domingo, 10 de octubre de 2010

Stephen King: el Nobel del terror

Es el Corín Tellado de las historias de terror, el Lope de Vega de los relatos de escalofríos. Si un escritor puede ser valorado por el efecto psicológico y sensorial que produce en el lector, Stephen King (1947) habría obtenido el premio Nobel del horror sobrenatural hace mucho tiempo. Su nombre no aparecerá en los manuales de literatura americana ni se le brindarán honores académicos –aunque últimamente ha recibido algún reconocimiento de parte de la crítica, ante la indignación de muchos–, pero su gigantesca obra es una de las más importantes del mundo desde hace décadas: muchos comprarán libros de renombrados autores para sólo poseerlos, por si algún día encuentran el momento de hojearlos, o por la inercia de un interés social; el que compra libros de King lo hace para, llanamente, leerlos.

Un día, de su trayectoria se hará una película: hijo de padre que abandona a la familia, sensibilidad precoz para la ciencia ficción, vida en un remolque de joven y ya casado, alcoholismo y drogadicción hasta casi 1980, un primer e imprevisto éxito con Carrie, un accidente –un coche le atropelló– en 1999 del que arrastra secuelas, ganancias multimillonarias gracias a las adaptaciones de sus novelas: la propia Carrie, Misery, El resplandor, La milla verde... Y es que el cine y el cómic ha sido su gasolina para poner en marcha textos que, aunque parten de las estructuras mentales complejas de un Poe o un Lovecraft, son literatura popular en grado extremo. Quién no ha tenido cerca algún día una novela de King; uno mismo se recuerda de joven, pasando las páginas de La larga marcha (1979), donde un chico participa en una siniestra carrera que costará la vida a sus cien participantes, salvo al ganador. Quién no ha visto alguna película basada en una de sus historias: de la más sobrenatural, como La zona muerta (1983), hasta la más tierna, por así decirlo, como Cuenta conmigo (1986).

De ahí suelen partir las fantasías mortíferas de King: de una realidad tangible que acaba bifurcándose en un horripilante desarrollo. La semilla argumental es real y sencilla, pero entonces el narrador cruza el espejo y encapsula lo diario en algo demente y claustrofóbico. Cómo será el alma, el corazón de este hacedor de terrores. Jamás lo sabremos, pero hay algo orientativo al respecto en su libro Mientras escribo, que redactaba cuando sufrió el accidente. Ahí contó que trabajaba con música de AC/DC de fondo. Extravagante manera de hallar la concentración precisa para urdir tramas oscuras, podría pensarse, pero la creatividad disciplinada crece haya lo que haya alrededor.

Publicado en La Razón, 10-X-2010