Consciente de
que un gran creador sólo debe comprometerse a hablar de grandes obras de arte –no
como hizo Poe, según dice el propio Auden en el artículo que le dedica hablando
de “la pasión destructiva del ser en soledad”–, el autor de “Otro tiempo” tuvo
la ocasión de exponer sus conclusiones acerca de sus más queridos escritores a
través de prólogos a diversas ediciones o mediante la crítica literaria en
varias publicaciones neoyorquinas. Con todo ese material preparó tres libros de
los que se nutre esta edición: “La mano del teñidor”, “Secondary Worlds” y
“Prólogos y epílogos”. La traduce Juan Antonio Montiel, y la prologa Andreu
Jaume, que pone el acento en cómo Auden se preocupó “sobre todo por entender
cómo se hace un buen poema”.
Esa mirada
analítica y técnica preside bastantes de estas páginas que empiezan de forma
ciertamente atractiva, con sus textos aforísticos “Leer” y “Escribir”, y, cabe
destacarlo, sin el menor atisbo de pedantería: como dice en “Hacer, conocer y
juzgar”, “empecé a escribir poemas porque una tarde domingo, en marzo de 1922, un
amigo me sugirió que lo hiciera”. Así de simple, con una naturalidad que haría
también de la lectura, en palabras de Jaume, “una profesión seria, exigente y
seminal”. De modo que su vocación lectora se convertirá en afán por exponer de
la manera más fácil posible asuntos realmente complejos, como en este ejemplo
del ensayo “Los griegos y nosotros”: “La poesía primitiva dice cosas sencillas
con bastantes circunloquios; la poesía moderna tiende a decir cosas complicadas
de manera muy directa”.
Transparente, claro,
juicioso, de este modo se muestra Auden tanto cuando estudia los sonetos
shakesperianos como cuando lee a D. H. Lawrence –con el apunte de cómo la vida
es imposible sin religión, filosofía o un código de conducta–, a Cavafis, del
que dice que no usó jamás metáforas ni símiles, a Valéry, “un homme d’esprit”,
o Lewis Carroll, contando cómo, a raíz de la insistencia de la niña Alicia para
que el matemático escribiera ese cuento improvisado que le había gustado tanto
oír, nacieron los dos libros sobre el país maravilloso y el otro lado del
espejo merced a la fantasía de un “individuo que, creo yo, empieza a ser
sumamente escasa: un hombre de genio que, respecto a sus genialidades, carece
por completo de egoísmo.” ¿No estaría hablando de sí mismo, inconscientemente,
el bueno de W. H. Auden?
Publicado en La Razón, 5-XII-2013