domingo, 8 de abril de 2012

Un inglés contra la Guerra de las Malvinas




Aún las heridas de la guerra de las Malvinas siguen abiertas después de treinta años; sólo basta ver las declaraciones recientes de la presidenta Cristina Fernández, que protestó «a raíz de la militarización del Atlántico Sur por parte de Gran Bretaña», y las tristes consecuencias que arrastran los veteranos de guerra argentinos, todavía marginados socialmente y afectados psicológicamente por aquella derrota que dañó como nunca el orgullo de toda una nación: entre sus filas, se llevó la vida de 649 compañeros, a lo que hay que añadir la muerte de 255 militares británicos y tres civiles isleños.

Pero ¿qué son las Malvinas? a unos cientos de kilómetros del conocido cabo de Hornos, en el extremo sur del continente americano, se encuentran las Islas Malvinas (las más importantes son Soledad, Gran Malvina, San José, Trinidad, Borbón, Bougainville, San Rafael y Águila). Hoy, se consideran un territorio no autónomo, por parte de las Naciones Unidas, bajo la supervisión del Comité de Descolonización. Para los argentinos, estas islas siempre pertenecerán a la Provincia de Tierra de Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur. Están habitadas por algo más de tres mil malvinenses, de nacionalidad británica y religión cristiana en su mayoría; la capital administrativa es Puerto Argentino/Stanley y su economía está basada sobre todo en la pesca. El conflicto abierto que mencionábamos al principio no es reciente, sino que sus orígenes cabe buscarlos prácticamente en el tiempo del descubrimiento de las islas, allá por el siglo XVI, cuando estaban deshabitadas.

La historia de las Malvinas o Falklands (si nos referimos a ellas por su nombre en inglés) es la que sigue. A finales del XVII ya habían sido tierras de interés geoestratégico para las grandes armadas del momento, la británica, la española y la francesa, que lidiaron en pos de lograr su soberanía. Sin embargo, Argentina, en el año 1820, se las arregló para reivindicar sus derechos sobre ellas, aunque el logro les duraría verdaderamente muy poco: el 2 de enero de 1833, el capitán John James Onslow intimidó lo suficiente a los argentinos para tomar posesión de las Malvinas y forzar la marcha de sus ocupantes en nombre del rey de Inglaterra. Ciento cuarenta y nueve años después, el 2 de abril de 1982, aún con la idea de que las islas estaban siendo ocupadas por una potencia invasora, la Marina argentina desembarcó allí para dar inicio a una guerra que iba a durar seis semanas y que no iba a cambiar nada: al acabar, el 14 de junio, todavía la Administración británica era dueña y señora de las Falklands.

Ahora, coincidiendo con esta onomástica, la editorial Fórcola recupera, gracias al trabajo del escritor y profesor universitario argentino Daniel Attala, el panfleto que en marzo de 1771 –de forma anónima, como era costumbre– publicó Samuel Johnson, el gran crítico literario y lexicógrafo inglés, titulado «Sobre las recientes negociaciones en torno a las islas Falkland». Attala asegura en el prólogo que «no siempre fue Johnson tan ferviente abogado de la paz», pues no en vano el autor de «Vidas de poetas ingleses» destacó por su monarquismo conservador y su devoción anglicana, pero «de una punta a otra del panfleto el pacifismo es relativo al valor de lo que estaba en juego, y es obvio que para Johnson (a diferencia de lo que dejarían entender los generales argentinos y el gobierno de Margaret Thatcher dos siglos más tarde), las islas en cuestión no valían una guerra».

De este panfleto hablaría también el biógrafo del escritor, James Boswell, en su célebre y monumental libro titulado «Vida de Samuel Johnson» (1791), que publicó hace unos años la editorial Acantilado. Un libelo que estaba destinado a advertir «de la calamidad de la guerra; calamidad tan horrible que sorprende que naciones civilizadas y aun cristianas persistan todavía en ella en forma deliberada. Su descripción de las miserias de la guerra en este panfleto es una de las piezas de elocuencia más preciosas de la lengua inglesa». Así, el texto del doctor Johnson aúna reflexión moral, juicio político y calidad literaria, y por eso sigue todavía vigente hoy en día, mucho después, además, de que fuera publicado en un diario bonaerense, en 1936, en la que fue su primera traducción al castellano. Asimismo, refiere Attala que, treinta años atrás, «muchos periodistas y estudiosos de diversas partes del mundo se sirvieron del panfleto de Johnson, ya sea para informarse de los antecedentes del conflicto o para inspirar en él sus reflexiones».

Y en efecto, el lector podrá conocer de forma muy documentada la historia de las diferentes invasiones que sufrió la isla a largo de su historia, los tejemanejes de los militares y las discusiones de derechos hasta llegar a una conclusión que resulta intachable: «Puesto que la guerra es el último remedio, todo expediente legal tiene que ser utilizado con el fin de evitarla». Claro está que los gobernantes de hace tres décadas no hicieron caso al hombre que, él solo, preparó un «Diccionario de la lengua inglesa» –algo que Boswell destaca como una heroicidad, considerando que esa labor la suele realizar un gran grupo de gente durante muchos años–; que era capaz de escribir cien versos en un día –caso de su poema «La vanidad de los deseos del hombre»–; que dominaba el latín, el francés y el italiano; que editó toda la obra de Shakespeare y cuya legendaria sabiduría es aún objeto de admiración.

Publicado en La Razón, 8-IV-2012