jueves, 13 de septiembre de 2012

El sonido y la fe de la A a la Z



Estaremos de acuerdo en que la música, la mitología, la magia y la religión son algunos de los campos del saber más amplios, de mayor diversidad, complejidad e historia que se puedan encontrar. Hay una bibliografía desmesurada acerca de cada uno de ellos, desde luego, así que el hecho de que un solo libro se ocupe íntegramente de ese cuarteto de materias constituye todo un desafío. Ramón Andrés ha llevado a cabo semejante tarea con la exquisitez, sapiencia y buen gusto al que nos tiene acostumbrados.

El autor sabe bien que cada una de esas materias no son islas independientes, sino que entre ellas se tienden puentes, visibles y subterráneos, por más que el horizonte de cada uno de sus mares sea inabarcable, infinito. Separar la religión de la música es, ciertamente, imposible para un autor que ha estudiado de manera excelsa a Bach y Mozart; cómo podría separar la poesía de algo igualmente etéreo, intuitivo y mágico como la mitología, que inspiró los primeros versos conocidos, este autor de aforismos, traductor de poetas (como Dylan Thomas) y poeta él mismo; de qué modo disociar estos asuntos si la literatura, la pintura y la escultura los han asociado desde la antigua Grecia, durante el Renacimiento, hasta hoy mismo. Tal integración hace que, en este, por así decirlo, Diccionario de Todo, tan acertadamente ilustrado además, determinadas entradas remitan a otras de forma muy dinámica y las mil ochocientas páginas formen un conjunto homogéneo.

En su libro «La conducta de la vida» (1860), Ralph Waldo Emerson decía: «No es un mal libro para leer un diccionario. No contiene banalidades, ni explicaciones superfluas, y está repleto de sugerencias, de materia prima para posibles poemas y narraciones». El de Andrés da sentido a estas palabras –primero por la calidad estilística del autor, cuya elegancia literaria y rigor informativo pudieron saborearse en trabajos superlativos, caso del ya canónico «Historia del suicidio en Occidente» (2003)– como en su momento ocurrió con el «Diccionario de símbolos» (1969) de Juan Eduardo Cirlot, el ejemplo que más concomitancias presenta con respecto al de Andrés, pues tiene entradas, si bien bastante breves, sobre el simbolismo de muchos animales, objetos y asuntos místicos.

De tal modo que podríamos hacer nuestra propia compartimentación de palabras en base a su esencia etimológica y cultural: hay árboles como el abedul, el boj y el roble, animales como el ciervo, el ruiseñor y la tortuga, diosas como Afrodita y Cibeles, dioses como Dioniso, Apolo y Zeus, e instrumentos como el arpa y la flauta; aparecerá la definición de alma, amén y amistad; nos tropezaremos con el apocalipsis y recuperaremos la Atlántida; investigaremos sobre la cábala, la alquimia, la astrología y el chamanismo; veremos la cruz, la cuerda y las campanas; seguiremos a David, al diablo y al encantador de serpientes; sabremos qué es la fama, la locura y la melancolía, cómo se entendió la ceguera, el afecto y la curación; pisaremos el laberinto, el Olimpo y el Paraíso; se asomarán las musas, los números, las notas musicales… Mencionamos unos pocos elementos sencillos y conocidos por todos, pero el lector también contará con gran cantidad de voces que remiten a la mitología hindú, céltica y escandinava.

No en balde, en una casi enigmática nota preliminar, Andrés apunta que el libro trata de cómo, en «distintos asentamientos indoeuropeos», desde la era de las primeras migraciones humanas, se concibió «una forma de cantar parecida, un mismo modo de contemplar el fuego y de olvidar». Así, todos estos símbolos y tradiciones diseminadas por doquier tienen paralelismos que los unen y justifican de manera común. Esos serían el propósito y la propuesta. Unido a ello, el autor postula sutilmente el afán de discernir la verdad, siquiera de modo ilusorio, a la hora de buscar la sabiduría, y relativiza el misterio que nos rodea y que a veces justificamos de forma religiosa: «Somos genética y fabulación, voluntad y nudo de historias “fingidas y verdaderas”, por decirlo con Cervantes. Lo sagrado, las más de las veces, es el sordo deseo de explicación». Y qué si no es un diccionario: un deseo de explicación que ha cobrado voz textual, eco de las mil y una explicaciones que se han heredado a lo largo de los siglos.

Publicado en La Razón, 13-IX-2012