Sostiene Antonio Tabucchi que estas nueve historias que ha reunido bajo una frase tomada de un fragmento presocrático atribuido a Critias, como se dice en el mismo epígrafe («Persiguiendo la sombra. El tiempo envejece deprisa»; traducción de Carlos Gumpert), están basadas en hechos reales. Sostiene Tabucchi que «existieron en la realidad», que fueron escuchadas y llevadas al papel a su manera. Yo, por mi parte, sostengo que el hecho de marcar esa traslación es baladí; creo que no afecta a apreciar la mayor o menor calidad de los cuentos. En su día, no importó que el protagonista de Sostiene Pereira (1994) fuera un hombre de carne y hueso (un exiliado portugués) al que el autor conoció en París, como contó en una nota a la décima edición de aquella maravillosa novela, luego convertida en película.
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Esa pulsión de carácter periodístico, esa tendencia a aludir a asuntos de carácter histórico, está también detrás de El tiempo envejece deprisa, lo que puede hacer el libro interesante, pues no en vano Tabucchi es uno de los escritores más comprometidos con la época política que le ha tocado vivir, pero en lo literario el resultado es, a mi juicio, muy irregular, y en ningún caso merecedor del caudal de elogios que ha obtenido en varios puntos de Europa. Pero vivimos en la hipérbole a las obras de todo autor de renombre, y los árboles no nos dejan ver el bosque.
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Sostenía la no importancia de la realidad de los hechos porque, en varios casos, los cuentos son sobre todo retóricos, se limitan a adentrarse en el interior del personaje para relatarnos su angustia íntima desde la cual vislumbrar su entorno enrarecido, como el enfermo y el hospital que aparecen en «Clof, clop, clofete, clopete» (título, honestamente, bien ridículo). Otras veces, el autor prueba formas más directas, como en «Nubes», donde se desarrolla un diálogo, del todo inverosímil, entre un militar muy culto que descansa en una playa y una niña impertinente que no para de hablar y que padece cierto problema psicológico. En alguna ocasión, el tono de crónica periodística se extrema, aunque con buen pulso narrativo, al relatar en «Entre generales» las vicisitudes de un joven soldado y lo que le ocurrió a final de su vida a raíz de la invasión de la URSS en Hungría.
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Con todo, a mi entender el relato más conseguido –por más condensado e insinuante– es «Los muertos a la mesa», en el que un anciano malencarado, en Berlín, recuerda tiempos antiguos (un buen ejercicio de estilo indirecto libre); textos como «Festival», sobre Alemania Occidental y asuntos de Estado, y «Bucarest no ha cambiado en absoluto» fatigan un poco por su propensión a las alusiones de un pasado político complejo, y los personajes en sí pasan a un segundo plano. Así, las virtudes que destacara Vargas Llosa de Sostiene Pereira –«la eficacia del estilo, su perfecta arquitectura, y la esencial economía de su exposición»– son difíciles de hallar en este libro, algo que este que escribe ha echado en falta también en otros libros del autor italiano, como si la historia del periodista viudo en tiempos de la dictadura de Salazar fuera el clímax irrepetible de un Tabucchi que, aquella vez, dio lo mejor de sí mismo como narrador, vaciándose de arte.
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Publicado en La Razón, 25-III-2010