamente íntimas y humillantes, de orden escatológico y sexual, sobre el escritor. Ahora, por fin, Salinger podrá descansar en paz.
Publicado en La Razón, 29-I-2010