Hay en la historia algunos
casos paradigmáticos de cómo un personaje –Tarzán, Sherlock Holmes,
Frankenstein…– se impone con tal fuerza que se traga al autor, convirtiéndolo
en un ser casi anónimo a causa de la trascendencia universal de su creación.
Absolutamente nadie desconoce quién es Drácula, pero muchos no sabrán que su
autor fue un irlandés que no ganó dinero con esa obra que los críticos
desdeñaron desde el comienzo, un tipo que pese a no disfrutar de éxito literario
tuvo una rica vida social, lo cual le llevó a codearse con lo más granado del
mundillo cultural londinense y norteamericano, y cuya vida estuvo marcada por
la compañía de un hombre para el que trabajó como manager en el teatro más
importante de la época victoriana, el actor Henry Irving, famosísimo por sus
papeles de Hamlet o Mefistófeles; una relación que muchos han visto de tintes
homosexuales pero en todo caso funesta al final para Stoker, pues cobraba tan
poco que llegó al fin de su vida teniendo que pedir ayuda a sus amigos.
Ahora, la editorial Reino de
Cordelia publica «Drácula. Un monstruo sin reflejo», una forma de conmemorar
los «cien años sin Bram Stoker 1912-2012» y asomarnos a la historia del
vampírico personaje ya con su primer artículo, del editor Jesús Egido, que
recuerda cómo «un monstruo enterrado hace siglos, que sólo puede salir al
amparo de la noche y teme a los crucifijos y las hostias consagradas, un conde
transilvano fétido y culto, contrata los servicios de una agencia inmobiliaria
londinense en busca de la yugular femenina que le obsesiona desde que contempló
una fotografía de su dueña». Esta es Mina Harker, a la que su prometido
Jonathan le envía unas cartas que son la médula de la novela, pues Stoker
eligió el género epistolar para contar las andanzas de este joven abogado
inglés que acude a los montes Cárpatos de Transilvania para cerrar unas ventas
con el llamado conde Drácula.
El resto de esta novedad
editorial, repleta de fotogramas de películas, reproducciones de las ediciones
de «Drácula» y dibujos –además, se añaden dos relatos, «El invitado de
Drácula», del propio Stoker, y «Vampiro», de Emilia Pardo Bazán–, cuenta con
colaboraciones tan destacadas como la de Luis Alberto de Cuenca, que hace una
revisión bibliográfica de las traducciones españolas del clásico, la del
crítico y teórico de la historieta Javier Alcázar, que proporciona «un repaso a
los cómics de vampiros», la de la actriz Emma Cohen, quien habla de «los
vampiros del cine español», o la del crítico de cine y literatura Jesús
Palacios, que apunta «unas breves notas sobre vampiros y vampirismo en la
literatura española e hispanoamericana». Todos ellos abordan algo que, en
propiedad, ya es inabordable: la influencia de ese mito en la cultura popular
de todo el siglo XX y lo que llevamos del XXI, especialmente desde «Drácula»
(1897), pero aun antes, pues el vampiro literario nació décadas atrás, cuando
algunos escritores se basaron en el folclore para pergeñar hombres sedientos de
sangre humana, como “El vampiro” (1816), de John Polidori, secretario de Lord
Byron.
Desde el comienzo, Stoker tuvo
claras las características de su inmortal personaje; en el volumen, se
transcribe un decálogo del vampiro; éste «puede transformarse en lobo y en
murciélago, reptar por las paredes» y «es capaz de controlar las fuerzas de las
tormentas y otros fenómenos naturales y de crear masas de niebla para ampararse
en ellas». Un individuo lóbrego e imparable, surgido de la poética imaginación
de un narrador del que no se recuerda ninguna otra obra. El traductor Óscar
Palmer señala «la rica y compleja personalidad del auténtico Bram Stoker, un
hombre atlético e industrioso, afable, mordaz y dotado de un espléndido sentido
del humor». Trabó amistad con Walt Whitman y Mark Twain (fue a Estados Unidos
para acompañar las actuaciones de Irving), y antes lo había sido de los padres
de Oscar Wilde, cuya novia de juventud Florence acabaría casándose con el
propio Stoker.
Deportista potentísimo, pese a
que pasó sus primeros siete años de vida enfermo en casa, estudiante
sobresaliente en el Trinity College, funcionario del Estado, miembro del
colegio de abogados Inner Temple y la Sociedad Filosófica de Dublín, además de
la esotérica Hermetic Order of the Goleen Dawn, Stoker se interesó por el
psicoanálisis y el hipnotismo; su vida privada fue un enigma: un biógrafo dice
que tras el nacimiento de su hijo, desistió del sexo matrimonial, y otro
asegura que era un tipo mujeriego porque Florence era frígida. En todo caso,
murió de sífilis, la misma semana del hundimiento del Titanic, a los sesenta y
cuatro años, pidiendo la incineración, tal vez para no verse en la tumba con el
conde que, mucho después, se aprovecharía de su sangre hasta adquirir una fama
inmensamente mayor a la suya.
Publicado en La Razón, 21-X-2012