Me arropo con la vestimenta de mi cada vez más necesario Tolstói y me fijo en el amor, que siempre está en el centro de todo. Porque justo en el medio, en el centro, a mitad de camino de La astucia del vacío. Cuadernos de Benarés 1987-2004, se encuentra el clímax del pensamiento poético de Jesús Aguado, en la izquierda página 126 y su derecha 127; el pensar de (ahora) un prosista que, haga lo que haga, siempre escribe poesía; véanse para comprobarlo sus dos recientes libros, el poemario Verbos (editorial Zut), maravillosa y concisamente bello, y Diccionario de símbolos (editorial Paréntesis), un gozo para el sentido que ronda la reflexión y la observación del planeta exterior e interior.
(«El amor tiene eso, que despierta los hilos, esa maraña que somos dentro y fuera de nosotros atravesándonos de parte a parte, atándonos a lo visible y a lo invisible, entrecruzando nuestros actos, palabras, experiencias.»)
Por lo dicho más atrás, quien aspire a hallar en este libro un diario convencional, que lo deje donde lo encontró. Es un diario no para conocer la India, sino para respirarla; no es para maldecir su miseria, sino para constatarla casi sin darnos cuenta; no es para celebrar hechos ni toparnos con personalidades destacadas, sino para tropezarnos con niños, locos, vacas, amigos. Apátridas cuya patria es Benarés, un lugar inhóspito y a la vez acogedor, un sitio siniestro y el más agradable del mundo, el centro espiritual del territorio que, con todo su amor a las gentes de su entorno, pisa, abona, cultiva y recoge Jesús Aguado.
(«El amor tiene eso, que despierta los hilos, esa maraña que somos dentro y fuera de nosotros atravesándonos de parte a parte, atándonos a lo visible y a lo invisible, entrecruzando nuestros actos, palabras, experiencias.»)
Por lo dicho más atrás, quien aspire a hallar en este libro un diario convencional, que lo deje donde lo encontró. Es un diario no para conocer la India, sino para respirarla; no es para maldecir su miseria, sino para constatarla casi sin darnos cuenta; no es para celebrar hechos ni toparnos con personalidades destacadas, sino para tropezarnos con niños, locos, vacas, amigos. Apátridas cuya patria es Benarés, un lugar inhóspito y a la vez acogedor, un sitio siniestro y el más agradable del mundo, el centro espiritual del territorio que, con todo su amor a las gentes de su entorno, pisa, abona, cultiva y recoge Jesús Aguado.