domingo, 5 de agosto de 2012

Entrevista a Budd Schulberg


Hoy hace tres años moría Budd Schulberg, sobre el que pude hablar en La Razón para revisar su obra y vida al día siguiente, el 6 de agosto del 2009, y al que, en la primavera del 2004, tuve la ocasión de entrevistar. Como recuerdo de ese grandioso escritor, un gentleman de los de antes, elegante y vital, reproduzco aquella conversación.

Resulta imposible encontrarle en las historias de la literatura americana, y tampoco es fácil relacionarlo con el guión cinematográfico por el olvido que sufren este tipo de escritores. Pero el estadounidense Budd Schulberg (Nueva York, 1914), Oscar al mejor guión por «La ley del silencio», basado en su propia obra y protagonizado por Marlon Brando, es un maestro en ambas técnicas, la narrativa y la de los diálogos que toman vida a través del celuloide. Hace poco ha llegado a las librerías españolas una de sus viejas novelas, «El desencantado», la historia medio ficticia medio real que da cuenta de su colaboración con Scott Fitzgerald cuando un joven Schulberg fue contratado para escribir una película junto al autor de «El gran Gatsby».

«Creo que las películas de antaño estaban mejor escritas»


A sus noventa años, Budd Schulberg encarna la historia viva de Hollywood, del tiempo dorado de las grandes estrellas, pero también de la etapa en que algunos escritores se «vendían» para hacer guiones. Eso le ocurre a Manley Halliday en «El desencantado» (Acantilado), un nombre que esconde a Scott Fitzgerald y nos expone su decadencia y derrumbe final junto a un privilegiado testigo, llamado Shep, con el que intenta escribir el guión de una comedia universitaria. De Schulberg conocíamos lo que editó Alba, «Más dura será la caída» (llevada al cine con el rostro de Humphrey Bogart), y ahora aparece esta maravilla publicada en 1950 que Anthony Burgess, en el prólogo, reconoce haber leído más de quince veces. Suena exagerado y, sin embargo, tras disfrutar de ella, se ha de estar de acuerdo y reclamar un espacio para la novela entre las mejores y más amenas del siglo XX, toda una recreación fabulosa del alcoholismo y de las interioridades de la fábrica de sueños que, a veces, produce pesadillas.

Su relación con el cine viene de niño, ¿verdad?
Sí, mi primer contacto con Hollywood tuvo lugar cuando mi padre se responsabilizó de los estudios Paramount, por lo que la indutria cinematográfica fue obviamente de gran interés para mí, aunque desde 1941 optara por vivir casi todo el tiempo alejado de ella.
¿Su primer guión fue junto a Fitzgerald?
No, cuando acabé la facultad en 1936, mi primer trabajo fue junto al productor de «Lo que el viento se llevó», David Selznick. Conocí y trabajé con Scott para «Winter Carnival» en 1939. Aproximadamente diez años más tarde comencé a trabajar en «El desencantado» y, por supuesto, mi experiencia junto a Fitzgerald me permitió conocerle muy bien, hasta su muerte en diciembre. En mi opinión, Scott era tremendamente atrayente. Pese a ser muy descuidado, advertí lo gran escritor que era y, al mismo tiempo, compadecerle por su dura lucha para mantener a su esposa en el sanatorio y a su hija en Vassar. Igualmente, le consideraba realmente encantador y sorprendentemente simpático con los jóvenes escritores como Nathaniel West y yo mismo.
En «El desencantado», se mezcla la corrupción y vulgaridad con el glamour y el lujo. ¿Es algo inherente a Hollywood, ayer y hoy?
Por supuesto, mis novelas sobre Hollywood describen la vulgaridad y la corrupción que caracteriza este lugar para mí junto a sus estallidos de creatividad y arte. Aunque actualmente la estructura económica de Hollywood ha cambiado de forma radical, sigo creyendo que la avaricia y la manipulación del poder no sólo se mantienen vigentes, sino con mayor fuerza que nunca.
La «Generación perdida», ¿fue un buen o mal ejemplo para usted?
Naturalmente, me sentía impresionado por la alta calidad del trabajo de la llamada «Generación perdida» de los años veinte. Había estudiado sobre ellos en mi curso de sociología en la facultad pero, al mismo tiempo, creo que nuestros escritores de la década de los treinta, como Steinbeck y Farrell, comprendían mejor lo que iba mal en nuestra sociedad.
Sería un momento duro cuando le llamaron a testificar desde la Comisión de Actividades Norteamericanas. ¿Cómo influyó eso en su trabajo?
Obviamente, no fue fácil enfrentarse a la Comisión aunque, de forma simultánea, me convertí en una víctima de ello y sentí el esfuerzo comunista por dominar mi escritura. De modo que comencé a relatar mi experiencia con las víctimas de la Unión Soviética, como Babel y Myerhold y otros grandes artistas, que habían sido liquidados durante las purgas de Stalin. No creo que mi testimonio afectara a mi reputación en Hollywood, ya que de un modo u otro había sido condenado al ostracismo desde que publiqué «What makes Sammy run?» en 1941 (Dreamworks se plantea su adaptación con Ben Stiller).
¿Acude al cine o prefiere las películas que conoció personalmente?
Creo que las películas estaban mejor escritas y tenían un mayor valor literario en los treinta, cuarenta y cincuenta, pero cada año encuentro algunos títulos interesantes, especialmente dentro del cine independiente. No obstante, la media de calidad es mucho más baja que antaño. Los intentos por satisfacer al mercado adolescente han dado paso a una ola de filmes basura sedientos de sangre que parecen ser los favoritos de los jóvenes. Esto conduce a que los pocos filmes serios aparezcan casi como un tesoro. Como miembro de la Academia voto en los Oscar cada año, y cada año lamento el hecho de que el público parezca conocer los nombres de todos aquellos que participan en el filme ganador, pero no el del escritor que lo ha creado.