miércoles, 16 de enero de 2013

Entrevista capotiana a Jaime Quezada


En 1972, el escritor estadounidense Truman Capote (1924-1984) publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el autor de A sangre fría se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, del poeta chileno Jaime Quezada.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
El trasfondo del patio de mi casa natal (donde tuve una infancia feliz a pesar de ser mal señal para la vida); a la sombra de unos cerezos en flor; rodeado de tórtolas y otras aves del cielo, alimentadas solo de palabras como si éstas fueran alpistes o semillas de cannabis; leyendo en su idioma original A la recherche du temps perdu, esos siete  interminables tomos de Marcel Proust que me leí en español (traducción de Pedro Salinas y Marcelo Menasché) en el verano de 1973.  ¿Para qué salir, entonces, de ese paraíso reencontrado?
¿Prefiere los animales a la gente?
Ni a unos ni a otros. Animales todos, incluido yo mismo. Aunque me hubiese gustado ser amigo no del franciscano lobo de Gubbio, sino del ingenuo –después de todo– lobo de Caperucita, que pudo haber entrado sin más en la espesura…
¿Es usted cruel?
Sí,  heredero de una humanidad cruel. La corona de espinas de Cristo todavía es hoy la crueldad del mundo. Kazantzaki: “En vano, Cristo amado, en vano, han pasado dos mil años y los hombres te siguen crucificando”.
¿Tiene muchos amigos?
Si dijera muchos estaría mintiendo. Si dijera tres o  cinco, también. En verdad, dos: yo y mi soledad, aunque esa soledad está poblada de amigos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Ninguna (al menos en esa soledad), si buscara cualidades ya no serían amigos. No hay aquí certámenes o concursos o selecciones de atributos más o atributos menos. Las cualidades, si no son auténticas, cambian según el orden del tiempo.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No (si los tuviera), de lo contrario no serían amigos.
¿Es usted una persona sincera? 
Sí. Sincero y honesto a carta cabal o de sinceridad total, y a tal extremo que a veces ni me creo a mí mismo, como si la sinceridad me enseñara a mentir. Quiero decir que la sinceridad me ha enseñado a conocer la mentira.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
¿Leyendo, escribiendo, paseando, durmiendo, cultivando el jardín, mirando una tienda de zapatos o una relojería? En verdad, todo tiempo es tiempo libre en su solo afán de ocio o de horario. Pues yo me he hecho mi tiempo como si éste fuera siempre libre en mí, incluido mi ocio o mi horario de afanes cotidianos. Yo soy mi tiempo y lo manejo a mi suelto antojo. Ejemplo: cuando me despierto cada mañana, no salto de la cama hasta que una voz interior en mí –el tiempo– me dice: Jaime, levántate. Entonces mi cuerpo se echa a andar guiado por ese aire que pasa y que se queda, que es el tiempo.
¿Qué le da más miedo?
Que el día menos pensado alguien, un lector enemigo acaso, descubriera que en literatura soy un impostor y me acusara de plagio reiterado en mis escritos. Por lo demás, ese alguien estaría en lo cierto…
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
El escandalizarse conlleva, sin duda, una frivolidad. El mundo o el rumor del mundo está lleno de frivolidades, es decir de escándalos, por arriba y por abajo. Es cosa de ver las páginas de los periódicos. Nada en este mundo, ni en lo público ni en lo privado,  me escandaliza, así se desnude el mundo. A no ser –en ese mundo– el hambre, la pobreza, la injusticia social, la falta de educación, la discriminación racial y/o sexual, la “cultura” de muerte y no de vida. Recuerde el dicho: “Hombre soy y nada de lo humano me es ajeno”.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Sentarme a la puerta de mi casa a ver pasar no el cadáver de mi enemigo, sino el mío propio. ¡Qué vocación más creativamente perdida!
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
¿No ha visto mi cuerpo de Charles Atlas?: Mens sana in corpore sano. El dicho latino me viene bien. Yo gimnasta pedestre desde la edad de escuela primaria;  yo gimnasta sueco y al aire libre; yo gimnasta y andinista en los Andes de Chile sin venirme cordillera abajo. Y además, los domingos, atleta aficionado (siguiendo a pie la letra de un poema de Kavafis).
¿Sabe cocinar?
Sí, y a la perfección, dicen los que han gustado de mis platos, y lo digo yo también. Esto de andar en los misterios de la cocina es una de mis fervorosas más que aficiones y, a su vez, aflicciones (el qué cocinar hoy o mañana). Nada de erudito en el libro-recetario tal o cual. Pura invención y creación no más en el arte de cocinar mis arroces o mis patatas. La letra no sirve, la sartén manda. Seguí un curso de gastronomía por correspondencia, pero no me sirvió de nada. Era una confusión de malos olores y peores sabores. La cocina es para mí el desarrollo pleno de los sentidos y el goce sensual del paladar.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
El artículo ya lo tengo escrito (es cosa que Reader’s Digest me lo pida): “De cómo me hice vagabundo después de La quimera del oro con un Charlie Chaplin compadre mío”. Toda la humanidad en ese personaje que maravilló mi infancia y sigue por siempre en mi adultez (infancia vieja no más) maravillándome. Me vi retratado en él. Yo era el vagabundo, el soñador, el desamparado, el enamorado, el perseguido por la policía, el perdido en ciudad triste, el encontrado con una quimera a la vuelta de una esquina. La aventura de vivir la vida con ternura y humor y amor. Y fin.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Esperanza, precisamente. Mientras exista, la sobrevivencia del hombre sobre la tierra puede estar asegurada. La Esperanza puede ser, es, ese sol que sin estridencia alguna sale para todos cada amanecer.
¿Y la más peligrosa?
La palabra-verbo Prohibir. Aunque dejémonos de leseras, toda palabra, según la carga de dinamita o de aparente ternura que tenga, es peligrosa, incluso la palabra Amor o la palabra Dios.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
…Uf!, a contra Mandamiento muchas veces. Pero cómo, si nunca he tenido –ni por pienso– un arma de fuego ni de juego en mis manos. No dijo alguien por ahí ¿que todo hombre es el lobo del hombre?
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Vengo de una familia paterna conservadora y tradicionalista, lo más rueda de carreta del abolengo político chileno. Sin embargo, un tío marxista, que leía la Biblia y el Manifiesto comunista, me inclinó hacia una izquierda extrema y socialista, que al final de cuentas resultó tan conservadora y tradicionalista como aquélla. Eran los tiempos de una cultura cívica chilena ilustrada y ejemplar. Total, hoy soy cristiano y chileno, sin militancia partidista, pero en una izquierda ciudadana y activa, que ama y respeta y aboga por la democracia total, republicana y ecuménica (en su amplitud de prójimo y de mundo), enemigo de todo acto o crimen de lesa humanidad y de todo autoritarismo o dictadura (de poder y de pensamiento), y que clama al mundo por el preservar los derechos humanos y las libertades en este vivir contemporáneo.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Guardavías en una abandonada estación ferroviaria por donde ya no pasan trenes con locomotoras a vapor. Tendría todo un tiempo mío para conversar con imaginarias viajeras de imaginarios viajes por imaginarios países.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Vivo mi vida como si fuera un vicio. Vicio de vivir. Y que yo alimento de mañana a tarde y a noche: vicio de amar y de soñar, vicio de beber y de leer, vicio de oración (soy un hombre religioso) y de masturbación (aunque vicio virtuoso, mejor), vicio de permanentes nostalgias y de anhelosos futuros… Y así, un siempre y continuo círculo Vicioso en un eterno retorno que sinceramente me purifica de todo mal.
¿Y sus virtudes?
Tuve tres, si es que son virtudes, y que ya con la edad se me agotaron: tolerancia (sin poner la otra mejilla); paciencia (la burocracia existe); obediencia (a mí mismo, “que bien sé yo la fonte que mana y corre aunque es de noche”). Después de todo, quizás mi únicas non sancta virtudes de hoy sean reconocer mis propios propios errores y ser un individuo de sentimientos, no resentimientos.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
El gesto iracundo de mi tía Clementina cobrándome los cinco pesos que le saqué de su cartera el día de mi Primera Comunión... El rostro aureolado de una muchacha pianista que amé a los veinte años sin saber ella nunca que yo mozartianamente la amaba… La imagen pródiga y llorosa de mi madre levantando su mano derecha y su pañuelo de adioses la mañana que abandoné la aldea natal para echarme a vagar mundo. ¿Será todo eso la eternidad?
T. M.