jueves, 17 de febrero de 2011

La mascota celosa



El libro más conocido de Joe Randolph Ackerley, el póstumo Mi padre y yo (1968), cuya traducción, de 1991, ahora Anagrama recupera con prólogo de Javier Marías, estaba dedicado a un/una tal Tulip. Muchos descubrirán estos días que el objeto de la dedicatoria no es una persona, sino el mismo animal que protagoniza Mi perra Tulip (1956). El detalle anecdótico dice mucho de Ackerley, porque es uno de esos caballeros que ejemplifican la flema inglesa, un sentido del humor fino y elegante y un tono narrativo sereno, lento, cuidado. El hecho de que ese texto esté dedicado a un perro refuerza su imagen de escritor algo misántropo, excéntrico, que se distanció de todo menos de su mascota, a la que observó de manera obsesiva.

En el prólogo aludido, Marías ya hablaba de que Mi padre y yo era un texto de difícil catalogación al participar de varios géneros de corte autobiográfico y narrativo, y algo similar ocurre con Mi perra Tulip. En aquel caso, la investigación partía del pasado oculto de su progenitor, que había llegado a tener una doble familia, a la vez que servía para que el propio Ackerley contara sus devaneos homosexuales o su cariño por su hermano soldado. Pero en esta ocasión el centro de análisis es aún más difícil de biografiar: una perra alsaciana, paradigma de fidelidad –e incluso de celos, pues se pone nerviosa cuando su amo está con alguien–, a la que Ackerley ayuda a convertirse en mamá organizándole «citas».

«Ackerley retrata a Tulip con tal realismo y respeto que sentimos por ella lo que sentiríamos por cualquier heroína humana», dice la antropóloga Elizabeth Marshall Thomas en el prólogo. Y es cierto: el ejercicio de Ackerley de crear una crónica entretenida a partir de las andanzas banales de un animal de compañía alcanza una gran credibilidad: los paseos en el parque, su comportamiento en el apartamento londinense del escritor, las visitas al veterinario, los encuentros con otros perros son episodios que cobrarán un interés máximo para los aficionados a los animales, y también para los amantes de toda psique, humana o animal, racional o no.

Publicado en La Razón, 17-II-2011