viernes, 18 de junio de 2010

Entrevista capotiana a Antonio Rivero Taravillo



En 1972, el escritor estadounidense Truman Capote (1924-1984) publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el autor de A sangre fría se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Antonio Rivero Taravillo.
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Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Un fotograma de The Quiet Man en un Innisfree falso y de fábula.
¿Prefiere los animales a la gente?
Prefiero mi gata a muchos animales. Y a ciertas personas sobre la mayoría de la gente. Lógicamente, también prefiero mi gata a esos ruidosos que en este momento –sábado por la noche– ensucian y vandalizan la calle.
¿Es usted cruel?
Con estos últimos podría serlo. En general, supongo que a veces sí, pero nunca de manera consciente.
¿Tiene muchos amigos?
Muy pocos, y sin duda ha de ser por mi culpa. Por no haber dedicado suficiente tiempo al cultivo de la amistad.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
No busco amigos ni cualidades. Cuando llega la amistad, cosa muy agradable, aprecio la corriente de mutua simpatía y la franqueza.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Rara vez me decepciona alguien. Digamos que he aprendido a qué atenerme.
¿Es usted una persona sincera?
No, si la realidad estropea el arte. Aunque me doy cuenta de que al decir esto niego decir la verdad.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
No lo tengo. Pero, a veces, libero tiempo para estarme leyendo a solas lo que duran dos pintas de cerveza negra en la barra de un pub, haciendo caso omiso del fútbol en la pantalla y oyendo mi propia música (algo de Christy Moore o un strathspey) a través de los auriculares. No mucho tiempo, lo que uno tarda en leer dos páginas en esas condiciones. Suele suceder, sin embargo, que no haya chicas guapas alrededor que me distraigan. Entonces leo cuatro pintas y me bebo cien páginas.
¿Qué le da más miedo?
Una aguja hipodérmica.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
El sistema financiero internacional y las Bolsas, los usureros. También, y favorecido por eso, la globalización.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Arrepentirme.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
No, y debería. A veces, de niño, volaba. ¿Valen los sueños?
¿Sabe cocinar?
Tres cosas sencillas, que me saben bastante bien.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A un explorador de los más inhóspitos desiertos: Juan Eduardo Cirlot.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Hijo.
¿Y la más peligrosa?
Libertad. Es bonita y codiciable, pero suele ser sinónimo de grandes injusticias.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Naturalmente. Pero como casi todos los que no atestamos la cárcel, aún no lo he hecho.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Sería absolutamente imposible clasificarme. Ni siquiera me cuadra lo más obvio: políticamente incorrecto.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Un virtuoso. Quiero decir un gran intérprete del violín o la gaita irlandesa.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Algunos de los que se asoman a este cuestionario.
¿Y sus virtudes?
El tesón, el civismo, la independencia. La capacidad de escribir algunas buenas páginas popias y de reescribir, quizás aun mejor, otras ajenas.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Nunca en paz conmigo mismo, o bien maldita la hora en que aprendí a nadar, que me llevó a ponerme en riesgo; o, si fuera una caída fortuita –hombre al agua–, el no haber aprendido a nadar mejor.
T. M.