jueves, 29 de septiembre de 2011

Una princesa de barrio


Un delirio genial, una corrosiva crítica a la modernidad en forma de burla al consumismo, a la mercadotecnia y a la tecnología cibernética sustentan esta novela, la segunda, del murciano Enrique Rubio (1978). En ella todo es sorprendente, atrevido, desenfadado, travieso, y a la vez se trata de una obra perfectamente pergeñada ya desde su raro título, Tania con i® 56.ª edición. El protagonista, un joven escritor llamado Guillermo Ruano, lleva todo el peso de la narración, aunque la protagonista sea su biografiada, Antonia Moreno, natural de un pueblo de la España profunda y que devendrá un icono universal a medida que picotee de todas las tendencias sociales y culturales que han dado los últimos lustros, desde lo hippie y neo-punk hasta el misticismo orientaloide, pasando por la fase indie y comunista y misionera y gótica y…

De este modo Rubio desnuda las presurosas modas postmodernas con un desparpajo y humor extraordinarios. Y lo hace con recursos tan acertados como asombrosos: la novela es el libro que está escribiendo Guillermo, una biografía encargada por una editorial de la que se hará llamar Tania con i, y en ese recorrido el autor disemina apuntes, correos electrónicos, referencias personales, trozos del diario de la propia muchacha e intervenciones de personajes que aparecen desde la primera página y que aportan opiniones sobre la chica: el sociólogo, el periodista, la psicóloga y diversas amigas barriobajeras. Estos estereotipos, la industria editorial –ávida por sacar réditos de la muerte de Tania– y la intelectualidad son carnaza sarcástica para Rubio, gran observador de este mundo manufacturado que nos rodea.

Tania con i será un mero producto; la encarnación de una princesa de barrio, de una manera ansiosa y cutre de sintonizar con cualquier moda juvenil que se precie. Es el fenómeno de las “juanis” cuyas ansias de sofisticación no pueden ocultar su humilde procedencia y que sólo buscan lo que todos: encajar en la sociedad.

Publicado en La Razón, 29-IX-2011