viernes, 28 de enero de 2011

Gudbergur Bergsson e Islandia


Con el pretexto de seguir recordando al editor recientemente fallecido Jaime Salinas, en Islandia, donde vivía desde hacía mucho tiempo, recupero una crítica que hice de una novela de su compañero, Gudbergur Bergsson, titulada La magia de la niñez (Tusquets, 2004), y que publiqué en La Razón.
.
LA PATRIA CHICA

El islandés Gudbergur Bergsson (1932), vehemente y apasionado escritor, una fuerza creativa de primer orden, la mayor de su país, ha escrito tal vez su libro más personal, tanto que parece haberlo concebido para sí mismo como terapia de rememoración. Ha recordado los mil y un detalles de su infancia, los ha puesto uno detrás del otro y ha llamado a su texto «bionovela», como explicita en la nota previa de corte borgeano: «Las biografías no existen, porque pocas cosas hay que se pierdan tan irremisiblemente como la vida de un ser humano, de modo que sólo es posible trasladar al papel el deseo de conservar en palabras un mínimo hálito de esa vida», afirma rotundo.
.
Consciente de esa relación ficticia entre lo vivido y su transición lingüística, preguntándose constantemente qué es esta gran broma de estar vivo —no en vano uno de sus admiradores, Milan Kundera, le definió como un artista obsesionado por la existencia—, con absorbente lucidez Bergsson despliega las anécdotas que le salen al paso en su recuerdo. Las pequeñas historias de su pueblo pesquero, los vecinos y los miembros de la familia: el padre, el padrastro, la madre, la abuela, los hermanos... se combinan, y esto es lo mejor, con conclusiones filosóficas surgidas a partir de asuntos cotidianos, por lo que la insignificancia, a los ojos de un niño, cobra una dimensión trascendente.
.
De este modo, el hilo conductor de la narración es la propia vida, no hay objetivo argumental ni trama novelesca en los tres capítulos en que se divide la obra; acaso el tercero, titulado precisamente «Magias de la niñez», es el que nos ofrece en episodios autónomos una mayor intensidad. «La magia de mi infancia ha surgido como la tierra desde el susurro del mar, o ha estado flotando en el aire durante mis años de adulto en el extranjero, para posarse en lo que yo llamo mi patria chica, la literatura», afirma en el prólogo a este último apartado. Al no haber voluntad de ofrecer una visión sociológica de la vieja y rural Islandia del segundo tercio del siglo XX, unas cuantas travesuras —«Incordiar a las viejas», «Meter miedo a otros»— se erigen en paradigma de un pasado, de un lugar provinciano, de la memoria actual.
.
Así pues, habrá que leer esta bionovela considerando los factores íntimos aludidos, sin relacionarla con un relato autobiográfico al uso, sino con un trabajo de alguien que no busca, sino encuentra, que prueba nuevos caminos arriesgándose a reinventar sus años en la «isla de hielo». Un tiempo ya lejano aquel, que tuvo en 1956 un momento de transición clave para Bergsson: su llegada a España, donde entablaría amistad con la Escuela de Barcelona —me parecen muy sensatos sus juicios sobre la supervaloración de los poetas del grupo— y empezaría su entrega incalculable como traductor, introduciendo en Islandia la literatura española (El Quijote, García Lorca) e hispanoamericana (Borges, García Márquez).