viernes, 30 de septiembre de 2011

Desear es poseer


Los dioses grecolatinos, a la cabeza Zeus o Júpiter, ponían el ojo en una hermosa ninfa y sólo obedecían a su instinto. La deseaban. Ya. No había tiempo para seducciones ni preámbulos. Directamente, o mediante alguna metamorfosis, se materializaba la fuerza indómita ante una criatura vulnerable. Pero luego, ay, venían las agrias consecuencias: la esposa Juno sospechaba; la víctima cobraba la degradante forma de animal o vegetal, la pasión irrefrenable generaba desgracias… El denominado rapto, la violación, pasó a ser asunto artístico, una explicación del árbol genealógico olímpico; de ello hay representaciones pictóricas y literarias a lo largo de la Edad Media y el Renacimiento.

El simbolismo de las escenas de la Antigüedad en torno a las conductas de arrebato sexual pasará en la Edad Moderna a nutrir la fantasía del que tildarán de sádico, la imaginación lingüística del ser erótico. Todos heredan la herencia del “Decamerón” de Boccaccio, y dan un paso más allá. En Francia, incluso antes de la Revolución, se afianza la libertad del libertinaje, y hasta lo pornográfico servirá como crítica política, como en el caso del Marqués de Sade. La lujuria y la transgresión libidinosa se expanden por el continente en negro sobre blanco, y llegan en los autores galos del XIX a cotas de extraordinarias novelas y poemas que en su tiempo son tomados perversamente.

Pero todo es cíclico: vendrá el puritanismo inglés, y el siglo XX explosionando en una infinita sensualidad. Zeus sigue vigilante, atento a la ninfa que quiere poseer. Sin rodeos, sucederá el rapto. Ya. Y alguien lo contará.

Publicado en La Razón, 30-IX-2011