domingo, 1 de agosto de 2010

Tres días de 1998 en la pobre Florencia: 1

Día 1

Primer día de luz en la deseada Florencia. El mar de las calles arrastra a miles de turistas. Perezoso destino para el viajero, que busca el viaje interior de enfrentarse al arte, a la poesía.
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El Duomo, Santa Croce, el puente Vecchio, el río, y cuánta ignorancia arrinconando la materia gris: uno no sabe nada ni de la ciudad donde va siempre con la imaginación. A Florencia le falta invierno y soledad para estar con ella. Silencio ya tiene, y Sandro o su fantasma están esperando hasta mañana, cuando abran el museo Uffizi.
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Hoy ya ha entrado en la retina la iglesia de San Lorenzo, el Palacio Vecchio, la Galleria Uffizi, Neptuno en la Piazza Signoria; también El rapto de las sabinas, la copia del David de Miguel Ángel, el Battistero, mil rincones.
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Y el río. El río Fiume, dividiendo la ciudad en dos, partiéndola con agua, extenso y solitario, cubierto por puentes; río de Florencia y también de Dublín, Londres, Roma, Ámsterdam, San Sebastián. Todos los ríos el río; manantial universal el agua de las ciudades. Dante y Petrarca y Botticelli están en las esquinas y llego a ellas atento para descubrirlos, pero se esconden y se vuelven a su siglo. Ángel Crespo también se asoma por Florencia, ciudad para desdeñar su belleza descomunal, atravesándola sin prestar atención a los músculos de las estatuas, a las mujeres de las pinturas, al agua de las fuentes.
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Aquí no existe el viajero; sólo el turista que devora piedras y que mira un libro donde se desglosa la ciudad en una edición crítica con notas a pie de suelo. Florencia es amarilla, o de color crema, nunca negra o sinceramente gris, sí marrón y no melancólica, sino seria y elegante, como una dama decimonónica.
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1472. El nacimiento de Venus. Antes recordaba hasta sus medidas y ahora voy a verle la cara a Venus como si fuera una visita más y no el fuego desde niño; da miedo conocer, saber mucho; siempre esa temeridad cruza los estadios del sueño; miedo a andar por tener en la mente otra experiencia, archivada, tras haberla dejado crecer sola; la Venus de mi cabeza no es la Venus que veré mañana ni la que tendré el mes que viene; la miraré de distinta manera en mi casa y la sonreiré como el que lo ha perdido todo y siente la última de las felicidades: reconocer la belleza que siempre ha entendido, ha reconocido.

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Florencia, estallido de tempestad. Lluvia y granizo. Niños lanzando aviones de papel y yo con ropa seca. Las calles, ya visitadas, Plaza de San Marco, Plaza de la Anunziata, a punto de llegar al lugar de la Sinagoga. Italia es española en los rostros y, de forma frustrante, entregada a lo foráneo, y el David gritará más fotos no. Las calles están desiertas de vida, todo se encuentra cerrado hoy, día festivo. El viernes es largo para este paseo anciano que empieza a oscurecerse.

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Cierta embriaguez de vino y cansancio. Un expresso mínimo y la sensación de flotar en el instante, prólogo del alcohol amigable en el alma, que no en el estómago. Una trattoria verdaderamente autóctona en una parte solitaria. Ha hecho frío después de la tormenta de hielo, pero también un sol impetuoso. Mañana habrá un jardín laberíntico, pero no café, porque aquí sirven ridículas tazas a cambio de muchas liras.
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En el viaje, me acuerdo de los viajes a Salamanca y Nueva York, ciudad de la tristeza y ciudad de la alegría, síntesis melodramáticas de lo que antecedió a ambas huidas. No sé si el viaje sin huida no es viaje. Quizá es entretenimiento, investigación fría, condensación de la calma convertida en un desplazamiento. El viaje sin huida no es viaje del todo para el viajero que siempre ha huido, o mejor dicho, para el huidizo que siempre ha viajado. Huida, tristeza y calma son sentimientos tan intensos como azarosos. Viene uno u otro y no nos damos cuenta de que la huida se introduce en el deseo de cerrar el pasado, que la tristeza sólo necesita la calma para desmenuzarse como un nombre escrito rozando la orilla de la playa, que la calma llega para borrarlo todo y que ni siquiera se molesta en decirnos lo cerca de la muerte que estuvimos antes.