miércoles, 20 de febrero de 2013

Entrevista capotiana a Víctor del Árbol


En 1972, Truman Capote (1924-1984) publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el autor estadounidense se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Víctor del Árbol.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Si no tuviera que ser un espacio físico, creo que me bastaría vivir dentro de mi mente. Si debe ser un lugar concreto, el museo del Prado me serviría.
¿Prefiere los animales a la gente?
No somos tan diferentes. Pero a veces sí. Sobre todo con  los perros.
¿Es usted cruel?
En ocasiones con el tipo que veo en el reflejo del espejo al mirarme.
¿Tiene muchos amigos?
¿Quién los tiene? No, la verdad es que son muy pocos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que sean leales conmigo. Esto es que me digan lo que ellos ven y yo no.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Nunca. A veces pueden entristecerme, pero no decepcionarme.
¿Es usted una persona sincera? 
Todo lo que puedo ser. Intento dejar una puerta abierta a la sinceridad incluso cuando miento.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
No tenerlo. Siempre hay un libro, un capítulo que escribir o un lugar al que ir.
¿Qué le da más miedo?
La sinrazón cuando se vuelve colectiva. En lo particular, ciertos momentos en los que siento ganas de tirarlo todo por la borda y marcharme a un lugar ignoto sin dejar señas.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
El cinismo convertido en moneda común y la tolerancia con esa actitud.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Ser nómada, viajar a lugares donde haya pisado poco el hombre y aprender a tocar el saxofón. Vivir con eso.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí, intento nadar, hacer bicicleta, cosas que me ayuden a quemar el exceso de preocupaciones.
¿Sabe cocinar?
Definitivamente, no.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Si fuese un personaje de ficción, creo que elegiría a Meursault, el protagonista de El extranjero (A. Camus). Siempre he pensado que lleva dentro lo que es, todavía hoy, Occidente. Si fuese un personaje real, intentaría acercarme al hombre que ha sido mi padre.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Dios (con mayúscula).
¿Y la más peligrosa?
dios (con minúscula).
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Sí, pero se me pasa pronto.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Aquella que no considera el Poder como algo propio sino como una cesión de soberanía popular y no patrimonialista. Con raíces profundamente humanistas. Aún creo en aquello de Igualdad, Fraternidad y Libertad. Pero no milito en ningún partido.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Algo que se acerque al proyecto que un día imaginé que sería. Cualquier hombre libre me sirve.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Los que no puedo confesar y alguno que no necesita ser redimido. El tabaco me mata.
¿Y sus virtudes?
Las que surgen en los momentos de verdadera necesidad. Y algunas cotidianas.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Mi padre volviendo de un largo viaje con un traje gris, su caricia mientras yo me finjo dormido. Una puesta de sol en las pirámides de Tikal, hace muchos años. Algunos besos, mi compañera Lola diciéndome: “No se te ocurra mencionarme en tus entrevistas”. Un río, paz. Silencio. Por fin.
T. M.