martes, 29 de octubre de 2013

Entrevista capotiana a Pedro Menchén

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Pedro Menchén.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Pues me quedaría donde ya estoy: en Benidorm, en mi pequeño estudio. He vivido en otros lugares, pero al final siempre volví aquí, por lo que deduzco que este es el lugar que más me gusta. No es que sea maravilloso, pero en los otros sitios nunca fui feliz y aquí me siento en paz conmigo mismo.
¿Prefiere los animales a la gente?
La gente, sin duda. Aunque tampoco tanta gente. No me gustan las multitudes. Respecto a los animales, jamás podría tener un perro, por ejemplo. No soportaría sus empalagosas muestras de cariño ni la obligación de cuidarlo.  
¿Es usted cruel?
Me parece que no. Siento demasiada empatía.
¿Tiene muchos amigos?
No, tengo muy pocos amigos. No soy un tipo popular, de esos a los que se arrima la gente. Además, tengo tendencias a la misantropía. A pesar de todo, no hay nada que valore tanto como la amistad. Pero la mayoría de los amigos que tengo al final acaban dejándome. No sé por qué. Generar amigos, cuidar a los amigos es una especie de arte que yo no domino.  
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
La honestidad, la generosidad, la sencillez.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No, nunca. Soy yo quien les decepciona a ellos, supongo.
¿Es usted una persona sincera? 
Demasiado sincera. Quizá es eso lo que me ha traído tantos problemas. La mayor prueba de mi sinceridad está en mi libro Escrito en el agua. Es impúdicamente sincero. Alguna gente lo critica por eso. Pero al tratarse de una autobiografía tenía la obligación de ser sincero. Sea como fuere, no tengo miedo a la verdad. No tengo nada que perder. No tengo nada que ocultar.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo, viendo documentales de historia, de ciencia o del universo. También me gusta pasear. Dar largas caminatas por la ciudad. Ese tipo de cosas. Lo que no soporto son los eventos sociales, las presentaciones de libros, etc.
¿Qué le da más miedo?
Una muerte violenta.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La crueldad. La crueldad gratuita. Prácticamente no me escandaliza nada en la vida, pero eso me sigue sorprendiendo todavía y me molesta. O mejor dicho: me resulta incomprensible. No entiendo la crueldad. ¿Cómo alguien pude disfrutar haciendo sufrir a otro ser vivo? El dolor de otro ser vivo me resulta asqueroso, desagradable.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Pues me hubiera gustado ser maestro de escuela. O administrativo. Creo que se me da bien el trabajo de oficina: hacer facturas, ordenar y clasificar papeles. También me hubiera gustado ser detective. No como en las películas, pues no valgo como hombre de acción, pero creo que se me daría bien investigar, analizar pruebas, seguir la pista a algo o a alguien.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
No. De joven quise hacer deporte, pero me lo prohibió el médico por un pequeño problema cardíaco. No obstante, camino mucho. No tengo coche ni conduzco, así que me veo obligado a caminar muy a menudo.
¿Sabe cocinar?
Un poco. Lo suficiente para no tener que ir a comer cada día a un restaurante.
Si el Reader’sDigest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Sin duda alguna, a Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Es un personaje fascinante, atípico, del tiempo de la conquista de América. Fue un tipo duro, pues sobrevivió a las mayores penurias, pero a la vez fue un caballero, un hombre de honor, con una gran delicadeza de espíritu en un mundo gobernado por hienas depredadoras. En cierto modo, su vida se parece a la de Colón. Ambos fueron víctimas de la maledicencia y la mentira, ambos mostraron siempre un gran respeto por los indios y ambos fueron traicionados y traídos a España en sendos barcos cargados de grilletes. Sobre Colón se ha escrito mucho, pero apenas hay bibliografía sobre Cabeza de Vaca, lo que me parece injusto e inexplicable, ya que es un “personaje inolvidable”.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Ante una pregunta así, uno puede ponerse cursi y decir, por ejemplo, la palabra “amor” o la palabra “paz”. No. Para mí el fundamento de la convivencia humana, lo que nos ha llevado a una vida mejor, más grata, más civilizada, radica en la “Magnanimidad”. La magnanimidad implica comprensión, tolerancia, respeto, generosidad, implica dar una segunda o tercera oportunidad  para enmendar los errores. Pues todos cometemos errores y, por lo tanto, todos debemos perdonar y ser perdonados alguna vez si queremos convivir.
¿Y la más peligrosa?
Pues digo lo mismo que antes. Lo fácil sería recurrir aquí a palabras como “odio”, “venganza”, “intolerancia”, “crueldad”. Sin embargo, yo creo que la palabra más peligrosa de todas es una que apenas se dice, pero que se practica mucho y que, a mi entender, perjudica seriamente a la convivencia humana. Me refiero a la “Mezquindad”. Mezquindad es el antónimo de magnanimidad. La mezquindad es el defecto humano más horrible, a mi entender. Son mezquinas las personas de corazón pequeño y mente estrecha, ese tipo de personas que ven sólo una parte limitada de la realidad, tan limitada que sólo se ven a sí mismos dentro de la realidad. La mezquindad es la combinación perfecta de egoísmo y estupidez. El mundo no habría avanzado ni un ápice si sólo hubiera habido en él gente mezquina. Por suerte, hubo también mucha gente valiente y generosa que trató de abrir nuevos caminos a la aventura humana. Y los abrió, si bien perecieron muchos de ellos víctimas de la mezquindad.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Oh, sí, claro. Una vez tuve que salir huyendo de una ciudad por no matar a alguien. Aunque ese alguien era muy peligroso, no tenía miedo de él,  sino de mí mismo.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Desde luego, no son de derechas. Pero nunca apoyaré a un dictador de izquierdas. Para mí, todos los dictadores son iguales. Por otro lado, respeto a la gente de ideología contraria a la mía siempre y cuando acepte las reglas de la democracia. Además, una democracia no es posible sin izquierdas ni derechas.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Quizá un árbol. Adoro los árboles. Sin embargo, qué soledad tan profunda la de los árboles: no pueden moverse ni relacionarse entre ellos. Ahí están siempre, en silencio, aguantando el frío y el calor. No pueden ver, no pueden hablar, no pueden hacer nada, pero sí pueden sentir. Pues sienten. No como sentimos los seres humanos, pero sienten a su manera vegetal.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Pues, sinceramente, no creo tener grandes vicios. Soy un alma estoica. No me vuelvo loco por nada, ni siquiera por los chicos. Puedo prescindir de cualquier cosa. Por ejemplo, cuando me detectaron hipertensión y me prohibieron la sal, dejé de tomarla sin ningún problema desde aquel mismo momento. Muchos años antes ya había dejado de tomar azúcar voluntariamente. Un día fui a hacer té y me di cuenta de que no tenía azúcar, pero el supermercado estaba cerrado, así que me dije: “Bueno, es el momento de empezar a tomar el té sin azúcar”. Me resultó un poco duro la primera semana, pero después me había acostumbrado y ya no soportaba el té con azúcar. A lo largo de mi vida he comprobado que uno se puede acostumbrar y adaptar a todo. Mi madre, la pobre, sin embargo, se murió sufriendo porque no podía controlar el deseo de tomar algunas cosas. Yo puedo controlar, modificar y anular cualquier deseo si lo considero conveniente. Sin embargo, no puedo imponerme deseos de cosas que no me gustan.
¿Y sus virtudes?
Pues tampoco tengo grandes virtudes. O, si las tengo, las desconozco. Yo sólo soy consciente de mis defectos. De mi torpeza congénita. 
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Me gustaría pensar en la inmensidad del universo, en la relatividad de todo, en la insignificancia del género humano, en la misteriosa eclosión de energía del Big Bang. Es eso en lo que quiero pensar cuando me muera (lo tengo decidido hace tiempo). Creo que será mucho más fácil y más agradable morir si asumes en ese instante que sólo eres una pequeña mota de polvo en el espacio.

T. M.