jueves, 5 de abril de 2012

H. S. Thompson, morir a lo gonzo



Hace exactamente siete primaveras, a los sesenta y siete años, Hunter S. Thompson se descerrajaba un tiro de pistola en la cabeza, en su casa de Colorado. Ponía fin así a una vida dedicada tanto a la narrativa y al periodismo como a las drogas, al alcohol y a las armas; la misma vida cuyo rastro es posible seguir gracias a las presentes «Cartas de aprendizaje y madurez», como reza el subtítulo de este libro áspero, risueño, enloquecido, aniñado y desconcertante. Un libro que sólo puede ser de Hunter S. Thompson. Se trata de dos series de epístolas que se publicaron por separado a finales de los noventa y que reúnen los periodos de 1955-1967 y de 1968-1976. El responsable de la edición, el profesor universitario Douglas Brinkley, llamó a sendos libros «El camino de la dignidad» y «Miedo y asco en América», y ahora Anagrama los ha juntado con la solvente traducción de Antonio-Prometeo Moya (no habrá sido tarea fácil, habida cuenta el lenguaje bromista del autor).

El resultado es una selección de unos doscientos cincuenta textos de entre una correspondencia que rebasa las veinte mil cartas; con la singularidad de que éstas, como explica Brin-kley, fueron pensadas para ser publicadas, «a modo de testimonio de su vida y su época». Tal apunte anecdótico demuestra el grado de seguridad de Thompson, su vanidad y narcisismo pero, sobre todo, a tenor de la intensidad con que se dirige a la gente, el ansia de provocar algo en los demás para ser aceptado o rechazado, mostrándose como un «enfant terrible» que desea que todos le hagan caso, como el Baudelaire de los «Pequeños poemas en prosa» deseoso de embriagarse de vino, virtud o poesía, pero embriagarse.

Este «modus vivendi» que refleja su voz epistolar se emparenta por completo al de sus libros: «El camino del ron», según sus propias palabras, «la gran novela puertorriqueña», concebida a partir de sus visitas a la isla caribeña en busca de un puesto en un periódico y que recibió innumerables rechazos; «Los Ángeles del Infierno», un reportaje sobre los famosos moteros de California que le dio tantas satisfacciones como disgustos, entre ellos recibir una paliza de un grupo de ellos que casi le mata; y «Miedo y asco en Las Vegas», «un encendido cántico a la locura de la droga que consolidó su creciente fama, lo convirtió en drogadicto loco e icono cómico, en periodista «gonzo» con la influencia pública de una estrella del rock», como dice en uno de los prefacios su gran amigo William Kennedy, el director del «San Juan Star», que vio en el joven que le pedía trabajo a un caradura tan divertido como talentoso y con el que se iba a cartear durante más de cuatro décadas.

La primera sección del libro es, indudablemente, la más corrosiva y atractiva para el lector al que le atraigan las gamberradas de un buscavidas que no tiene un céntimo, que presume de «la profesión de fe del vago por gusto» (17-I-1958), es despedido de «Time» o incluso encarcelado por «alterar el orden público y resistirse a la autoridad» (25-V-1960); en ella, pueden leerse sus envíos a William Faulkner (que no le contesta) y cómo se mete con Norman Mailer (este sí le responde), ver cómo presencia la violencia rural de Centroamérica o se indigna con el asesinato de Kennedy, un «acontecimiento abominable, espantoso y lleno de mierda» (22-XI-1963).

La segunda sección hace patente su compromiso político, el cual irá aumentando a medida que sus reportajes tienen mayor eco, y su atrevimiento a la hora de mandar misivas a diversos gobernantes, caso de su odiado Lyndon Johnson –al que desprecia precisamente por la guerra de Vietnam– o de su admirado Jimmy Carter. En 1970, él mismo se postula como «sheriff» en Colorado, y poco después escribe «Miedo y asco: en la campaña electoral de 1972»; un tiempo en el que «Thompson era para el periodismo de vanguardia lo que Bob Dylan para la música pop», como asegura Brinkley en la nota previa a esta segunda sección, prologada a su vez por el gran periodista, ya difunto, David Halberstam, que define bien cuál había sido la andadura del autor: «Cuando se es original, el camino suele recorrerse en solitario y las recompensas llegan lentamente».

En estas páginas, además, conoceremos también la estrecha relación que mantuvo con otro gran periodista de ficción, Tom Wolfe, y cómo su estilo «gonzo», fundado en lo subjetivo, fragmentario y espontáneo, le lleva a un concepto reiterativo en sus escritos: el miedo y el asco. Pero, tras estas cartas, uno más bien diría que Thompson no le tuvo temor a nada, y que el asco fue una materia nutritiva para verificar que el sueño americano era eso, simplemente un sueño.


Publicado en La Razón, 5-IV-2012