Nunca me interesó Norman Mailer como escritor; sus obras me han parecido pretenciosas, aburridas y pesadas, por mucho que tuviera el mérito de, con solo 25 años, publicar el tocho Los desnudos y los muertos. Este tipo de personalidades tumultuosas, insatisfechas, monumentales, son excesivas en la vida y en la literatura, y se salen de la tangente, y no miden bien las cosas, ni en el arte ni en la convivencia. Mailer escribió libros de más de mil páginas, y tuvo tantas amantes y amigas con derecho sexual y monetario que ni se acordaba de todas. Su vida como figura social del Nueva York más popular y glamoroso, su trabajo en el mundo del cine o su presencia como líder de opinión política es considerable, pero sus premios Pulitzer o su encanto personal se desmenuzan al lado de su mujer (la sexta), Norris Church Mailer (1949-2010), que escribió la autobiografía que acabo de leer, Una entrada para el circo (editorial Circe), título que solo obedece a un epígrafe de la propia autora (no tan egocéntrica como su marido aunque de talante orgulloso) pero que ofrece un contenido de lo más variado y entretenido.
Los amantes de cotillear en las trayectorias íntimas de los escritores están de enhorabuena. Norris no se corta un pelo y confiesa todas las glorias y miserias domésticas de ella misma y luego del que fuera su marido durante treinta y tres años. Modelo, pintora, actriz ocasional, escritora… Esta todoterreno es mucho más interesante que Mailer, fornicador compulsivo con cualquier hembra que se le pusiera a tiro, un niño grande bondadoso pero inmaduro que amó profundamente a su esposa, tuvo un hijo con ella (el octavo) y la engañó mil veces sin saber, quizá, que el único engañado era él mismo. A una mujer hermosa que te quiere pese a tu edad y aspecto envejecido, te considera el hombre más sexy del mundo y acepta la presencia más o menos cercana de cinco ex esposas y siete hijos ajenos, y se entrega sin dudas a ti, trasladándose a tu ciudad y dejando a su hijo (fruto de una juvenil relación destinada al fracaso) al cuidado de sus abuelos en Arkansas en lo que se adapta a la nueva vida, hay que ponerle un altar, no acostarse con viejas amigas viejas, gordas y feas y mentirle en la cara.
Y pese a todo, Norris fue feliz amando a Norman, disfrutó de una vida fascinante, vivió en primera persona multitud de eventos literarios y políticos, y desarrolló toda su polifacética creatividad. Su biografía tiene coraje, dolor, alegría, bondad, incertidumbre, y lo que es más importante, talento literario. ¿Se traducirá algún día al castellano alguna de sus novelas para que podamos ver si, incluso como narradora, fue más equilibrada, más temperada que su excesivo esposo?