lunes, 15 de noviembre de 2010

Entrevista capotiana a Israel Centeno (2000)



En 1972, el escritor estadounidense Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló “Autorretrato” (versión en español dentro de su libro Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el autor de A sangre fría se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente “entrevista capotiana”, con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Israel Centeno.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Buscaría uno de esos cabos de Nueva Inglaterra, una pequeña casa de cara al Atlántico, de vista a una rada con un faro cerca. Un refugio para sobrevivir a una hecatombe nuclear. Una ciudad como Londres o un pueblo como Banyoles. Pasaría el resto de la vida frente a una tarde de otoño viendo a los botes desplegar sus velas o en una fiesta nocturna en Hamtead Hill. Pero se trata de un lugar. De imponerme una prisión. Un pequeño reducto. La promesa que le hicieran a Aníbal Lecter en El Silencio de los Corderos me atrae. Una isla. Pero me embarga el desasosiego al pensar en un solo lugar cuando el mundo en sí ya es uno y pequeño.
¿Prefiere los animales a la gente?
Tengo una mascota, le he puesto el nombre de un mariscal alemán, he pasado nueve años con él; en términos generales la hemos pasado bien, dejados uno del otro, pero insidiosos en la compañía. Vivo entre gente, ellos me han puesto nombres y motes a mí y yo les he puesto nombres y motes a ellos, yo soy conceptualmente gente, los que me rodean también. Vivo en una ciudad llena de gente, gente que vive, en ocasiones, como animales. Mi ciudad no es singular, la gente suele vivir como animales en las ciudades. Podría asegurar que somos mejores animales en la ciudad que en la selva. Mis gustos son citadinos, me inclino por los hombres, mujeres, niños, perros, gatos, arañas y ratas del paisaje en el cual trato de procurar la armonía necesaria para cumplir con mi destino.
¿Es usted cruel?
Nunca le he hecho muecas a un niño dentro de un ascensor. Hay mañanas en las que me levanto con la saña metida entre ceja y ceja. Pero otras personas se han levantado con ímpetus similares. Si nos confrontamos, termino siendo víctima de la crueldad. Me imagino que la crueldad funciona con el poder. Dicen que el poder es perverso. No soy un tipo demasiado poderoso, por lo tanto mis posibilidades para alardear como emperador decadente del imperio romano son ínfimas. Estoy ganado invariablemente por el sentido cristiano de la culpa, por eso necesito alimentarla con actos que pueda reprocharme luego, actitud que se traduce en crueldad hacia mí mismo.
¿Tiene muchos amigos?
Definitivamente no. Me gustaría echar mano a los lugares comunes y decir que tengo tantos amigos como libros. Pero los tiempos que vivimos nos inhiben de cualquier salida feliz. Mis amigos han pasado por la vida como el paisaje visto desde la ventanilla de un tren. Decir que mis compañeros de ruta quedaron atrás es pretencioso, más valdría decir quiénes han tomado otros caminos. Hoy voy casi solo, con la nostalgia por los afectos perdidos, músicas comunes, tertulias y sueños. Voy casi solo pues en ocasiones encuentro a otros que coinciden conmigo, intercambiamos impresiones, nos miramos de hito en hito, buscando el detalle de la posible ruptura. Nuestra especie, la humana, es, por condición, paranoica. Pero no existiría el peligro de las agresiones sin cercanías entrañables. Realmente somos dilemáticos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Algo difícil. Compartir objetivos comunes. No una réplica de objetivos. Sintonías. Un envión que se proyecta tolerante, el ejercicio de la disidencia. Un tiempo atrás hubiese contestado que busco la complicidad, pero uno madura, o quiere creer que madura. Más que la complicidad busco el acuerdo, la buena conversación, frívola e inteligente, el afecto y el humor —incisivo, despiadado, compasivo—. Sobre todo y a pesar de todo la solidaridad concebida en los términos de estar juntos para nosotros y no en contra de alguien.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
La dinámica es recíproca, volvemos a las frases hechas, la vida es un toma y dame. No podría decir que me han decepcionado mis amigos sin reconocer que yo los he decepcionado a ellos. En ocasiones suceden así las cosas, no se puede ser leal por principio, ni admirar por condición. Uno debe estar siempre dispuesto a enriquecer las relaciones pero de igual manera debe evitar engañarse, las relaciones pierden peso, se empobrecen y sobre todo languidecen y quedan expuestas a la vida. La vida es retórica. Y existe la retórica de la seducción y la retórica del desengaño. La vida es ganancia y pérdida. Práctica ágil y confusa. Sí, dentro de este orden de ideas suelen desilusionarme los amigos en la medida en que suelen cautivarme. Todo se corresponde y lo sano sería buscar un punto de equilibrio donde seamos más flexibles en cuanto a las expectativas que nos hacemos de las personas a las que llegamos a querer.
¿Es usted una persona sincera?
No. Un narrador, al igual que un político, necesita el uso de las máscaras. Soy sincero con cada una de las máscaras. Trato de poner un mínimo de sinceridad en mi trabajo. Me digo: coño, lo estoy haciendo mal, no es honesto el capítulo que escribo, debo mejorar la prosa. Pero me engaño y engaño a los demás con frecuencia. Creo que voy a tener el buen libro, el definitivo, que voy a manejar el argumento y la prosa. Entonces soy sincero, pero superficialmente sincero, es como cuando te enamoras y dices, te voy a querer para siempre, voy envejecer al lado tuyo, nunca te engañaré; es vana la sinceridad en ese momento, nadie sabe si a futuro perderá peso la afirmación. La sientes y la dices, pero no hay más garantía que la promesa, la referencia inmediata. Aún así me gusta pensar que puedo ser honesto en una o dos cosas. Que puedo ser coherente a pesar estar inmerso en diversas contradicciones. Y sobre todo, pensar que puedo ser leal. Sin embargo, creo que siempre este asunto será una carta de intención. Lo demás se lo dejo al sino.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Soy perezoso y he adquirido una patología que me ha circunscrito: las cosas que me gustan me causan una ansiedad infinita. Pudiera decir que me gustaría nadar permanentemente, estar en una piscina cálida: mas no lo hago, me quedo en el ensueño, igual pasa cuando creo que debería subir más al cerro, vivo en una ciudad que tiene una portentosa montaña, un lugar de bosques tropicales y páramos. El Ávila es la montaña más bella del mundo, no quiero decir que no existan otras montañas más bellas del mundo, pero para mí, el Ávila es un lugar que se ha esculpido armoniosamente. Me gustaría subir al cerro, me gustaría escuchar música o ir al cine, mojar mis tobillos en una bella playa. Pero me paralizo y me quedo boca arriba con la barriga expuesta a la imaginación, disfrutando de todas esas posibilidades, sin hacer absolutamente nada.
¿Qué le da más miedo?
Todo. Absolutamente todo me da más miedo. Vivo asombrado. La vida me aturde y en medio de la noche me despierto bañado de sudor pensando que ella está llena de incertidumbre. Por eso me gustaría creer que tiene algún sentido, sin embargo eso me atemorizaría mucho más. El sentido de la vida es otra frase feliz que tiene una connotación gótica, de horror. Suelo desarrollar fobias y ahora le temo a la vejez. No tengo una sola causa que me dé más miedo. O sí. Es abrumador. El miedo mayor, el terror, va más allá de mi vida; temo, he aquí el detalle mínimo, temo con morbosidad indecible por mis hijas, sólo pensar en las tragedias posibles, me abisma.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La censura.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Creo que hubiese sido un buen farmaceuta. Me gusta mucho trabajar con sustancias. Es como si fueses un alquimista, un trasmutador. Cuando estoy ansioso, corro y me refugio en los olores de una gran farmacia, respiro profundo y encuentro un paz cercana al estado de gracia. Yo oficiaría una misa frente a un estante lleno de medicamentos, comulgaría con una que otra pastilla y sobre todo trabajaría con las sustancias puras. Hubiese sido un buen farmaceuta al frente de un laboratorio.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Camino para ir de mi casa al trabajo. Si la ocasión se presta, bailo un poco y si estamos para amar, sencillamente amo. No estoy ganado a la idea de darle vueltas a un parque sin tener otro destino que darle vuelta a un parque. Me parece ocioso. Me gustaría caminar por los parques y sostener una conversación, así como me gusta nadar para disfrutar del agua, de los golpes de ola, de esa vida que va y viene, que entra a soplos de brisa y sal. Me gusta ir a la piscina, pero por placer, por mirar cuerpos hermosos, por ignorar el mío. Me duele mucho hacer jogging y correr como una vieja salamandra con el corazón afuera y desmedido, a punto de infarto para evitar el infarto. No. No practico ejercicio físico de manera disciplinada. Soy un desastre.
¿Sabe cocinar?
En ocasiones cocino y lo hago bien. Me gusta preparar la comida de Navidad. Hacer un lomo de cerdo relleno, vigilar el cocimiento de un asado negro o inyectar de licor al pavo antes de meterlo al horno. Todo esto me gusta hacerlo solo, por eso quizá no participo de esas labores multitudinarias que implica preparar nuestro plato típico, la hallaca. Me aterran las multitudes. Incluso en el propósito que encierran los rituales y las tradiciones.
Si el Reader's Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre "un personaje inolvidable", ¿a quién elegiría?
A Marilyn Monroe, pero ya Norman Mailer ha escrito una biografía que pondría en ridículo mis pretensiones. Entonces creo que debo contemplar una variable. Me gustaría escribir sobre Leon Davinovich, Trotsky, pero no creo pueda conciliar con la línea editorial de Reader’s Digest. Sin embargo lo intentaría. Me fascina el personaje.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Shalom.
¿Y la más peligrosa?
Nación.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
La impulsividad es mi signo. Eso me ha llevado a querer matar a muchas personas, cuando estoy ganado por la rabia. Pero soy voluble, a los pocos minutos reconsidero mis sentimientos y me gana una compasión decadente. Creo que siempre se desea matar algo, el tiempo, una mosca, una persona. Nos solemos desbocar con las fantasías y siempre, en todo momento, surge una fantasía, una necesidad de que algo imposible suceda, de transgredir con impunidad las leyes, de ahorrarnos las culpas. Ahora bien, nada mejor que matar a un personaje, no hay consecuencias que no sean la resolución de una trama.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Hace años me manejaba dentro de la dicotomía izquierda y derecha. Era un hombre de izquierda. Me gustaba ser zurdo y radical. Hasta soñé con ser guerrillero. Pero a estas alturas esos valores se han desvirtuado o se han reacomodado. Por ejemplo hay ciertos personajes que en el pasado admiré por revolucionarios y que hoy considero medularmente reaccionarios. Desde niño he tenido un sentido de justicia social, creo que el bienestar económico debe ser distribuido de tal manera que la pobreza sea cada vez menos pobreza. Que las personas se ocupen de enriquecer sus conocimientos en vez de sufrir por la falta de bienes y servicios. Pero del mismo modo creo entender que sin generar riquezas, sin políticas económicas que se deslastren de estereotipos trasnochados con respecto al mercado, es imposible brindar bienestar. Todo se complica cuando contamos y vemos que somos seis mil millones de personas con necesidades. Mi preocupación política ubicada dentro de un discurso socialdemócrata y ecologista, se centra en cómo demonios vamos a hacer para que la civilización sobreviva dentro de parámetros de bienestar sin excluir a nadie. Y cuando digo a nadie pienso también en las focas y en las ballenas y en las selvas tropicales.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Un ángel. Caído o no, pero un ángel.
¿Cuáles son sus vicios principales? ¿Y sus virtudes?
La facilidad para perderme en los vicios y la virtud para salir de ellos a tiempo, creo.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Creo que mi infancia. Dolorosa y contradictoria. Mi querido abuelo Centeno sumido en una profunda ansiedad al tratar de cuidar mis espaldas un día en que me hallaba metido en un disturbio. Mi mamá cantándome Vereda tropical. Mis amores, el día en que conocí a Graciela, Marta, mi tía, en una mecedora de mimbre, cantando Bambi, a mi papá, inasible, silbándome desde la esquina del pasaje en que vivía, Mariana, mi hija, cuando nació y salió de pabellón envuelta en sábanas verdes, mis hermanos... vendrían tantas imágenes dolorosas, tiernas, desesperadas... mi tío Edgar llevándome al barbero para que me hicieran un corte de “varoncito”, mi tía Irma con un barquito de papel, mi mamá en prisión, las noches en las que apagaban las luces y cerraban las puertas del calabozo, el libro rojo de Mao, a mi Mamaicha llorando cuando me fui a España hace un poco más de veinte años, la manera compulsiva en que escribí mi primera novela, Camila, mi segunda hija inquiriéndome desde su pequeño corral, angustiada y rabiosa, el día en que Graciela se apareció con Rommel, mi perro, entre sus brazos, Port Bou, Banyoles, mis marchas por las Ramblas, los lagos de Hamtead Hill, las jornadas de cine en el Oval House, a la hermana Adela peleando en contra de legiones de espíritus malignos, Paraguaná, mi primera sesión de reaggae en Brixton, la lucha de Graciela por su vida una vez que estuvo enferma... y basta. Si continuaran sucediéndose las imágenes no me ahogaría nada, pues serían tantas las imágenes, como una vida vivida a trancadas y sobresaltos durante 42 años. Dentro de algún tiempo, quizá también recuerde mis horas muertas chateando en una sala de conversación virtual en Murcia.
T. M.