domingo, 20 de enero de 2013

Entrevista capotiana a Eduardo Moga


En 1972, el escritor estadounidense Truman Capote (1924-1984) publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el autor de A sangre fría se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Eduardo Moga.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
En el que estuvieran mis libros. Y, si no tuviera libros, en la finca en que transcurre La belleza robada (a ser posible, con Liv Tyler dentro).
¿Prefiere los animales a la gente?
No. Es más, creo que quienes prefieren los animales a la gente padecen alguna tara moral: los animales no nos dan amor, ni cariño, ni nada de lo que se les atribuye: se limitan a ser animales; sus supuestas virtudes son proyecciones nuestras: lo que percibimos en ellos es lo que deseamos –o necesitamos– percibir. Afirmar, por ejemplo, que los perros son mejores que los seres humanos –pitbulls y demás excluidos, claro– degrada a quien lo dice.
¿Es usted cruel?
No, aunque siento la crueldad como una tentación frecuente, y, a veces, me descubro practicando alguna, como insistir en algo que sé que hiere a mi interlocutor.
¿Tiene muchos amigos?
Sí.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Inteligencia, lealtad, sentido del humor, cierto nivel cultural, una conversación interesante, indulgencia y adaptabilidad, que sean buenas personas y, sobre todo, que no me juzguen.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Sí, aunque me está bien empleado, por esperar demasiado de ellos, o por esperar lo que no pueden dar.
¿Es usted una persona sincera?
A veces, cuando me lo puedo permitir, y solo si es estrictamente necesario. Miento más que digo la verdad. Y reivindico la mentira, que es un gran lubrificante social. Sin la mentira, la vida civilizada sería imposible, y ni hablemos de la literatura; más aún: sin mentir, muchos no se soportarían a sí mismos. La sinceridad es una gran descortesía y, con frecuencia, una crueldad innecesaria.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo, viendo películas, hablando con la gente a la que quiero, paseando con mi mujer, haciendo el amor, también con mi mujer.
¿Qué le da más miedo?
La muerte.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La grosería, la estupidez, la crueldad.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Yo no he decidido ser escritor: más bien me he descubierto siéndolo por una conjunción de circunstancias difusas, de índole caracterológica, biográfica y afectiva, gobernadas, en gran medida, por el azar. Del mismo modo habría podido decantarme por muchas otras ocupaciones que me siguen pareciendo atractivas: jardinero, psicólogo, actor de teatro, portero de fútbol.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Voy a un gimnasio tres o cuatro veces por semana: hago máquinas y elíptica, nado y me someto, en sesiones de spinning, al sadismo de una monitora psicópata que, en su anterior reencarnación, debió de ser obersturmbannführer en Treblinka.
¿Sabe cocinar?
No. Pero hago un pan con tomate buenísimo.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
¿El Reader’s Digest aún existe? En ese caso, sobre mi padre.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Esperanza.
¿Y la más peligrosa?
No es una palabra, sino una expresión: «Como Dios manda».
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Pienso mucho en el suicidio, aunque no estoy seguro de que pensar mucho en él signifique querer matarme. También he querido suicidar a otras personas; recuerdo ahora mismo a un editor de poesía y a un ex presidente del gobierno español a los que de buena gana habría introducido en una trituradora de papel.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Si he de identificarlas con una denominación clásica –y tópica–, de izquierda. Sin embargo, hoy prefiero asociarlas con todos aquellos movimientos que promuevan el sentido crítico, el uso veraz del lenguaje, la solidaridad colectiva y la justicia social, y la comprensión antidogmática de la realidad.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Millonario.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Si por «vicios» entendemos «defectos», el desorden mental (me gustaría pensar con mucha más precisión), la cobardía, la vanidad.
¿Y sus virtudes?
La capacidad verbal, que abarca la capacidad de escuchar; la capacidad de amar (todavía); cierto sentido de la decencia; la lealtad. Y me gusta pensar que albergo alguna elegancia en las cosas que hago.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
La mirada de mi madre, la mirada de mi mujer la primera vez que hicimos el amor, la mirada de mis hijos.
T. M.