En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la
autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros
ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y
brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones,
deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente
«entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de
Juan Carlos Palma.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
A
veces pienso que sería feliz encerrado en una casa leyendo, escribiendo y
viendo películas, quizá en una casa apartada junto a un lago, como la del
personaje de Colin Firth en Love actually,
pero creo que al final me podría la soledad. De las ciudades que conozco,
dudaría entre Praga o París como las mejores para quedarse encerrado, aunque si
pudiera optar por lugares ficticios me quedaría con el de “Brigadoon”.
¿Prefiere los animales a la gente?
Algunos
animales, como los peces, me transmiten paz, una cualidad o virtud que echo de
menos en la mayoría de las personas. Sin embargo, nunca he sido muy amigo de
tener animales en casa, de crearme responsabilidades extra que te acaban
aburriendo. Cuando veo a algunos vecinos sacar al perro a las siete de la
mañana para que haga sus necesidades, no puedo evitar mirarles con una extraña
mezcla de lástima y reconocimiento por esa labor casi altruista.
¿Es usted cruel?
Creo
que a veces lo soy sin darme cuenta con los seres que más quiero. Mi carácter
se ha ido enhurañando o mr. scroogizando –valga la expresión– con los años. No
obstante, recuerdo que de pequeño mi abuelo me llamaba “Carlitos el bueno” y
quiero pensar que algo de eso queda todavía, que no he defraudado sus
expectativas.
¿Tiene muchos amigos?
Amigos,
lo que se dice buenos amigos, tengo pocos, contados. Conocidos muchos. Siempre
he sido muy tímido para las relaciones sociales y, aún hoy, es fácil que me
sienta incómodo en una reunión si no estoy a gusto con alguien. Con frecuencia
me ocurre que para combatir mi timidez trato de parecerme a los que no lo son,
asumiendo confianzas que no siempre son bien entendidas.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que
sepan escuchar y sean sinceros. Odio los dobleces, las frases nunca dichas y
los que hablan mal de ti por la espalda. Un buen amigo es el que siempre sabes
que está ahí aunque no frecuentes su compañía tanto como debieras o te
gustaría. Y si tiene intereses comunes contigo, mejor que mejor.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
A
veces sí, con lo que se te queda cara de tonto, aunque normalmente todo se
arregla a los pocos días quedando relegado al olvido. Tengo tendencia a perdonar
siempre, quizá porque me pongo en su lugar y pienso que yo también les he
podido decepcionar en algún momento.
¿Es usted una persona sincera?
¿Es usted una persona sincera?
Uf…
La pregunta del millón…Trato de serlo siempre, pero a veces me quedo callado
cuando es el momento de hablar y viceversa, hablo demasiado cuando tendría que
haberme callado. La sinceridad es una de las virtudes que más valoro en las
personas, pero reconozco que su puesta en escena es de las más difíciles según
el público y el ambiente (o circunstancias concretas).
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Sin
duda, escribiendo, leyendo, viendo una película o viajando, aunque si pudiera
vivir de la escritura, mi concepto del tiempo libre sería otro, supongo que se
dilataría y tendría cierto miedo a dilapidarlo. Desde pequeño, nunca he tenido
la sensación de que me perdía algo de la vida leyendo un libro, al contrario,
creo que aprendí más de ella en las páginas de una novela que haciendo otras
cosas.
¿Qué le da más miedo?
La
muerte, sin duda. Perder a los seres amados cuando menos te lo esperas, tratar
de que esa angustia no te robe el sueño. La primera vez que pensé seriamente en
la muerte fue un día yendo al colegio. Tendría apenas 7 años. De repente, me di
cuenta de que todos íbamos a morir algún día, y esa certeza me aterró. Otros
miedos de “segunda fila” como el de hablar en público, el del ridículo o el del
rechazo, los he ido sorteando como he podido con los años y la experiencia. A
veces tengo también miedo a hacer las cosas solo, y me tranquilizo cuando
alguien se ofrece a ayudarme. Aunque quizá esto esté más cerca de cierta
cobardía que del miedo en sí.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice?
En
estos tiempos que corren, es difícil que te escandalice algo. Más bien me
produce indignación ciertas situaciones, como que se gasten cantidades ingentes
de dinero en cosas innecesarias o se paguen salarios desorbitados por trabajos
que nunca podrán merecerlo, mientras buena parte del mundo no tiene para comer
o malvive. Me indignan también los abusos, los atentados, las mentiras… Quizá
lo que todavía me puede escandalizar sea que una persona en la que tenemos
confianza plena me decepcione y haga que la vea de forma bien distinta.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa,
¿qué habría hecho?
No
concibo mi vida sin una faceta creativa, sin tratar de aportar un grano de
arena a la corriente cultural de mi tiempo. ¿Dejarse llevar, limitarse a que la
vida nos pase por delante sin tratar de devolverle algo de lo que nos ha dado…?
Creo que sería aburrido y me habría acabado ahogando.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
En
otros tiempos el tenis y el fútbol, del que soy un gran aficionado a pesar del
giro comercial y ultramediático que ha ido adquiriendo en los últimos años.
Quizá mi vida pudo ser distinta de haber ingresado en los infantiles del equipo
local de mi ciudad, pero era un buen estudiante y mis padres, con buen
criterio, no quisieron que me despistara, a pesar de que mis remates de cabeza
se hicieron famosos en el colegio. Actualmente, cojo la bicicleta cada vez que
puedo. Me gusta perderme por carreteras secundarias, caminos de fincas, y
disfrutar del paisaje al tiempo que dinamizo mi cuerpo, normalmente agarrotado
por un trabajo sedentario. Me relaja
sobremanera y me permite pensar con más claridad en el presente y el futuro.
¿Sabe cocinar?
Me
temo que nunca aprenderé en la vida, sin duda por falta de interés. Entiendo
perfectamente a los que consideran la cocina como un arte, pero para mí estar
más tiempo del necesario preparando algo de comer me parece superfluo. Apenas
sé hacer unos huevos revueltos, pasta y poco más. Siempre he considerado la
alimentación como algo ineludible y nada más. Seguramente estoy equivocado, ya
que dicen que somos lo que comemos, aunque en este sentido, y a pesar de
algunas debilidades, intento ser todo lo sano que puedo.
Si el Reader’s
Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje
inolvidable», ¿a quién elegiría?
Dudaría
entre Jack London y Franz Kafka, los dos escritores que más me han fascinado.
Aunque murieron con la misma edad, su obra literaria y su itinerario vital
fueron totalmente opuestos. London fue un permanente aventurero, trabajó en
miles de oficios, era pendenciero, mujeriego, y vivió la vida siempre al
límite. Kafka, por el contrario, fue casi un ermitaño de la literatura.
Recluido siempre en su oficina, forjó durante las noches un universo narrativo
extraordinario, con muchas referencias autobiográficas –eso sí que les une– a
una vida marcada por la enfermedad, los amores truncados, y un radio de acción
geográfico mínimo.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza?
Creo
que es la única vez que copiaré al maestro Capote, así que diré amor.
¿Y la más peligrosa?
Guerra,
que es la expresión palpable y real del odio. El odio, si se controla, no es
malo en sí mismo. Como le decía Jack Hawkins a Charlton Heston en las galeras
de Ben-Hur, “el odio ayuda a
sobrevivir”.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Creo
que no he llegado a tanto, aunque sí he estado tentado de darle un escarmiento
a alguien que se lo merecía. En realidad, apenas soy capaz de matar una mosca.
La imaginación ofrece la mejor coartada para quedarte con las manos limpias.
Supongo que responde a los gajes, por un lado, de ser escritor, y por otro, de
ser un chico tímido que se siente fuera de juego en situaciones violentas.
Recuerdo una escena imborrable de mi adolescencia, en la que dos chicos más
pequeños que yo, jugaban a lanzarse un gato tuerto de uno a otro. Cuando volví
a pasar por allí a los pocos minutos, el gato ya estaba muerto. Mi cobardía fue
no hacer nada por evitarlo, algo así como encubrir un crimen.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Siempre
me he declarado apolítico. Nunca me ha interesado nada y creo que los tiempos
actuales que vivimos me han dado la razón. Siempre me ha molestado que todo se
reduzca a ser de derechas o de izquierdas. En alguna ocasión he llegado a votar
al partido antitaurino porque era el único que parecía dispuesto a hacer lo que
proponían en sus presupuestos. Creo que contrariamente al estatus mediático que
acostumbra a perseguir, el político debería ser alguien invisible, una especie
de intermediario entre el ciudadano y el sistema cuya privilegiada posición
sólo redundara en beneficio de uno y otro.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Como
prometí no seguir más a Capote, renunciaré a la tentadora invisibilidad. Me
conformaría con ser un poco mejor de lo que soy, que mis defectos se
minimizaran –porque ser perfecto debe ser muy aburrido– y que mis virtudes se
acrecentaran.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Si entendemos por vicio el hábito o afición de la
que no puedo prescindir, serían la lectura, la escritura, el cine y los viajes.
Si lo entendemos como defecto me sobra sin duda mucho egoísmo que trato de
corregir a diario, y me falta resolución en momentos importantes. Por otra
parte, soy un despistado casi patológico cuyas consecuencias sufren mis seres
queridos y conocidos.
¿Y sus virtudes?
Me
resulta un poco vergonzoso decirlo. Creo que deberían ser otros los que las
dijeran, si hay alguna. Intento ser sincero, bondadoso y respetar siempre a los
demás. Soy un tipo paciente, cariñoso y sensible, o al menos intento serlo.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
La
primera sería la de mi compañera de viaje: recordaría, como en un flashback
cinematográfico, algunas de las escenas más inolvidables de nuestra relación.
Vendrían también mi familia, los que se han ido, y me vería a mí mismo de
pequeño, indefenso ante una autoridad superior que se niega a darme la mano
para sacarme de allí, diciéndome que todo se ha acabado. Uf, qué triste, ¿no?
¿Por qué Capote no se formuló otra pregunta que le dejara un mejor sabor de
boca? Porque era Capote, supongo.
T. M.