La semana pasada se celebró ese aniversario. Lo escuché
bastante en Catalunya Música, me enteré de algunos actos sobre su obra y vida,
estuvo presente en mi cabeza, oh casualidad, en los días que preparaba la
reseña de Memorias y comentarios de
Ígor Stravinski. Y entonces, ese mismo día, tal vez martes, una leve dificultad
para dormir me propulsó hacia la televisión; dichosamente, porque en no sé qué
canal se emitía un documental maravilloso, sobre el poema de Joan Alavedra que
convirtió en oratorio Casals, “El pesebre”. Historia emocionante la de estos
dos amigos del alma, exiliados en Francia, amenazados por las tropas nazis,
catalanistas constructivos y pacifistas universales. Recordé, qué remedio, el
Museo Pau Casals de Sant Salvador, correcto, demasiado simple para mi gusto,
pero bonito, y el auditorio solo cruzar la calle, al que había ido varias veces
a ver conciertos de música clásica o jazz, años ha, cuando combinaba mañanas y
tardes lanzando a canasta en las pistas de Calafell –dios mío, qué hacía
aquella vez Marc Gasol allí, supongo que cuando ya jugaba en el Barça o en
Gerona, antes de irse a la NBA– con las lecturas literarias y las audiciones
que me eran tan necesarias.
Viendo el documental, era inevitable que saliera Puerto Rico, y entonces me vi frente al Museo Pablo Casals de San Juan, la ciudad en la que residió durante los últimos diecisiete años de vida y en la que acabó precisamente “El pesebre”. Se decía en la tele que el mar de Puerto Rico le recordaba al de Sant Salvador, y le entiendo, pues qué mares amados no son siempre el mismo mar. En A Late Quartet, la película de la que hablé en este mismo blog y que vi varias veces en aviones que me llevaron muy lejos este verano, se cuenta una anécdota que protagonizó Casals, preciosa, que refleja su extraordinaria humanidad, bondad, solidaridad, tanto hacia sus conciudadanos como hacia sus alumnos y colegas de profesión. Aquel cuarteto fílmico me vino a la mente también estos días, cuando leo en Stravinski: “El cuarteto de cuerda es el transmisor de ideas musicales más lúcido que existe, así como el más humano y el más instrumental; o, si no fue así, natural y necesariamente, entonces Beethoven lo hizo así.” El Opus 131 que suena en la película atestigua lo dicho. Todo está relacionado. La mar. Sant Salvador. Puerto Rico. Música y poesía. Yo en esos sitios, yo en esas músicas y esos versos, y mágicamente el aniversario de una muerte recayendo en la propia memoria, en los viajes, como una compañía lógica, permanente y anhelante.
Viendo el documental, era inevitable que saliera Puerto Rico, y entonces me vi frente al Museo Pablo Casals de San Juan, la ciudad en la que residió durante los últimos diecisiete años de vida y en la que acabó precisamente “El pesebre”. Se decía en la tele que el mar de Puerto Rico le recordaba al de Sant Salvador, y le entiendo, pues qué mares amados no son siempre el mismo mar. En A Late Quartet, la película de la que hablé en este mismo blog y que vi varias veces en aviones que me llevaron muy lejos este verano, se cuenta una anécdota que protagonizó Casals, preciosa, que refleja su extraordinaria humanidad, bondad, solidaridad, tanto hacia sus conciudadanos como hacia sus alumnos y colegas de profesión. Aquel cuarteto fílmico me vino a la mente también estos días, cuando leo en Stravinski: “El cuarteto de cuerda es el transmisor de ideas musicales más lúcido que existe, así como el más humano y el más instrumental; o, si no fue así, natural y necesariamente, entonces Beethoven lo hizo así.” El Opus 131 que suena en la película atestigua lo dicho. Todo está relacionado. La mar. Sant Salvador. Puerto Rico. Música y poesía. Yo en esos sitios, yo en esas músicas y esos versos, y mágicamente el aniversario de una muerte recayendo en la propia memoria, en los viajes, como una compañía lógica, permanente y anhelante.