martes, 19 de octubre de 2010

Tiempos de Ikea y best-sellers

Cielo de Islandia desde Reikiavik

Me cuenta el poeta Jesús Aguado, tras su reciente viaje a Suecia, que hay en cartel un musical sobre el fundador de Ikea. El entertainment moderno ha logrado hacer arte escénico de los muebles de fácil montaje y de su impacto en la sociedad: acudir a uno de esos centros comerciales suecos es directamente añadir unos tercetos encadenados a los círculos infernales que pronunció Dante. La histeria de la prisa y la compra se refleja en empujones y miradas obsesivas: zombis escudriñando medidas y materiales.

Nuestro mundo literario también es un gran almacén de productos hechos para el rápido montaje intelectual: libros de trivialidades de género, de historias mil veces sabidas, escritas con esa misma prisa de laberinto de mall, de gran superficie comercial, de sótano de la memoria, estrangulado el buen gusto por tratar con respeto el lenguaje. En el territorio de la banalidad artística, de literatura escrita con estilo periodístico, ¿quién es el tuerto en el país de los ciegos, el semental en la cama de los estériles? Las editoriales son empresas que han perdido su partido frente a los teléfonos móviles y sus sucedáneos, y un vistazo a las librerías descorazona: cuántos libros que no necesito, se dice uno, parafraseando al filósofo ateniense que visitó un mercado.

Mi estupor, allende nuestras fronteras incluso, ante personas que de repente muestran su arsenal cultural citando con entusiasmo La catedral del mar o La sombra del viento, es absoluto y me deja sin aliento para responder. Nadie lee libros que merezcan ser releídos, y el best-seller de turno se convierte muchas veces en un producto de Hollywood que rentabiliza la difusión de un título mediante los primeros planos de la chica guapa del momento.

¿Cómo escapar a todo esto? El cielo y el mar tienen la respuesta.