Día 3
Frescos y listos para callejear. Anoche el cansancio de Florencia después de los jardines y gotas de lluvia y las calles otra vez, el mismo recorrido de estos tres días hacia el hotel, y tras aplacar la extenuación, de vuelta al Pallazzio degli Uffizi, dos horas de espera, y dentro exhaustos de pies a cabeza menos los ojos, que han mirado a Tiziano, Ghirlandaio, Caravaggio, Botticelli.
Frescos y listos para callejear. Anoche el cansancio de Florencia después de los jardines y gotas de lluvia y las calles otra vez, el mismo recorrido de estos tres días hacia el hotel, y tras aplacar la extenuación, de vuelta al Pallazzio degli Uffizi, dos horas de espera, y dentro exhaustos de pies a cabeza menos los ojos, que han mirado a Tiziano, Ghirlandaio, Caravaggio, Botticelli.
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La sala de Botticelli, y el recorrido de lo abstracto en el cuerpo: la emoción metida en los músculos y en los latidos del corazón; hiperestesia tímida que disimula niñez contenida; la belleza es lo único eterno, podría pensar. Hace quinientos años, Sandro miró una gran tela blanca y se dijo: voy a pintar algo eterno, o quizá sólo se dejó llevar por su comprensión de la belleza, el amor a la Venus mitológica de un hombre del siglo XV, como comprendo yo hoy la belleza desde la Venus que pintó él. La belleza se recicla pero siempre es una, la misma, que se hereda o se revela (don poético), no la rosa de Ausonio ni de Garcilaso ni de Borges; la rosa es siempre rosa, como en Jorge Guillén, amante de esta ciudad donde conoció a su segunda mujer.
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El viajero recuerda todo esto y se siente una piedra en la selva, un punto de la línea infinita de los hombres, una nota de la melodía de cualquier tiempo.
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Y la noche en Florencia; restaurante italiano.
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Y Florencia oscura, con las cafeterías encendidas, calles mojadas y con luna, la iglesia de San Lorenzo sola y dormida. Y el sueño en el hotel llegando despacio hasta clausurar el día.