Ser poeta es una actitud, una máscara que no se ve
pero que es verdadera y que está dentro del individuo. Ser poeta es una
protección ante el mundo, una preocupación por vivir, hondo consuelo de hablar
de la vida mediante una manera insólita: el lenguaje (el mismo que utilizamos
para hablar), enriquecido por la comprensión de nuestra mente abstracta, por el
sonido y el ritmo de las letras mezcladas, por la angustiosa sensibilidad de
reclamar como nuestro todo lo que pasa, en el interior y en el exterior de uno
mismo, una necesidad que es satisfecha para evitar el presunto remordimiento
por no haberla ejecutado. Ser poeta es fingir un dolor estético, declarándolo,
argumentar el principio y el fin de los sentimientos, enfangarse de pasado: y
no de las circunstancias, sino del poso del abandono triste o del desencanto
feliz que han producido. Ser poeta es optar a la solemnidad, a veces ridícula,
de admitir que la vida puede llegar a ser importante si merece dejarse escrita.
25 de junio de 1997