jueves, 23 de febrero de 2012

La peor de las angustias




José Antonio Marina, en su Anatomía del miedo (2006), recordaba las palabras de Hobbes: «el día que yo nací, mi madre parió dos gemelos: yo y mi miedo». Ésta es tal vez la frase más afilada sobre un sentimiento que raramente nos abandona, que ha estimulado la supervivencia humana desde la noche de los tiempos y que tiene tantas concomitancias, hasta en nuestro lenguaje coloquial, con la angustia, «lo que significa inconscientemente la compenetración de estas dos experiencias, incluso si los casos límite permiten diferenciarlas con nitidez». Así lo expresa en El miedo en Occidente (siglos XIV-XVIII). Una ciudad sitiada (1978), Jean Delumeau, que entiende la necesidad de diferenciar ambos conceptos, tan imbricados.

A partir justamente de ese paralelismo entre miedo y angustia, el historiador se pregunta sobre las causas de la violencia humana y determinadas reacciones sociales. Apunta que el miedo ha sido desatendido por parte de la historiografía, en contraste con el tratamiento que recibe en los medios de comunicación, la ciencia o las artes. Reconoce, no obstante, que «nada hay más difícil de analizar que el miedo», y a ello se enfrenta en un volumen que estructura en dos grandes secciones: «Los miedos de la mayoría», donde podemos leer un análisis de la omnipresencia del miedo, del comportamiento común en tiempos de la peste, de la relación entre cobardía y heroicidad, y del temor a morir de hambre, por ejemplo; y «La cultura dirigente y el miedo», donde se reúnen los miedos religiosos o la represión de la brujería.

Delumeau demuestra su erudición histórica al poner el acento en cómo desde la Antigüedad se ha destacado la valentía de los héroes, ocultando el oprobio de sentir miedo. Algo que cambió con la Revolución Francesa, cuando los «villanos» protagonizaron «el heroísmo de los humildes». Pues, como se suele decir, el valiente es el que tiene miedo, pero lo vence.

Publicado en La Razón, 23-II-2012