lunes, 4 de julio de 2011

Entrevista capotiana a Eva Díaz Pérez




En 1972, el escritor estadounidense Truman Capote (1924-1984) publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el autor de A sangre fría se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Eva Díaz Pérez.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Una biblioteca, sin duda, ¿desde dónde podría viajar a otros lugares, vivir otras vidas y engañarme con el delicioso sueño de la ficción? No desdeñaría un sitio del tipo de la Torre-biblioteca de Montaigne, por poner un ejemplo.
¿Prefiere los animales a la gente? Prefiero a muchos animales antes que a mucha gente. Soledad, canto de pájaros, peces. Eso sí, también prefiero a alguna gente antes que algunos animales, bichos varios como insectos, roedores o fieras. Esta misma noche he soñado con un horrible escorpión que se escapaba de su jaula…
¿Es usted cruel? Creo que no es uno de mis defectos-virtudes. Me gusta siempre ponerme en el lugar del otro. No sé si es bondad o deformación literaria de escritor que siempre intenta ver qué hay en el otro lado de los demás para apropiárselo como personaje.
¿Tiene muchos amigos? No son muchos, pero los que son, lo son de verdad.
¿Qué cualidades busca en sus amigos? La complicidad, que me aporten cosas nuevas, aprender de ellos. Si me cansan, me aburren o entran en esas dinámicas borreguiles tan haituales en nuestras sociedades contemporáneas, los dejo. Vaya, he descubierto que sí puede ser muy cruel.
¿Suelen decepcionarle sus amigos? Pocos amigos me han decepcionado. La decepción también está incluida como razón para que los olvide.
¿Es usted una persona sincera? Creo que sí, pero a veces me asusta cómo recuerdo mis años de interpretación escénica en el mundo del teatro. ¿Me entiende?
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Leer, escribir y viajar. El orden de los factores no altera el producto.
¿Qué le da más miedo? La enfermedad y morir demasiado pronto. Ya ve, qué trágica y vulnerable.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? No me escandaliza casi nada. La provocación está algo anticuada. De todas formas, ahora que lo pienso me escandaliza un pecado de nuestro tiempo: la exhibición descarada y atrevida de los modernos ignorantes. En ninguna época como en ésta, la ignorancia se mostró como una virtud.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Me hubiera gustado dedicarme sólo a ser lector o viajero incansable, pero no creo que sea una profesión, claro, aunque debería serlo.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Sí, no me gusta demasiado, pero lo practico: footing, gimnasia de mantenimiento, natación, aunque lo que más me gusta es el baloncesto. En mi adolescencia fui una magnífica ala-pivot.
¿Sabe cocinar? No, aunque he participado en algún programa de cocina. Fue ridículo cómo casi me corto pelando zanahorias mientras intentaba cocinar un cassoulet, un guiso típico de Toulouse que preparaba uno de mis personajes de El Club de la Memoria, una exiliada que recordaba España a través de los guisos. Mi conocimiento de la cocina es libresco o metafórico, lo mismo que le ocurría a un gastrónomo literario como Cunqueiro. Me gustan mucho los libros sobre gastronomía histórica y mis personajes saben cocinar de forma excelente. Claro que todo eso es ficción.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Aunque previsible y cursi, elegiría a mi profesor de EGB, don Manuel (he olvidado el apellido): por las tardes nos leía Cuentos de la Alhambra, recitábamos poemas del Romancero Viejo y leíamos El Quijote. Sí, decididamente, soy una freak de otra época, pero a mí me marcó como lectora porque todo lo hacía sencillo y divertido.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Siempre me angustia tener que escoger una palabra, como ha ocurrido ahora con lo del día del español impulsado por el Instituto Cervantes. Siempre elijo la palabra crepúsculo, que desde luego no es un palabra con mucha esperanza.
¿Y la más peligrosa? Cualquier palabra polisémica, con trampa, con doble máscara.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Otra vez recuerdo mis años en la Escuela de Teatro y cómo utilizaba el odio a algunas personas para interpretar la ira. Pero, sinceramente, nunca he odiado a nadie lo suficiente como para matarla o interpretar con talento sobre el escenario a una Lady Macbeth.
¿Cuáles son sus tendencias políticas? Siempre progresista, aunque cada vez me tira más cierto anarquismo-individualista-conservador, vaya a saber usted por qué.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? De nuevo, viajero y lector. Qué manía ¿eh?
¿Cuáles son sus vicios principales? Soy extremadamente desordenada. También soy muy apasionada, lo malo es cuando algo deja de interesarme, ya que puedo caer en el desinterés y la inconstancia.
¿Y sus virtudes? Soy muy trabajadora y entregada, quizás demasiado y eso en este país no se valora tanto como debería.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Una vez estuve a punto de ahogarme y la verdad es que sólo estuve pensando en cómo salvarme.

T. M.