Hay mil anécdotas sobre un fenómeno que cambió el
paradigma del lector literario: la novela por entregas en la prensa. Atrás iba
a quedar la lectura solamente como “una necesidad vital para las clases
superiores”, en palabras de Arnold Hauser en “Historia social de la literatura
y el arte”, pues hacia el año 1800 el analfabetismo casi absoluto da un giro y
nuevas generaciones ya no tienen que limitarse a ser meros oyentes de historias
al calor del hogar por las noches, sino que han aprendido a leer y tienen unas
monedas para su entretenimiento semanal: el folletín (“tipo de relato propio de las novelas por entregas, emocionante y
poco verosímil”, según el DRAE).
Una de esas anécdotas se dio con «La tienda de
antigüedades», de Charles Dickens, que se publicó por entregas entre 1841 y
1842; la novela exponía el destino trágico de la huérfana Nell, que emocionó a
los lectores ingleses y más tarde a los norteamericanos. «Se contaba que en el
puerto de Nueva York las tripulaciones y el pasaje se preguntaban de una a otra
cubierta de los barcos que entraban y salían por la suerte de la pequeña Nell », apunta
Andrés Trapiello. Y cosas parecidas ocurrieron en el París que vio a Dumas o
Balzac escribir a destajo (a menudo con “negros” a su cargo para agilizar el
ritmo de escritura).
El origen de todo ello cabe buscarlo en el
periodismo londinense, a finales del siglo XVII.
Al reportero robinsoniano Daniel Defoe se le ocurriría
escribir una historia pensando en el lector popular, y de ahí surgiría su historia inspirada en un
náufrago real, combinando realidad y aventura. Una clave que perdura hasta hoy.
Publicado en La Razón, 19-I-2013