jueves, 10 de junio de 2010

Predicar en el desierto




En un libro que ahora publica la editorial Paréntesis, Diccionario de símbolos, el poeta Jesús Aguado advierte en uno de sus fabulosos textos: «Resucitar es un arte, quizás el más difícil de todos (...), una cualidad innata de la vida que pocos usan, quizás porque no saben cómo, que, resumiendo mucho, consiste en esto: ser capaces de transmutar las experiencias negativas en positivas». Y eso es lo que hace el protagonista de El arte de la resurrección, novela con la que Hernán Rivera Letelier (Talca, 1950) obtuvo el premio Alfaguara 2010.

Dicho protagonista lleva por nombre Domingo Zárate Vega, pero es conocido como el Cristo de Elqui: un predicador de tres al cuarto que sin embargo ha captado la atención de la muchedumbre pobre, crédula, fanática católica. Una memorable figura de ficción, un quijote en el desierto chileno que, en pos de promover la palabra de Dios y sus propios consejos para que la gente lleve una vida decente, busca a una Dulcinea tan beata como él, de nombre casi bíblico y apellido alusivo a hacer negocio con su carne, la prostituta Magalena Mercado. Los dos son dos artistas de la resurrección: murieron en parte, el uno tras la pérdida de su madre, lo que le llevó a sentir la palabra divina como consuelo; la otra cuando, tras una existencia de recibir abusos sexuales, transformó su desdicha en su medio para ganarse el pan. De lo negativo a lo positivo.

Basado en una persona real que Rivera Letelier conoció de niño de oídas en el desierto de Atacama, para este Cristo la religiosidad no excluye el fornicio, por lo que Magalena –comprometida además con los huelguistas de las minas que reclaman mejoras laborales y que «fía» a sus clientes hasta que cobren su salario– constituye la excusa ideal para buscar un último objetivo: abandonar su soledad de profeta para unirse en cuerpo y alma con esa mujer que, para el lector, también será un personaje inolvidable. Qué arte, en fin, el de Rivera Letelier, que usa un castellano riquísimo, ocurrente, de estilo deslumbrante; y qué obra tan tierna y divertida, qué gozo, en nuestra árida narrativa actual, hallar un modo de escribir que recuerda la maestría de aquellos autores hispanoamericanos que hicieron historia décadas atrás.

Publicado en La Razón, 10-VI-2010