Biblioteca de Harvard
Debería algún día escribir sobre esta vida acomodada de
escritor no exenta de sentimiento de culpabilidad. Debería recordar lo que dijo
Mark Twain, sobre el hecho de que el trabajo intelectual no podía ser
considerado trabajo. Debería hablar en alguna ocasión de todos esos escritores
plastas que, como para justificar el rechazo de su último libro, quieren dar
pena; de los autores que anhelan que su libro funcione, no que guste o se valore, sino que funcione (venda) y que
tienen expectativas de varios miles de lectores, cuando uno solo (UNO SOLO) ya
es para sentirse privilegiados, pues de entre los millones de libros, ¿qué nos
hace pensar que el nuestro tenga algún interés? Definitivamente, pronto tendré
que mencionar a esos escritores infames (yo a la cabeza) que se lamentan de que
cueste tanto publicar ensayos, libros de poesía, novelas sin género definido.
Dentro de muy poco, todo será polvo, y sólo seremos una
referencia (o ni siquiera eso) dentro de la infinita bibliografía del planeta.
No somos petulantes ni, por fortuna, creemos tener la más mínima importancia,
al contrario de esos escritores de tertulias radiofónicas cuya opinión es tan
insustancial como sus libros. Somos masa para el reciclaje, para el olvido,
para la desaparición. Pero mientras la fecha de caducidad no llegue, hagamos
del carpe diem un modo de vida, un abordaje para la escritura, para así gozar
de todos los privilegios que nos confiere nuestra profesión. Sí, algún día
tendré que hablar de todo esto que me ronda por la cabeza.