El 14 de mayo del 2011, una empleada de 32 años de un
hotel neoyorquino llamada Diallo Nafissatou presentó una querella contra el
político y economista Dominique Strauss-Khan, en aquel momento director del
Fondo Monetario Internacional. Un hecho que no sólo apartaría a DSK de ese
organismo financiero sino que iba a significar el fin de su carrera política,
pues renunciaría a presentarse como candidato socialista a las elecciones
francesas de este 2012. Aquel escándalo por el que fue acusado de agresión
sexual e intento de violación es tomado por Juan Francisco Ferré (Málaga, 1962)
para la concepción de DK, protagonista de esta novela ganadora del premio
Herralde, un viaje surreal muy valiente técnicamente hablando, un asombroso
ejercicio de estilo donde diversas voces se mezclan para participar de un
“karnaval” donde la ficción es tan delirante que se aproxima mucho a la
realidad.
De forma similar a la también extensa Providence (2009), su anterior novela
–una parábola fáustica y cinéfila que parte de la ciudad que vio nacer a
Lovecraft–, Karnaval ofrece el mismo
atrevimiento estético, la misma voluntad de romper moldes narrativos y fabricar
una prosa que asombra e hipnotiza al lector tanto como puede llegar a abrumarlo
y a agotarlo. En esa virtud encomiable reside el riesgo de un libro que, en
cualquier caso, es pura dinamita: aprovecha varios acontecimientos reales, como
el arresto domiciliario que sufrió Strauss-Khan tras ser detenido en el
aeropuerto JFK o su círculo familiar o profesional, para que su DK, o “dios K”,
como se le conocerá a medida que se vaya convirtiendo en un “cadáver político”,
sea el centro de todas las atenciones. Y es que, por un momento, DKS acaparó
los medios de comunicación con un insuperable morbo: ¿uno de los mandamases de
la decadente economía mundial era un obseso sexual, dando por buenos los
rumores sobre sus actividades orgiásticas?
La mujer que lo denuncia en la novela dice haber estado
encerrada “en una habitación de hotel con una bestia lujuriosa, con un animal
desnudo que sólo quiere humillarte y maltratarte y degradarte”. Más allá de su
culpabilidad o inocencia, lo que Ferré sobre todo plantea es un juego de
personalidades –“¿Quién soy yo? Es una buena pregunta para empezar”, es el
primer renglón de la novela– para colocar a su personaje en un ambiente
opresivo, frío, kafkiano, siguiendo el juego de las K. La opinión de la
limpiadora, y la de muchos personajes reales del mundo de la cultura que comentan
un “episodio truculento que la crónica sensacionalista lleva semanas explotando
como si se tratara de un acontecimiento de primera magnitud”, se mezclan con la
de un DK siempre atento a su pene amoratado, descubierto por “la bruja africana
que lo sedujo contra su voluntad”.
Poder y sexo, pues, en una narración de notable
trascendencia por cuanto se inscribe en un presente que Ferré recrea con
fundamento y causticidad. No se salva nadie de la esfera internacional: “el
dios K” se toma la libertad de dar consejos por carta a Sarkozy, Obama,
Benedicto XVI o Bill Gates, y “los mercados vampiro. Los mercados parásitos.
Los mercados chupasangre” y las agencias de calificación van extendiendo sus
influyentes garras a medida que nos acercamos al catártico final de un
personaje que entra en barrena mediante alocados monólogos frente a las féminas
que le atraen y que ve, con pasión, movimientos sociales equivalentes al 15-M;
una revolución que está en los antípodas del trono desde el que gobernó el
mundo de las finanzas.
Publicado en Mercurio (núm. 147, enero 2013)