El Emerson del ensayo «La historia», aquel que
decía: «El estudioso ha de leer la historia activamente, no pasivamente: debe
entender que el texto equivale a su vida, de la cual los libros son el
comentario», parece encarnarse en estos textos azorinianos reunidos por
Francisco Fuster con el subtítulo «Reflexiones sobre el oficio de historiador».
Son treinta y un ensayos (once de ellos inéditos en libro) más un cuento con
los que José Martínez Ruiz, como dice el editor, se aleja de la mera erudición
para preocuparse por «cómo el historiador se convierte en narrador para
construir un relato coherente a partir de lo que sólo era una montaña de
datos».
El editor estructura el volumen muy apropiadamente según tres asuntos: la utilidad de la historia, el historiador como artista y las maneras en que se ha de escribir la historia. La «sensibilidad» del que escribe literatura tiene que ser similar al que escribe sobre los hechos pasados, insinúa Azorín, porque también es «una aproximación a la verdad», «una materia fluida», cambiante. Y no podía ser de otra manera en una generación, la del 98, que siempre se preocupó de la España de ayer. «El pasado depende del presente», por lo tanto, pero no sólo para los especialistas, pues todo hombre, como diría Emerson, puede vivir la historia al completo en su persona.
Y es que el método lo es todo; de él depende que
cualquier lector asimile la historia con fluidez y conocimiento. Para Azorín,
tales asuntos han de carecer de retóricas y contenidos superfluos, indica
Fuster, han de ir a lo importante, a lo práctico y a lo comprensible. Por eso,
en estos artículos de prensa («Abc», «La Vanguardia», «Destino»…), el autor de
«La voluntad» opta por el diálogo entre personajes cercanos en su día a día o
por comentarios sobre novedades editoriales para presentar, con amenidad, sus
inquietudes en este campo. Y todas convergen en varias ideas: la historia es
más subjetiva que objetiva; la de España se conoce y enseña mal; y la historia,
más que una ciencia, es «arte de nigromántico».
El editor estructura el volumen muy apropiadamente según tres asuntos: la utilidad de la historia, el historiador como artista y las maneras en que se ha de escribir la historia. La «sensibilidad» del que escribe literatura tiene que ser similar al que escribe sobre los hechos pasados, insinúa Azorín, porque también es «una aproximación a la verdad», «una materia fluida», cambiante. Y no podía ser de otra manera en una generación, la del 98, que siempre se preocupó de la España de ayer. «El pasado depende del presente», por lo tanto, pero no sólo para los especialistas, pues todo hombre, como diría Emerson, puede vivir la historia al completo en su persona.
Publicado en La Razón, 6-IX-2012
