La librería Coop, en Harvard Square, es un amplísimo espacio de tres pisos, con cafetería, conexión interna con el mall repleto de productos de la Universidad de Harvard en su planta baja, y sillas y mesas por todos sus pasillos. No parece una tienda sino una biblioteca de novedades: la gente se acomoda para trabajar con sus portátiles, estudiar o escribir. Y como siempre ocurre en este tipo de establecimientos gringos, la literatura española e hispanoamericana brilla por su ausencia. En el extremo del primer piso, en una mesa descansan traducciones de Rayuela, 2666 y Your face tomorrow, a lo que se añade alguna cosa más en un estante al otro lado de la planta, donde hay libros de autores hispanos o norteamericanos en castellano, como El código Da Vinci y una edición chilena de los cuentos de Borges. Prácticamente nada más. En el apartado de ensayo, uno acerca de García Márquez, y para de contar.
Huelga decir que los Estados Unidos miran solo a sus autores, a su historia: hay montones de estanterías con “U.S. History”, y hasta audiobooks sobre Obama. Encuentro las ediciones, además, blandengues, con papel malo, y caras para lo que ofrecen, así que echo de menos las ediciones españolas, mucho más bonitas en su diseño incluso en ediciones de bolsillo. Por ejemplo, hojeo una cosa breve de Pascal, Human Happiness, a 10 dólares. No sabía que había vivido tan pocos años, los 39 que cumplo esta noche. Leo sus observaciones, y detecto que para él la vida se reducía a dos naturalezas de distinto signo: la intuición o instinto, y la razón o la inteligencia. Me parece altamente obvio, pero no seré yo quien cuestione la profundidad de un clásico del siglo XVII, y cuando pienso en su más célebre frase, esta me asalta inglesamente por pura casualidad, mirando con cierta desgana el libro en medio del sopor de la tarde bostoniana, con muchos kilómetros en los pies en pocos días: “Sometimes, when I set to thinking about the various activities of men, the dangers and troubles which they face at Court, or in war, living rise so many quarrels and passions, daring and often wicked entreprises and so on, I have often said that the sole cause of man’s unhippiness is that he does not know how to stay quietly in his room”. El fragmento sigue mucho más, pero me descubro despreocupado, y sigo hojeando. El autor insiste. En la entrada número 155, dice: “Heart / Instinct / Principles”. Simpre pensé que Pascal estaba sobrevalorado, por eso me gustó un artículo de Harold Bloom en el que demostraba tal cosa al verlo como plagiador de Montaigne.
Bien, sigo en el primer piso de Coop. Afuera llueve fuertemente tras un día de auténtico calor. Tengo miles y miles y miles de libros alrededor. Pero me doy cuenta de que ninguno vale nada en comparación con la excelente música clásica que ponen en la librería. Dejo el libro cerrado en la mesa y pego la espalda a la silla. Mi cuerpo está abducido por la música, y dedico mi tiempo a contemplar a una mujer que consulta varios libros delante de mí. En su belleza me pierdo y me encuentro. No necesito nada más en la tarde bostoniana, porque me basta el instinto sin razón, la intuición sin inteligencia.
Huelga decir que los Estados Unidos miran solo a sus autores, a su historia: hay montones de estanterías con “U.S. History”, y hasta audiobooks sobre Obama. Encuentro las ediciones, además, blandengues, con papel malo, y caras para lo que ofrecen, así que echo de menos las ediciones españolas, mucho más bonitas en su diseño incluso en ediciones de bolsillo. Por ejemplo, hojeo una cosa breve de Pascal, Human Happiness, a 10 dólares. No sabía que había vivido tan pocos años, los 39 que cumplo esta noche. Leo sus observaciones, y detecto que para él la vida se reducía a dos naturalezas de distinto signo: la intuición o instinto, y la razón o la inteligencia. Me parece altamente obvio, pero no seré yo quien cuestione la profundidad de un clásico del siglo XVII, y cuando pienso en su más célebre frase, esta me asalta inglesamente por pura casualidad, mirando con cierta desgana el libro en medio del sopor de la tarde bostoniana, con muchos kilómetros en los pies en pocos días: “Sometimes, when I set to thinking about the various activities of men, the dangers and troubles which they face at Court, or in war, living rise so many quarrels and passions, daring and often wicked entreprises and so on, I have often said that the sole cause of man’s unhippiness is that he does not know how to stay quietly in his room”. El fragmento sigue mucho más, pero me descubro despreocupado, y sigo hojeando. El autor insiste. En la entrada número 155, dice: “Heart / Instinct / Principles”. Simpre pensé que Pascal estaba sobrevalorado, por eso me gustó un artículo de Harold Bloom en el que demostraba tal cosa al verlo como plagiador de Montaigne.
Bien, sigo en el primer piso de Coop. Afuera llueve fuertemente tras un día de auténtico calor. Tengo miles y miles y miles de libros alrededor. Pero me doy cuenta de que ninguno vale nada en comparación con la excelente música clásica que ponen en la librería. Dejo el libro cerrado en la mesa y pego la espalda a la silla. Mi cuerpo está abducido por la música, y dedico mi tiempo a contemplar a una mujer que consulta varios libros delante de mí. En su belleza me pierdo y me encuentro. No necesito nada más en la tarde bostoniana, porque me basta el instinto sin razón, la intuición sin inteligencia.