RENÉ DE CHATEAUBRIAND
Memorias de ultratumba
Memorias de ultratumba
En un café que frecuenta con un amigo y que recibe el apodo de El Insalubre, el yo lector medita acerca del que es, en cierta medida, el libro, la lectura de su vida. El joven, que ha titulado “Instinto de muerte” la reseña que preparó para el periódico sobre las Memorias de ultratumba (1848-1850, comenzadas en 1811) de Chateaubriand –acaso porque ese mismo instinto lo maniató durante muchos años, hasta que decidió seguir vivo–, toma nota sin cesar de las expresiones grandiosas que encuentra a cada instante; qué enamoramiento, qué delicadeza, qué humanidad, qué clase, qué melancolía. El sujeto narrativo de las Memorias, protagonista de una película lánguida y valiente, épica e intimista, se convierte en uno de esos amigos plenos de bondad –Marco Aurelio, Goethe por medio de Eckermann, Kafka con las palabras de Gustav Janouch– que te aconsejan cómo vivir en este valle de lágrimas...
Por entre sus viajes por Europa y América, su descripción del Imperio y de la Revolución, las muestras de su trato con nobles y plebeyos, se cuela de continuo su ampuloso tedio –“la vida me sienta mal; tal vez me vaya mejor la muerte”–, su exhibicionista circunspección, y la belleza de su prosa, la majestuosidad de su estilo, desarman a ese joven que, frente a la más interesante de las vidas que ha conocido impresas, deja que se reabran sus heridas perdonándose a sí mismo.