sábado, 19 de febrero de 2011

Entrevista capotiana a Ángela Vallvey



En 1972, el escritor estadounidense Truman Capote (1924-1984) publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló “Autorretrato” (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el autor de A sangre fría se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente “entrevista capotiana”, con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Ángela Vallvey.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamas de él, ¿cuál eligiría?
Una nave espacial que explorara el universo a una velocidad mayor que la de la luz, que no tuviese necesidad de repostar nunca, y que no padeciera los problemas mecánicos de la vieja MIR. Me gustaría ver de cerca la nebulosa Laguna, las Nubes de Magallanes, la Cabellera de Berenice y el oscuro corazón de algún púlsar a miles de años-luz de la Tierra. Un espectáculo ininterrumpido de esta naturaleza unido al conocimiento que me depararía un viaje así, aún encerrada para siempre, lograrían que fuese más fácil para mi resignarme a morir un día. Y más comprensible el absurdo estocástico de la vida.
¿Prefiere los animales a la gente?
Depende de para qué.
¿Es usted cruel?
Todos lo somos un poco. Al menos los que logramos sobrevivir más de una docena de años; así que yo no debo de ser menos.
¿Tiene muchos amigos?
Los puedo contar con los dedos de las manos de un manco.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Inteligencia, buen humor y generosidad (esta última, sobre todo conmigo).
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Si me decepcionan es que ya no eran mis amigos, sino que pertenecían a otra categoría en la que la decepción tenía cabida. En la amistad no puede haber sitio para la decepción, creo yo.
¿Es usted una persona sincera?
Absolutamente. Porque he comprobado que, de alguna extraña manera que posiblemente sólo yo comprenda, soy sincera incluso cuando miento.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
El tiempo “libre” no puede ser “ocupado”, eso es una “contradictio in terminis”. Y hacerlo sería para mi una profanación, una especie de sacrilegio. Por mi parte, gusto de tumbarme a la bartola y ver cómo las nubes cambian de forma.
¿Qué le da más miedo?
Me da pánico el control que los estados y las multinacionales tienen sobre nosotros, los pobres ciudadanos. Tengo pesadillas con el Gran Hermano desde que leí 1984 de Orwell y empecé a ser consciente de que la idea se va materializando sutilmente en nuestras sociedades tardocapitalistas.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La inconmensurable pobreza de la gran mayoría de los seres humanos de nuestros tiempos. La riqueza tan obscena de unos pocos (¡muy muy pocos!).
Si no hubiera decidido ser escritora, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Probablemente andaría por ahí rompiendo escaparates hasta que alguien me ofreciera un sueldo fijo en algún ayuntamiento.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Practico muchísimo: friego, barro, plancho, limpio el polvo y doy esplendor a mi hogar. Y lo hago en contra de mi voluntad. Y me opongo, por razones de economía, a todo tipo de ejercicio físico involuntario.
¿Sabe cocinar?
Soy tan buena cocinera como Hannibal Lecter. Incluso más. En lo único que este “gourmet” me supera es en la frescura de los productos de charcutería que utiliza.
Si el Reader's Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre "un personaje inolvidable", ¿a quién elegiría?
A Johannes Kepler, que fue capaz de "medir los cielos" y calcular las órbitas de los planetas del sistema solar en un tiempo en el que sus contemporáneos eran incapaces de medir con exactitud el largo de sus camisas. Al buen Johannes Kepler, a quien ya dediqué un poema en el que se decía que "pensó cosas que ningún ser humano había pensado antes".
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Niño.
¿Y la más peligrosa?
La misma.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Todos los días varias veces. Menos mal que todavía soy capaz de utilizar la imaginación para desahogarme... así que sublimo, y lo mío no va a más. ¡Ah, la imaginación... qué gran regalo de la naturaleza!
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Me considero una heredera del pensamiento político de Tolstoi, pasada por la última revolución tecnológica. Apuesto por el "subsidio universal": creo que todo el mundo, por el hecho de haber nacido, debería tener derecho a una "renta mínima de subsistencia".
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Una de esas personas que conquistan grandes espacios abiertos (cielos, montañas, la Luna...). Me encantaría ser una alpinista de las de ocho mil metros, o una aviadora intrépida, o una astronauta en los anaranjados desiertos de Marte. Es más: si hubiera podido ser alguna de esas cosas, no me cabe duda de que no habría escrito ni una línea. Supongo que porque habría vivido más y soñado menos.
¿Cuáles son sus vicios principales? ¿Y sus virtudes?
Mis vicios: la pereza; ser adicta al jamón de jabugo; la excesiva empatía con el resto de personas, animales y cosas que componen el mundo. Mis virtudes: innumerables, pero difíciles de definir con simples palabras.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Déjeme que le cuente algo: una vez estuve a punto de ahogarme “gracias” a unos simpáticos familiares que me hicieron una “ahogadilla” y se reían y chapoteaban con simpatía mientras mis pulmones se encharcaban de agua, lenta pero implacablemente. Juro que no sé cuáles son las imágenes del esquema clásico que suelen pasar por la cabeza de los desgraciados que alguna vez se han ahogado, o que han estado a punto de hacerlo, pero sé cuáles eran las mías y las recuerdo con toda nitidez: no veía más que condenada agua turbia por todas partes, y sólo pensaba en salir a la superficie para asesinar yo, a mi vez, a los que “simpáticamente” habían intentado acabar con mi vida unos minutos antes. Eso sí, de forma mucho más eficaz que la que ellos habían usado conmigo. No quiero engañar a nadie: en aquellos trágicos momentos pensé sobre todo en granadas de mano y misiles nucleares.
T. M.