jueves, 11 de octubre de 2012

La bondad ante todo


Cada día que pasa, aquel hombre forjado en mil oficios que se consagró a escribir, a observar la naturaleza, a vivir dos años y dos meses en una cabaña frente a la laguna de Walden Pont, en Concord, es más consolador y estimulante. El traductor Antonio García Maldonado y los editores de Errata Naturae han hecho un trabajo espléndido trayendo al castellano, con un prólogo y aparato de notas excelentes, este conjunto de misivas que Thoreau envió a su amigo Harrison G. O. Blake, al que había conocido en casa de R. W. Emerson y con el que compartirá excursiones y se carteará entre 1848 y 1861, año de la muerte del autor de «Desobediencia civil».

Unas cartas de un maestro a su discípulo, aunque Thoreau y su admirador casi tuvieran la misma edad y una misma formación en Harvard. Se aporta la única epístola de Blake que se conserva, donde éste interpreta maravillosamente las intenciones y el talante de aquel que se definió como «inspector de ventiscas y diluvios». Thoreau, por su parte, habla de su creencia en la simplicidad y autoconfianza, de la bondad propia como el mejor ejemplo de cara a los demás. Su propuesta de mirar la vida desde su esencia, eliminando las necesidades autoimpuestas, se abre paso con una inteligencia y belleza conmovedoras y, al cerrar el libro, nuestra alma ha logrado una plenitud que no tenía antes.

Publicado en La Razón, 11-X-2012