miércoles, 16 de octubre de 2013

Apuntes inéditos, tomados en casa y en varios aeropuertos, para la Feria del Libro de Puerto Rico [de hace un año], dios mío no avanza la cola de facturar, la de seguridad, la de aduanas, y entonces me entretengo pensando y escribiendo


Antes de salir
Estoy muy feliz estando aquí, entre poetas, en una tierra que he tenido la maravillosa ocasión de conocer en el último tramo de mi vida, y en donde llegaron tantos españoles con versos desde hace cien años. He documentado tal cosa en varios trabajos publicados en revistas literarias que siguen los pasos de Salinas o Juan Ramón o Ángel Crespo. Estos y otros muchos encontraron aquí bienestar, refugio, calidez. Quiero pensar que yo también he alcanzado esa suerte. Y pese a todo, estoy entre poetas, en un festival de poesía, sin serlo.
Ser poeta es una de las mayores responsabilidades que alguien puede adquirir. El poeta vislumbra lo que los demás ni intuyen. Es un agitador del mundo, un rebelde de las formas de vida, un transgresor, un valiente. He ahí el verdadero poeta, solo enfocado en su obra, ajeno a lo insustancial, frívolo o solemne-artificial. Por eso yo no puedo llamarme nada salvo escritor de poesía, de ensayo, de novela, de artículos. ¿Basta con escribir poesía para ser poeta? Uno ha leído a montones de narradores con más carga poética que muchos autores líricos. Ya lo decía Baudelaire: has de escribir poéticamente en todo lo que escribas.
Faulkner, en su discurso del Nobel, habló de que solo merece la pena escribir sobre los conflictos con uno mismo. Escribir poesía es enfrentarse a ese conflicto con uno mismo. A la incomodidad de existir, al desasosiego que todo lo inunda.


En trayecto
Ya en el avión. Primero Miami. Hacia allá, trabajo, Montaigne y pensar en poesía.
En la cola de facturación he pensado que el poeta es un desequilibrado. ¿Quién en su sano juicio piensa la vida en versos? El poeta es un equilibrista en el aire que camina sobre una rueda. ¿A dónde quiere ir? Hacia la palabra. Pero cruzar ese abismo es peligroso. Al otro lado puede estar la verdad, esperándolo. El poeta se encamina no solamente como un funámbulo, sino como un sonámbulo: camina dormido porque ha sido atrapado por la trascendencia del pensamiento y sentimiento lingüísticos. Está en ese ensueño en el que nadie puede penetrar. El poeta sigue adelante, pero nunca mira abajo. Al verdadero poeta no le preocupa caer. Ha empezado sabiendo que su andadura iba a fracasar: jamás será capaz de decir lo que ansiaba decir. Se va a precipitar como el suicida al que nada le preocupa. Por eso el poeta, muchas veces, es un desesperado romántico. Quiere ir al otro lado, al reverso de la vida. Y eso implica coraje y valentía. La escritura poética es ese territorio en el que dejamos de ser cobardes, supervivientes, para elevarnos hacia el atrevimiento y ser grandes y dignos, asombrosos y desconcertantes.


A la llegada
Conclusión: el poeta es un sonambulista. Como un sonámbulo, obedece hipnotizado a la llamada poética; como un funámbulo, camina en el equilibrio de las palabras y un error en la elección dada, descalabra el intento.