Para el periodista de raza, el instinto por captar el entorno e informar de él luego se despierta con sus primeros contactos sociales. Un niño de ascendencia italiana, de padres que regentan una sastrería en Nueva Jersey, Gay Talese, observa detrás del mostrador de la tienda, que «era como un programa de entrevistas que se desarrollaba en torno a la afable actitud y las oportunas preguntas de mi madre», dice en «Orígenes de un escritor de no ficción». Ese hábito de escuchar con paciencia surge en aquellos años infantiles, y alcanza los últimos trabajos periodísticos de este escritor formado en The New York Times entre 1956 y 1965 y colaborador de revistas como The New Yorker y Esquire.
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El descubridor de Talese, por así decirlo, fue su colega Tom Wolfe, que tras leer el artículo de aquél sobre el boxeador Joe Louis, «le atribuyó públicamente el haberlo iniciado en una nueva forma de no ficción, forma que ponía al lector en estrecho contacto con personas y lugares reales mediante el fiel registro y empleo de diálogos, entornos, detalles personales íntimos» (pág. 265). Así, Wolfe llamó a lo que hacía Talese «Nuevo Periodismo», aunque el propio implicado, humilde, le reste tal dimensión innovadora y se limite a recordar esa suerte de teatro que presenció día a día en la tienda y que le llevaría a escribir sobre la vida de las personas vulgares y corrientes.
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En otra línea están estos Retratos y encuentros, conjunto fenomenal de textos de difícil catalogación que combinan la crónica sociológica, el rigor por los datos históricos y una subjetividad a la hora de perfilar personajes públicos que se acerca a la opinión generalizada aunque, eso sí, con un tono punzante y magnético, de calidad literaria sin ser literatura, de precisión periodística sin limitarse a ser información de reportaje. Así, «Nueva York, ciudad de cosas inadvertidas» disecciona mil y un detalles de la capital del mundo, «Frank Sinatra está resfriado» sigue al cantante por estudios de grabación, bares y casas, «Peter O’Toole en el viejo terruño» acompaña al actor a su natal Irlanda, «Alí en La Habana» cuenta la visita del ex boxeador a Fidel Castro... Me pregunto si Truman Capote se sentiría plagiado u orgulloso de que su «narrativa de no ficción» tuviera este discípulo cuyas páginas, sin pretender ser ficticas, enseñan la verdad de toda gran literatura: transmitir la sensación de verosimilitud.
Publicado en La Razón, 1-VII-2010