jueves, 14 de octubre de 2010

Vargas Llosa: el patriarca de las letras hispanas

.
Juan Carlos Onetti, al que Mario Vargas Llosa dedicó una estupenda monografía hace dos años, dijo que el autor de La ciudad y los perros tenía una relación con la literatura de fidelidad conyugal, mientras que él la consideraba algo así como una amante. Se refería así al tesón con que Vargas Llosa encara cada uno de sus retos literarios, desde el artículo dominical hasta su novela más gruesa; con una constancia tan prodigiosa que parece de otro tiempo, de aquellos escritores en lengua castellana que armaron todo un extenso territorio artístico: un Cela, un Delibes, un García Márquez. Hoy, tras esas figuras ya muertas o inactivas, destaca Vargas Llosa como resistidor inigualable en el mundo de las letras. Una presencia que va más allá de la novelística y que toca lo político, lo periodístico y lo investigativo.

Ya en su momento Julio Cortázar ensalzó La casa verde y defendió la siguiente idea de Vargas Llosa que un crítico atacó: «La literatura no puede ser valorada por comparación con la realidad. Debe ser una realidad autónoma, que existe por sí misma». El argentino se identificaba con su colega en su predisposición hacia la obra independiente y el pensamiento social. «Un novelista es un intelectual creador», añadía, y qué mejor ejemplo que Vargas Llosa, atento a todo lo que le rodea y, a la vez, absorbido borgeanamente por su tarea no sólo como narrador, sino como lector y estudioso de la literatura, campo en que no tiene comparación con ningún otro escritor actual.

Nuestra opinión sobre su narrativa podrá diferir de cuantos estos días idolatran al hispano-peruano –por ejemplo, yo creo que jamás superó la perfección del relato Los cachorros (1967)–, pero es unánime la admiración por sus obras ensayísticas que tanto nos hicieron ver, sentir, comprender: Carta de batalla por Tirant lo Blanc, García Márquez. Historia de un deicidio, La orgía perpetua. Flaubert y Madame Bovary o el maravilloso La verdad de las mentiras –sobre la mejor narrativa del siglo XX–, son trabajos superiores, de profesionalidad erudita y estilo accesible a todos, tan didácticos como embelesadores.

El premio Nobel sorprendió al profesor Vargas Llosa preparando clases de un máster universitario. ¿De qué pasta está hecho este hombre para, a su edad, con su prestigio mundial y confort económico, se entregue con tan enérgico fervor a los grandes libros del pasado, releyéndolos, enseñándolos, como compartiendo algo que es sólo suyo –la lectura íntima– pero que pertenece a la humanidad entera? Me parece un bello y esperanzador misterio.
Publicado en La Razón, 14-X-2010