domingo, 12 de agosto de 2012

Antes del Estados Unidos-España



Club de baloncesto en Valparaíso, Chile

Mientras veo a Argentina intentando remontar el partido que está perdiendo contra Rusia, ocupo el tiempo a la espera de lo importante: la final olímpica entre EE.UU. y España. El equipo argentino, envejecido pero siempre voluntarioso, está acabando su ciclo baloncentístico: dentro de cuatro años apenas seguirán los jugadores que ahora veo; el país sudamericano no ha trabajado la transición hacia otra generación de jugadores que tomen su relevo y mantengan su alto nivel. Lo contrario que España, bloque joven, compacto, consistente, duredero… y en estos Juegos irregular y decepcionante. Y sin embargo, su juego mediocre e informe le ha bastado para llegar a la ansiada final.

En la fase uno, la selección permitió que un jugador chino les encasquetara treinta puntos, que el equipo de Gran Bretaña, verdaderamente inferior, casi les venciera, que Rusia les remontara dieciocho puntos, que Brasil les acabara desquiciando, que una Francia sin su líder en forma, Tony Parker, solo perdiera tras una horrorosa serie de tiro en el último cuarto (la prensa alabó la defensa española, a mi juicio algo inexplicable). Las lagunas en ataque, el juego exterior insulso a ratos, la impotencia por encontrar a Pau Gasol en el poste bajo, por ejemplo en las semifinales, ha dejado a España irreconocible. Con estos antecedentes, ¿qué puede hacer contra Estados Unidos dentro de un rato? Pues ganar.

Ganar si juega como hace cuatro años, cuando merecieron vencer a aquellos Estados Unidos beneficiados por el arbitraje, que les permitía cometer pasos y así obtener ventajas en el dribling, en la salida del contrataque, en el uno contra uno. Este año Estados Unidos no trae apenas pívots, y parece que ni los necesitan. La polivalencia de los aleros, Bryant, Durant, Anthony y James, suple la ausencia de jugadores pesados en la zona, o como dicen ahora, en la pintura. Lo malo es que el tiro exterior de los americanos puede tambalear la defensa española en un pispás, que el ritmo álgido de juego puede llevar a los nuestros a sufrir demasiadas pérdidas de balón. Y a río revuelto, ganancia de los atletas de la NBA, que son balas corriendo, que son más agresivos, más ambiciosos que el resto de países. Su arrogancia, su show continuo de narcicismo de vergüenza ajena, su vanidad merecerían que alguien les diera un susto, como la Lituania que en la primera fase solo perdió contra ellos de cinco puntos.

Si España pierde de menos de diez puntos, si llega a los cien, si consigue jugar sin complejo de inferioridad y lucha como ellos, si no se dejan avasallar, la derrota será una victoria para los jugadores que ya ganaron moralmente en Pekín. Pero lo moral no basta, no nos basta, el oro sería justa recompensa para esta generación sobresaliente, memorable, irrepetible, que ha jugado tan y tan mal en la primera fase, en los cuartos de final y en las semifinales, pero que pese a ello han alcanzado nada más y nada menos que una final de unos juegos olímpicos por tercera vez en la historia. Por cierto, Argentina no ha podido con Rusia, que acaba de ganar la medalla de bronce.