En 1972, el escritor estadounidense Truman
Capote (1924-1984) publicó un original texto que venía a ser la autobiografía
que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el
autor de A sangre fría
se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas
preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres,
ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana»,
con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Eduardo Moga.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
En el que estuvieran mis libros. Y, si
no tuviera libros, en la finca en que transcurre La
belleza robada (a
ser posible, con Liv Tyler dentro).
¿Prefiere
los animales a la gente?
No. Es más, creo que quienes prefieren
los animales a la gente padecen alguna tara moral: los animales no nos dan
amor, ni cariño, ni nada de lo que se les atribuye: se limitan a ser animales;
sus supuestas virtudes son proyecciones nuestras: lo que percibimos en ellos es
lo que deseamos –o necesitamos– percibir. Afirmar, por ejemplo, que los perros
son mejores que los seres humanos –pitbulls y demás excluidos, claro– degrada a
quien lo dice.
¿Es
usted cruel?
No, aunque siento la crueldad como una
tentación frecuente, y, a veces, me descubro practicando alguna, como insistir
en algo que sé que hiere a mi interlocutor.
¿Tiene
muchos amigos?
Sí.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Inteligencia, lealtad, sentido del
humor, cierto nivel cultural, una conversación interesante, indulgencia y
adaptabilidad, que sean buenas personas y, sobre todo, que no me juzguen.
¿Suelen
decepcionarle sus amigos?
Sí, aunque me está bien empleado, por
esperar demasiado de ellos, o por esperar lo que no pueden dar.
¿Es
usted una persona sincera?
A veces, cuando me lo puedo permitir, y
solo si es estrictamente necesario. Miento más que digo la verdad. Y reivindico
la mentira, que es un gran lubrificante social. Sin la mentira, la vida
civilizada sería imposible, y ni hablemos de la literatura; más aún: sin mentir,
muchos no se soportarían a sí mismos. La sinceridad es una gran descortesía y,
con frecuencia, una crueldad innecesaria.
¿Cómo
prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo, viendo películas, hablando con
la gente a la que quiero, paseando con mi mujer, haciendo el amor, también con
mi mujer.
¿Qué
le da más miedo?
La muerte.
¿Qué
le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La grosería, la estupidez, la crueldad.
Si
no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Yo no he decidido ser escritor: más
bien me he descubierto siéndolo por una conjunción de circunstancias difusas, de
índole caracterológica, biográfica y afectiva, gobernadas, en gran medida, por
el azar. Del mismo modo habría podido decantarme por muchas otras ocupaciones
que me siguen pareciendo atractivas: jardinero, psicólogo, actor de teatro,
portero de fútbol.
¿Practica
algún tipo de ejercicio físico?
Voy a un gimnasio tres o cuatro veces
por semana: hago máquinas y elíptica, nado y me someto, en sesiones de spinning, al sadismo de una monitora psicópata
que, en su anterior reencarnación, debió de ser obersturmbannführer en Treblinka.
¿Sabe
cocinar?
No. Pero hago un pan con tomate
buenísimo.
Si
el Reader’s Digest le
encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a
quién elegiría?
¿El Reader’s
Digest aún
existe? En ese caso, sobre mi padre.
¿Cuál
es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Esperanza.
¿Y
la más peligrosa?
No es una palabra, sino una expresión: «Como Dios manda».
¿Alguna
vez ha querido matar a alguien?
Pienso mucho en el suicidio, aunque no
estoy seguro de que pensar mucho en él signifique querer matarme. También he
querido suicidar a otras personas; recuerdo ahora mismo a un editor de
poesía y a un ex presidente del gobierno español a los que de buena gana habría
introducido en una trituradora de papel.
¿Cuáles
son sus tendencias políticas?
Si he de identificarlas con una
denominación clásica –y tópica–, de izquierda. Sin embargo, hoy prefiero
asociarlas con todos aquellos movimientos que promuevan el sentido crítico, el
uso veraz del lenguaje, la solidaridad colectiva y la justicia social, y la
comprensión antidogmática de la realidad.
Si
pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Millonario.
¿Cuáles
son sus vicios principales?
Si por «vicios» entendemos «defectos»,
el desorden mental (me gustaría pensar con mucha más precisión), la cobardía,
la vanidad.
¿Y
sus virtudes?
La capacidad verbal, que abarca la capacidad
de escuchar; la capacidad de amar (todavía); cierto sentido de la decencia; la
lealtad. Y me gusta pensar que albergo alguna elegancia en las cosas que hago.
Imagine
que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían
por la cabeza?
La mirada de mi madre, la mirada de mi
mujer la primera vez que hicimos el amor, la mirada de mis hijos.
T.
M.