sábado, 16 de octubre de 2010

El centro de «Cántico»


Jorge Guillén fechó la escritura de Cántico entre 1919 y 1950, desde Tregastel, Bretaña, a Wellesley, Massachussets. La localidad francesa marca, pues, el inicio de su gran Libro, y también el de su primer amor, Germaine Cohen, pues allí y en ese año se conocieron, en la etapa en que el poeta era lector de español en la Sorbona. A su vez, la ciudad americana marca un fin, pues su adorada mujer moría de cáncer en 1947. Este es el marco a la hora de abordar la correspondencia de Guillén a Germaine, casi ochocientas cartas que llegan a 1935 y que reflejan amplios periodos en los que el vallisoletano tenía que permanecer en España, debido a su trabajo como profesor universitario, mientras Germaine estaba en París con sus hijos Teresa y Claudio.
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El amor descomunal y conmovedor que siente Guillén por su esposa va manteniéndose con honda entrega, y si bien se trata de documentos privados que en principio ni tendríamos que conocer, lo cierto es que es un placer leer el francés de Guillén, sus frases siempre elegantes, románticas, tiernísimas, y la traducción y notas de Margarita Ramírez, viuda de Claudio Guillén. Ésta esperó a que muriera la segunda esposa del escritor, Irene Mochi Sismondi (2004), para preparar la edición de unas cartas que hablan de amor en la distancia, y también de un mundo cultural maravilloso, el de la generación del 27, además de constituir una suerte de diario de cómo iba creciendo Cántico desde las primeras dudas acerca de la elección de su título.
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El libro sería dedicado a su madre y a Pedro Salinas, pero la energía y concentración de su escritura procede del amor a Germaine, de ahí que Guillén le diga que es el centro de Cántico. «El flujo de la vida es para mí, sobre todo, el flujo de las palabras», afirma el novio en junio de 1920. «Es la pareja quien constituye la unidad profunda», asegura un año después, preparando la boda. «No sé vivir sin ti», declara el esposo a inicios de 1925. De la palabra a la unión, de la unión al amor imperecedero: espiral como un canto, un clamor, un homenaje a estar vivo. El Guillén de Final (1981) escribirá que el amor verdadero justifica nuestro paso por la tierra, y esta correspondencia es el espejo de tal aserto: el reenamoramiento constante, y la amistad como vía de respeto y cariño: «No amo más que a mis amigos y a mi amor, sí, con continuidad, con fidelidad, con monotonía» (1929).
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Y entre esos amigos, claro está, Salinas, «delicioso, seguro, estable como siempre», García Lorca, «el primero de todos nosotros, hay que inclinarse», Dámaso Alonso, «formidable talento», y G. Diego, R. Alberti, J. Bergamín, M. Machado, J. R. Jiménez, a quien le compra papel de calidad para los ejemplares de lujo de Cántico... Una constelación de genios que, sin embargo, estaban en el lugar equivocado para crecer, pues «la soledad en que todo esfuerzo intelectual se desarrolla en España es total»; al joven Guillén le irritaba «la indiferencia de la gente hacia las cosas del espíritu» (pág. 246) y al mismo tiempo advierte que su personalidad literaria llegará lejos. Francia, Italia, Norteamérica acogerán su refinamiento, sencillez y carácter afable, y el Libro seguirá agrandándose. La pareja se exiliaría a Estados Unidos en 1938, dos años después del segundo Cántico. Fe de vida, de celebrar el amor, y a la muerte de Germaine sólo podrá sucederle un Clamor de tristeza y caos frente al «tiempo de historia».
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Publicado en La Razón, 14-X-2010