sábado, 15 de diciembre de 2012

Un niño perdido en Londres


En cierto modo, todo empezó en una fábrica de betunes. Allí se empleó el pequeño Charles para ganar algo de dinero ante las deudas de su padre. Para el biógrafo del futuro escritor Dickens, G. K. Chesterton, se trató de un «niño perdido», aunque aquel infame trabajo infantil no sería un recuerdo amargo para el «mayor optimista del siglo XIX», ni impediría que disfrutara de la adolescencia en Londres como escribiente en el despacho de un procurador, almacenando en su mirada las pequeñas cosas que luego invadirán sus novelas.

Pérez Galdós, que tradujo «Pickwick Club», también observaría esa destreza: «Lo primero que os llama la atención cuando leéis una novela de Dickens, es su admirable fuerza descriptiva, la facultad de imaginar, que unida a una narración originalísima y gráfica, da a sus cuadros la mayor exactitud y verdad que cabe en las creaciones del arte». La lista de tales creaciones resulta imperecedera, pero más bien habría que denominar la narrativa de Dickens al modo chestertoniano: Dickenslandia, una suerte de mitología donde se respira el ambiente de una taberna en la que se reúne gente para beber y charlar; un lugar que encuentra su clímax en la recreación de la Navidad en unos cuentos que escribe en Italia, en 1844.

Allí, lejos del «comfort», ese instinto hogareño tan inglés, construyó su visión navideña. Tal vez exageró al integrar demasiadas dosis de felicidad en la vida de los desgraciados, pero no seremos nosotros quienes cuestionemos su visión de la realidad, a él, enemigo de la política económica británica desde joven, cuando asistía a los discursos en el Parlamento como periodista y denunciaba los abusos gubernamentales. El Dickens artista, pues, no puede deslindarse del social: promulgó cambios necesarios para el ciudadano desde su posición de intelectual influyente y ayudó a que se desarrollaran reformas. Esas injusticias, a sus ojos literarios, iban a tener una víctima, un protagonista imborrable: siempre un niño ubicado en un medio humilde, tan valiente como digno de lástima y amor.

Publicado en La Razón, 14-XII-2012