En mayo de 1939,
en Nueva York, adonde había emigrado huyendo del nazismo seis años antes, el
dramaturgo alemán Ernst Toller se ahorcaba con el cordón de su bata, a los 45
años, en un cuarto de baño del hotel Mayflower. Su amigo Stefan Zweig dijo que
fue un «suicidio por asco a nuestro tiempo enloquecido, injusto e infame».
Ahora, este escritor antaño famosísimo y hoy muy olvidado protagoniza la
primera novela de la australiana Anna Funder (1966), una abogada que se dedicó
a investigar, en Berlín, el periodo de entreguerras. El resultado es un debut creativo
narrativamente hablando e interesante y riguroso en lo que concierne a la vida
de Toller.
La obra está estructurada en capítulos que van
alternando dos voces: la del propio autor y la de Ruth Wesemann, una anciana
asentada en Sidney que rememora cómo dejó la Alemania hitleriana. Entre ella,
fotógrafa, y el escritor se va tejiendo la red de situaciones que llevaron a
Toller a relacionarse con la prima de Ruth, la valiente Dora, a la que dictaba
su obra y salvó sus manuscritos, y con su secretaria Clara. Aparecen entonces
todos los actos heroicos de Toller, en la guerra, en la revolución, hasta que huyó
«de Europa hacia la tierra de la libertad». La libertad de darse muerte.
Publicado en La Razón, 30-VIII-2012