jueves, 6 de octubre de 2011

El Japón alternativo del pasado



Dos lunas contemplan el mundo extraño en el que deambulan los personajes de 1Q84. Libro 3 hasta convertirse en un leitmotiv a lo largo de cientos de páginas. El lector que conoció este entorno frío e inquietante mediante las dos primeras entregas, que en Japón se publicaron separadas pero que Tusquets decidió unir el pasado febrero, podrá conocer el desenlace de la novela más ambiciosa del autor. Murakami construyó un Tokio alternativo, ubicado en el año 1984, evocando obviamente la novela de Orwell (la Q se pronuncia en japonés igual que el número 9, «kyu») en el que diversos personajes, todos solitarios, todos lacónicos, intentan dar salida a sus obsesiones personales. Y también salvar el pellejo y reencontrarse.

Creo de veras que, esta vez, resulta más interesante su búsqueda, por establecer las fronteras entre realismo y fantasía que el propio argumento novelístico. En un artículo que el autor publicó en The New York Times, titulado «Realidad A y Realidad B», decía que en 1Q84 no mostraba «el futuro cercano de George Orwell, sino lo contrario –el pasado cercano– de 1984». De tal modo que le daba la vuelta al tiempo y al espacio y proyectaba otro Japón pretérito con toques surrealistas, y se preguntaba: «¿Qué hubiera pasado en el caso de un distinto 1984, no el original que conocemos sino otro 1984 transformado? ¿Y qué pasaría si repentinamente nos lanzaran a ese mundo? Habría, por supuesto, tanteos hacia una nueva realidad.» Y así lo insinuará la asesina Aomame en la página 408.

Todo resulta claustrofóbico: los tres personajes que llevan el peso de la acción –Aomame, su enamorado Tengo, escritor y profesor de matemáticas, y el detective Ushikawa– van alternando sus puntos de vista capítulo tras capítulo; así, en paralelo vemos cómo Aomame, sospechosa de haber matado al líder de la comunidad religiosa Vanguardia, ha de recluirse en un piso; cómo Tengo hace compañía a su padre en coma pero con la idea de contemplar la llamada «crisálida de aire», la cual emite una «luz mortecina» y donde vio a la propia muchacha encapsulada; y cómo el «patético y obsoleto» Ushikawa (nuevo personaje) es contratado para seguir las huellas de Aomame.

Este hilo conductor consistente en unos personajes que se buscan con paciencia o se esperan con anhelo, gira alrededor del libro que Tengo reescribió y que se convirtió en un gran éxito: precisamente La crisálida de aire, de la joven Eriko Fukada, hija del líder asesinado; un volumen que contiene claves de la propia secta que sería peligroso divulgar. Es un recurso de best-seller, pero Murakami consigue mantener el pulso narrativo y, si bien se echa en falta cierta garra en la intriga, la introspección de los protagonistas hace el resto y la trama se sustenta bien, para dicha de los incondicionales de este autor japonés, que ya son legión.

Publicado en La Razón, 6-X-2011