domingo, 31 de marzo de 2013

La sobrina psicoanalista de Napoleón


El inventor del psicoanálisis, Shakespeare, encontró en Sigmund Freud a su codificador; el psicólogo había leído al poeta en inglés desde joven, y se convertiría sobre todo en un Shakespeare en prosa; el psicoanálisis está agonizando, hoy es esencialmente literatura; Freud como escritor sobrevivirá a la muerte del psicoanálisis… Estas afirmaciones las firma Harold Bloom en “El canon occidental”, donde interpreta a Freud desde su condición de escritor, la misma de la que Vladimir Nabokov se burlaba al considerarlo un “autor cómico”. Hoy es escaso el número de psicoanalistas freudianos, y las voces críticas en contra de las teorías del de Moravia son infinitas. Pero sus libros no han caducado, y todo lo relativo a ellos renueva el interés generalizado. Como esta biografía de Marie Bonaparte, paciente de Freud, y también su discípula y hasta su salvadora de las garras nazis.

El apellido puede sorprender. ¿Algo que ver con Napoleón I de Francia? Pues todo: fue su sobrina nieta. Esta llamativa genealogía se mantendría y agrandaría al casarse, en París por lo civil y en Atenas por la Iglesia, en 1907, con el príncipe Jorge de Grecia. De modo que Marie Bonaparte (1882-1962) sería la princesa María de Grecia y Dinamarca, a la sazón madre de dos hijos, Pedro y Eugenia. Esto por lo que concierne a la vida pública; la privada no tiene desperdicio, e incluye traumas infantiles, un marido homosexual e infidelidades de los dos, obsesión por la frigidez sexual cuya consecuencia más asombrosa será una absurda operación quirúrgica ¡para acercar el crítoris a la vagina!, por un lado, y, por el otro, intervenciones de carácter político, ayuda a cientos de intelectuales para huir del nazismo y una relación con Freud muy particular, de cariño y admiración mutua, por no decir de enamoramiento.

Este libro de la biógrafa francesa Célia Bertin, traducido por Javier Albiñana, cuenta con un prólogo de la historiadora y psicoanalista  Élisabeth Roudinesco, que destaca cómo Bertin es la “única persona hasta la fecha que ha podido examinar el conjunto de documentos de Marie Bonaparte”, en parte debido a la colaboración de la princesa Eugenia de Grecia (fallecida en 1888; el libro se publicó en francés en 1982), aunque los archivos de Bonaparte no podrán abrirse hasta el año 2020. “Célia Bertin muestra con talento cómo Marie superó el hastío –y sin duda la locura– gracias a su encuentro con Freud en 1925, a los cuarenta y tres años”, apunta Roudinesco, que resume lo que el lector conocerá en las páginas siguientes: la muerte un mes después del parto de su madre, la relación distante con su padre, geógrafo y antropólogo, la severa educación de la abuela paterna y el largo matrimonio con Jorge de Grecia, amante de su tío Valdemar.

Todo lo cual puede agotar al lector ávido por descubrir los asuntos acerca de la Sociedad Psicoanalítica de París, que Marie Bonaparte fundó junto con otros psicoanalistas en 1926, o en torno a la intimidad y labor profesional compartidas con Freud, de la que fue su principal traductora. Sin embargo, conocer la infancia de la biografiada servirá para entender el alcance del trato con el neurólogo, pues aquella niña rica y desdichada se consagraría a la escritura de una especie de diario, conocido en vida de la autora: unos “Cahiers”, escritos en inglés y alemán, que halló de casualidad en 1924 y de los que ni se acordaba: “El enigma de los cuadernos fue uno de los factores, sumados a otros, que me movieron, tras la muerte de mi padre, a pedir a Freud que me psicoanalizara”. En la cabecera de la cama de su padre, precisamente, Bonaparte leería en voz alta la “Introducción al psicoanálisis”, que la deslumbró: “Y comenzó a meditar de otro modo sobre su dificultad de vivir”, dice Bertin.

Se trata de apuntes inconexos, espontáneos, que expresan tristeza y dolor y cuyas imágenes, desde luego, fueron estudiadas por Freud desde el punto de vista sexual. Entre ellos, nada más conocerse, se establece un vínculo lleno de confidencias; Freud le diagnostica “neurosis obsesiva” y ve en el material que ella le aporta un filón: «Los “Cahiers” ilustraban a la perfección las teorías freudianas» al ver en ellos referencias fálicas enmascaradas. Concluido el análisis, se fraguó una intensa amistad que sería determinante para Freud: Bonaparte pagó a los nazis la “tasa de salida” que se exigía para abandonar Austria, y así el médico se instaló en Londres. Allí iba a morir, y sus cenizas se depositarían en una urna griega que le había regalado su discípula y mecenas.

Publicado en La Razón, 28-III-2013

sábado, 30 de marzo de 2013

Entrevista capotiana a Lola López Mondéjar


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él el escritor estadounidense se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Lola López Mondéjar.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Venecia.
¿Prefiere los animales a la gente?
No. Prefiero sin duda a la gente, pero en pequeñas dosis.
 ¿Es usted cruel?
A veces puedo serlo, pero intento controlarme.
¿Tiene muchos amigos?
Sí. Soy extremadamente fiel.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que no me juzguen.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No, casi nunca. Si me defraudan suelo entender el porqué.
¿Es usted una persona sincera? 
Quizás demasiado, sobre todo con quienes me importan.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo, paseando, escribiendo, viajando, en el cine, el teatro… ¡Me falta tiempo libre!
¿Qué le da más miedo?
La cobardía.
 ¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La deshonestidad, la corrupción, el abandono del débil por parte del estado, la aparición inesperada de la maldad en cualquier ámbito.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Sería agricultora o cultivaría orquídeas.
 ¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Caminar.
¿Sabe cocinar?
Intento hacer bien algunos platos.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Franca Rame, escritora y dramaturga. O Francesca Woodman antes de saltar por la ventana de un edificio de Manhattan a los veintitrés años.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Futuro.
¿Y la más peligrosa?
No.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Por supuesto, muchas veces. Pero sublimo y lo convierto en un personaje desagradable.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Soy una mujer feminista de izquierdas, y no es redundancia.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Una ballena.
 ¿Cuáles son sus vicios principales?
La impaciencia, la intolerancia con la tontería.
 ¿Y sus virtudes?
Creo que soy amable, que no me cuesta serlo.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Me sucedió una vez en Taormina, a causa de una hipotermia, y no me pasó por la cabeza ninguna imagen, solo veía alejarse de mí la superficie del mar, con la luz del sol y de la vida cada vez más lejos, y yo que me hundía sin remedio. Me salvaron a tiempo.
T. M.

viernes, 29 de marzo de 2013

El enemigo público


Después de cuatro años de la aparición de “El caballo amarillo”, diario confesional, publicado en 1909, de un álter ego –llamado George O’Brien– del terrorista y escritor ucraniano Borís Sávinkov (1879-1925), aparece su continuación, este oscuro equino cuyo título está sacado de un poema de Aleksandr Blok. Se añade también el texto “En prisión”, que vio la luz de forma póstuma y que, según su traductora Marta Rebón, “cuenta el desmoronamiento físico y moral de un revolucionario de tres al cuarto que es descubierto y enviado a prisión”.

Sávinkov fue apresado, en efecto, por la policía bolchevique (se suicidó en la cárcel). Se le perseguía por intentar reclutar un ejército de voluntarios para entrar en Rusia y terminar con la Revolución. Esta peripecia es la que literaturiza en “El caballo negro”; lo interesante es que el protagonista no convierte su experiencia en un relato de buenos y malos, sino relativiza la fuente de la violencia, él, que orquestó atentados que mataron a un ministro y un gobernador: “Y yo, ¿en qué me diferencio de un comisario? Nos distinguimos por nuestras creencias, pero no por nuestros actos. Estamos hechos de la misma pasta”, dice. Sus páginas son el reflejo del caos y la ignominia de su país en tiempos de atrocidades; páginas y acciones que despertarían el respeto de Churchill y la admiración de escritores como Somerset Maugham o pintores como Picasso.

Publicado en La Razón, 28-III-2013

jueves, 28 de marzo de 2013

Entrevista capotiana a Salvador Gutiérrez Solís


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el escritor estadounidense se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Salvador Gutiérrez Solís.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Una ciudad, muy grande.
¿Prefiere los animales a la gente?
No. No me gustan los animales. Aunque creo que me gustan menos las personas con tendencias animalescas.
¿Es usted cruel?
Supongo que de vez en cuando tengo un brote, pero procuro segarlo antes de que crezca.
¿Tiene muchos amigos?
Pocos y buenos. Desconfío de aquellos que se vanaglorian de contar con muchos amigos, y que habitualmente no saben distinguir entre “llevarte bien” y la amistad.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
No busco absolutamente nada en mis amigos. No creo en la amistad como un contrato de reciprocidad.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No. Y si sucede, una buena bronca y un abrazo con brindis lo soluciona.
¿Es usted una persona sincera? 
Sí, intento serlo. Aunque reconozco que en alguna ocasión acudo a eso que llamamos “mentira piadosa” o al silencio.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
No suelo tener tiempo libre, es un concepto que me horroriza. El Cine, la Literatura o la Música no es tiempo libre, es tiempo ocupado y muy bien aprovechado.
¿Qué le da más miedo?
El futuro de mis hijos.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
El que nos hayamos acostumbrado a decir, con absoluta sumisión, que nuestros hijos tendrán una vida peor que la nuestra.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Me encantan y admiro profundamente los trabajos manuales, esa capacidad para crear un “algo” a partir de la nada, sólo con tus manos.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Desde la más pura anarquía, por pura apetencia, monto en bicicleta, corro, etc.
¿Sabe cocinar?
Me cuesta responder esta pregunta sin trasladar vanidad, incluso soberbia. Si me atengo a los comentarios de todos aquellos que han probado lo que cocino: muy bien. La realidad es que me encanta cocinar. Lo hago a diario.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Cristiano Ronaldo, Lady Gaga, Kate Upton, Lindsay Lohan…
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Vida.
¿Y la más peligrosa?
No hay palabras peligrosas, somos las personas las peligrosas.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No, nunca. Mi capacidad para odiar no alcanza esos niveles.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Soy de izquierdas.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Un avión, pero no de vuelos nacionales o comerciales: trasatlántico. Tampoco me importaría ser un altavoz, y estar escuchando música todo el tiempo. Pero depende del altavoz, claro, que podría acabar siendo la peor de las torturas.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La compulsión, para determinadas cosas.
¿Y sus virtudes?
La compulsión, para determinadas cosas.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Tengo ventaja en esta pregunta. No me lo tengo que imaginar, estuve a punto de morir ahogado en la desembocadura del Guadiana, en Ayamonte. No hubo desfile de imágenes en mi cerebro. Sólo quieres ver luz, regresar a la superficie cuanto antes.
T. M.

miércoles, 27 de marzo de 2013

Un té demasiado frío



Algunas de sus obras narrativas y teatrales fueron adaptadas a la televisión (este mismo libro, “Un paraíso inalcanzable”) y al cine (“Viaje alrededor de mi padre”, con Lawrence Olivier), y firmó guiones de relevantes producciones, pero el éxito nacional o de alcance anglosajón tiene también sus fronteras. No tengo noticia de que alguna otra historia de John Mortimer se hubiera traducido al español –en esta ocasión, la responsable es Magdalena Palmer–, y quizá es porque el aparente interés de su obra –la vida provinciana inglesa– opera desde lo local sin lograr la universalidad literaria de otros autores que convirtieron tal cosa en todo un tema literario, como Austen o Hardy. En mi opinión, Mortimer se limita demasiado a pinceladas frívolas y, con la intención de ser ligero en lo narrativo y humorístico en la cotidianidad familiar que presenta, no alcanza la intensidad debida y el relato carece de garra.

“Un paraíso inalcanzable” es la primera novela de una trilogía protagonizada por Leslie Titmuss y que Mortimer publicó durante los años ochenta y noventa. Se nota que es un autor bregado en la televisión por la viveza de sus diálogos, y eso puede mantener la atención del lector, aun percibiendo que nada particularmente extraordinario va a ser contado. Todo avanza en torno a la muerte de un conocido párroco socialista de un pueblo que ha donado su fortuna a Leslie, a la sazón diputado conservador. Los dos hijos del párroco, Fred y Henry, asumirán esa decisión de muy distinta manera, se desarrollará un juicio complejo al respecto –Mortimer fue un destacado abogado en pro de la libertad de expresión de la prensa– y al final se desvelará la razón de esa herencia extraña, desenlace que deja frío al no haber alcanzado la novela la temperatura adecuada para anclarnos bien en la lectura.

Publicado en La Razón, 21-III-2013

martes, 26 de marzo de 2013

Entrevista capotiana a Claudia Casanova



En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el escritor estadounidense se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Claudia Casanova.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Mi biblioteca, con lo imprescindible para mantenerme con vida y acceso a luz natural para leer sin dejarme la vista.
¿Prefiere los animales a la gente?
No. Creo que las personas son más interesantes y complejas que los animales. Hasta las más grises, mediocres y aburridas tienen destellos y comportamientos que pueden resultar fascinantes.
¿Es usted cruel?
Puedo serlo. Creo que es el caso de la gran mayoría de la gente, y que sólo seres excepcionalmente buenos son incapaces de ser crueles, o bien optan por no ejercer. Yo al menos he conocido a muy pocos, pero a los que me he encontrado he intentado tratarles con extrema gentileza. Son ángeles, en el sentido más laico posible de la palabra.
¿Tiene muchos amigos?
Conozco a mucha gente. Soy amiga de un puñado más reducido, y la vida suele empujar esa cifra hacia abajo. Por suerte para mí, los que quedan son de verdad.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Lealtad. Humor. Sinceridad.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No, mis amigos no. A veces descubro que hay personas que cambian con el tiempo y las circunstancias, pero eso no constituye ninguna decepción. Quiere decir que eran otra cosa, no amigos.
¿Es usted una persona sincera? 
Ni más ni menos que otras. Cuento pequeñas mentiras, las little white lies como dicen los ingleses, mentiras blancas (pintadas de color inocente para quitarles hierro). Y sin duda también a mí me las cuentan. 
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo, escribiendo, editando. También veo películas y series de televisión.
¿Qué le da más miedo?
Perder la noción de quién soy, de lo que hago, de quiénes son mis seres queridos. Las enfermedades degenerativas que afectan el cerebro son el latigazo más cruel de la vida.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La facilidad con la que nos volvemos de piedra frente al dolor ajeno, la pobreza del otro, la pena del que está sufriendo. Y las lágrimas de cocodrilo que vertimos cuando nos enfrentamos a la más mínima dificultad. El doble rasero, quiero decir, de nuestra concepción de lo que es justo o no. Si les pasa a los demás, no cuestionamos nada; si sufrimos nosotros, el mundo es un pozo de injusticia. Supongo que lo resumiría así: hablar de decencia y ser indecente, en el sentido ético de la palabra. Eso me escandaliza, aún hoy.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Compagino mi vida creativa con la editorial que fundé hace tres años junto a mi marido. A pesar de lo complicada que es a veces, tengo la vida que he querido tener.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Casi nada, solamente camino. Insertar aquí lamento y flagelación porque debería ser de otro modo.
¿Sabe cocinar?
Huevos fritos y derivados. Sé que la gente que sabe cocinar dice que les relaja, y así debe ser en su caso (y lo admiro muchísimo), pero el tiempo que yo pasaría frente a la cazuela es una pérdida de tiempo para mí. No porque tenga cosas más importantes que hacer, es simplemente que quiero emplear ese tiempo de otra manera.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Soy incapaz de responder a esa pregunta. Cualquier página del libro de la Historia está lleno de personajes así: Alejandro Magno, Leonor de Aquitania, María Antonieta, Julio César, Napoleón… A cuál más apetecible. Y si profundizamos en la pequeña historia, hay figuras aún más interesantes sobre las que escribir. No, definitivamente tendría que rechazar el encargo del Reader’s Digest.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Libertad.
¿Y la más peligrosa?
No hay palabras peligrosas, hay usos y manipulaciones de las palabras. Viktor Klemperer escribió sobre eso y sobre la perversión del lenguaje en un librito muy recomendable.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Me subleva la pobreza y el abandono del sistema educativo español, me indigna la inoperancia del Estado en no pocos frentes, no me gusta que me digan cómo he de beber, fumar, comer o relacionarme.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Arqueóloga, especialista en Historia Antigua o estudiante.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Cuando algo me gusta, me vuelco en ello. No tengo medida, rozo y sobrepaso la obsesión. Esto, al emprender la escritura de un libro, es maravilloso. En otros ámbitos de la vida, es más complejo. Frente a un buen plato de estofado, es una tragedia calórica. Soy impaciente, cada vez más. Y más veces de las que me gustaría, me dejo arrastrar por la ira.
¿Y sus virtudes?
Sentido del humor; la capacidad de olvidar rápidamente las cosas que no me aportan nada; lealtad hacia los que quiero.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
No me gusta imaginar la muerte. Pensaría, probablemente, en mi pareja, la persona más importante de mi vida.
T. M.

lunes, 25 de marzo de 2013

Salinas y Juan Ramón, reencuentro inédito


En la Biblioteca del Congreso de Washington, donde Juan Ramón Jiménez donó parte de su material literario, hay un ejemplar de “Presagios”, de Pedro Salinas, publicado por Biblioteca del Índice, en 1924. Se trataba de un proyecto editorial de Juan Ramón, que le dijo en carta a Salinas: “Presagios” me ha ganado desde el primer instante”, señalando cómo su poesía llenaba “el corazón pensativo para siempre”. Piropos que agradeció el madrileño al onubense en la dedicatoria de ese ejemplar citado: “Recuerdo de una admiración constante y pura, gratitud de todas las horas que él quitó a la más alta obra de poeta, reconocimiento a su noble y generosa amistad”.
            Aquella amistad se rompería una docena de años más tarde, cuando, por motivo de una polémica en la prensa, el autor de “Platero y yo” se sintiera aludido por un ataque de varios colegas que acabaría afectando de rebote al autor de “La voz a ti debida”. El mutuo cariño se fue deshaciendo y, con la eclosión de la guerra civil, cada uno emprendió un camino hacia el exilio, aunque al fin y al cabo el mismo: Estados Unidos y Puerto Rico. De hecho, el libro juanramoniano que acaba de publicar la editorial sevillana Isla de Siltolá, “Idilios”, reposaba en una carpeta de la Sala Zenobia y Juan Ramón Jiménez, de la Universidad de Puerto Rico, donde el poeta donó una ingente cantidad de manuscritos y libros, además de cuadros y fotografías dedicadas de escritores.
            En el prólogo a “Idilios”, Antonio Colinas señala que Juan Ramón lo escribió en un periodo clave para su evolución poética, 1912 y 1913, es decir, “entre esos dos polos decisivos en su vida que fueron Moguer y Madrid: el tercero fue América”. Y se pregunta: “¿Por qué esa intensidad en la emoción y esa emoción hacia lo puro? Porque el poeta deja fluir en esa etapa (y en este libro concreto) su voz con naturalidad”. Es poesía que fluye “hacia la poesía pura en esa conciencia de búsqueda de la esencia, de un camino propio de trascendencia”, como dice en la introducción Rocío Fernández Berrocal, que ha ordenado un libro con 38 poemas inéditos para un total de 97. Está dividido en “Idilios clásicos”, textos de amores nostálgicos, e “Idilios románticos”, dedicados a su mujer, Zenobia Camprubí, y según su propio autor, quería alcanzar con ellos “brevedad, gracia, y espiritualidad”. Ejemplo de ello son poemas breves, densos y delicados, como este que no lleva título y dice: “Solo un punto, / en la rosada luz / que muere. / Una caída. Y su ascensión… // Y ahora, tú, carne, / vístete, y vete”.


Así pues, dos grandes poetas, dos destinos paralelos que llegan hasta hoy: también de Salinas se ha recuperado una “Poesía inédita” (Cátedra), que de la mano de Montserrat Escartín reúne 142 poemas de sus dos grandes etapas, marcadas por el exilio, a su vez divididas en los lugares donde el poeta vivió desde 1914: París, Sevilla y Madrid, y Wellesley, Baltimore, Puerto Rico y Boston. Apoyándose en el epistolario del autor –las explicaciones de Salinas de su propia poesía, y en general su visión poética del entorno, a su mujer Margarita, su amante Katherine o su amigo Jorge Guillén son iluminadoras–, la estudiosa contextualiza y analiza cada poema, consciente de que «algún crítico ha hablado de “poesía epistolar” ante la evidencia de que bastantes poemas son glosas de hallazgos expresivos en sus misivas». Son esbozos, textos descartados, versos de “hermética caligrafía”, versiones de otros textos publicados o piezas que vieron la luz en revistas o “plaquettes”.
Todo un tesoro, como en el caso de Juan Ramón, para los admiradores de Salinas: “Desde tentativas juveniles, a los últimos apuntes, escritos días antes de su muerte, pasando por momentos dichosos (irrupción del amor, llegada de los nietos) o críticos (pérdida de la amada, guerras y enfermedades)”, detalla Escartín. Es un Salinas que contempla las nubes, los árboles y la noche, que homenajea a colegas filólogos o habla con ternura de los niños, como en el poema “Verás”: «“Verás”, me dice el niño, ¡qué promesa! / Él, que inicia su paso / me anuncia a mí, acabando, que aún me queda por ver, que voy a ver / algo que aún nunca he visto». Un Salinas que describe urbes que le impresionan como Chicago, San Francisco o Nueva York, “ciudad de miradas altas”; un Salinas siempre sensible a lo que pasa en el mundo desde el punto de vista social o en torno a la actualidad política (caso de “Tres sonetos político-satíricos”). En este sentido, es muy singular esta pequeña creación titulada “Debate”, que bien podría resumir el mundo hoy en día, tan saturado de informaciones y controversias: “Todo el día es debate, oposición, / competencia y encuentro, pugna. / Dos voces se responden y discuten. / Velocidad y calma, prisa y paz. / Encontrados vehículos, por milagro / no chocan. Todo disputa”.
            Y al fin, un Salinas que, por supuesto, canta enamorado o al desamor, como el lector de “Razón de amor” o “Largo lamento” podrá presumir; el mismo que le inspiró Katherine y que cambió el rumbo de su poesía, enfatizándola y embelleciéndola a partir de su experiencia más íntima: “¡Estás, amor, estás! / ¿Cómo he podido / dudar de tu existencia? Cantas, amor, ¿cómo he podido / confundir una voz con el silencio? ¿Brillas, amor, porque no te veía?”, empieza diciendo en un texto de 1939. Al igual que el amor de Juan Ramón, arrebatado por Zenobia: “¡Qué ola la del amor!”, afirma en uno de los “idilios clásicos”, y en el poema “Ex-amor”, dentro de los románticos: “¡Eres bien mía; toda, / y tantas veces mía, / y de tantas maneras! / Mas pienso –¡qué nostaljia!– / en que pudiste serlo solamente / ¡un día!, ¡aquel instante!, ¡entonces!”. Tema literario central durante sus vidas, es este el amor de Salinas y Juan Ramón que, aún palpitante en versos, surgen hoy de entre papeles dispersos que ya están a salvo del olvido.

Publicado en La Razón, 19-III-2013

Y ADEMÁS…

Un mismo destino americano
            Salinas y Juan Ramón salieron de España en plena guerra civil, de camino a América: el primero se estableció en Massachusetts y Baltimore como profesor universitario, y el segundo vivió en Miami, Washington y Maryland. En 1943-1946, Salinas residiría en Puerto Rico, donde Juan Ramón se establecería definitivamente en 1950. Para ambos, la isla caribeña constituyó una suerte de resurrección y paraíso, de entrega poética y felicidad, hasta el punto de que ambos quisieron ser enterrados en San Juan: Salinas moriría en Boston, en 1951, pero su deseo sería cumplido y hoy sus restos descansan en el cementerio de la capital, frente al océano Atlántico, al que dedicó su libro “El Contemplado”. Juan Ramón, fallecido en 1958, dos años después de la muerte de su esposa y de ser galardonado con el premio Nobel, dejó escrito que quería descansar por siempre en Puerto Rico, pero al final sería enterrado en Moguer, su localidad natal.

Sensual Juan Ramón
La de “Idilios” es una poética de corte sensual, en la que se enfrenta lo carnal y lo espiritual: “La pasión vital del poeta cristaliza en el ideal femenino que proyecta en sus amadas, sus musas, paisajes de sus anhelos y deseos de belleza, idilios platónicos”, puntualiza Fernández Berrocal. Al final, el idilio mayor lo experimentará con su inseparable Zenobia, la mujer a la que le costó conquistar y cuya madre rechazó al poeta al comienzo por “triste”, pues ya eran notorios en su juventud los achaques depresivos que arrastraba desde la temprana muerte de su padre, en su casa de Moguer. Sin embargo, los dos juntos, el poeta y ella también escritora (autora de un gran diario y de diversas traducciones del inglés) configuraron un dúo muy productivo en iniciativas editoriales, académicas y culturales por las que aún son recordados vivamente en el seno universitario puertorriqueño.

jueves, 21 de marzo de 2013

Entrevista capotiana a Mario Escobar


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el escritor estadounidense se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Mario Escobar.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
En el alma de mis hijos, creo que no hay mejor lugar para vivir.
¿Prefiere los animales a la gente?
A la gente, aunque te traicione, te falle o te abandone.
¿Es usted cruel?
Sí, pero no ejerzo. La maldad es adictiva y prefiero escapar de todo lo que me controle.
¿Tiene muchos amigos?
Tengo una gran amiga, mi mujer, después tres o cuatro náufragos de la adolescencia y lo que voy encontrando en el camino.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Fidelidad, sinceridad y amor incondicional.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Creo que la peor decepción es estar lejos de ellos, en ese sentido alguna vez estuve un poco lejos. 
¿Es usted una persona sincera? 
Soy franco y directo, pero algunas veces me cuesta ser sincero.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Con mis hijos, leyendo, viajando y durmiendo.
¿Qué le da más miedo?
Que perdamos la sensibilidad por los que están a nuestro lado y nos volvamos sordos, ciegos y mudos.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La impunidad de los poderosos y la estrechez de miras de las masas.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
El destino jugó las cartas por mí, quién soy yo para contradecirle.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Intento mantenerme en forma, pero el deporte me aburre un poco.
¿Sabe cocinar?
Intento no saber, mi mujer es la mejor cocinera del mundo. Por no hablar de mi suegro, mi suegra y mis cuñados, por eso yo me mantengo al margen.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Hay muchos, pero creo que elegiría a Jesucristo, además de inolvidable creo que es un gran desconocido.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Perdón.
¿Y la más peligrosa?
Rencor.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Todos los días, especialmente los lunes por la mañana, especialmente a tele operadores.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Tiro a la izquierda, pero sin pana.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Me gustaría ser un oso solitario y perdido en los bosques de Asturias.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La escritura, mi mujer, el cine y la literatura.
¿Y sus virtudes?
Dicen que uno vale más por lo que calla que por lo que habla.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Mi familia en un día de campo, mis padres cenando en casa, un paseo por El Retiro con mi mujer y las montañas que veo cada día desde mi ventana.
T. M.

miércoles, 20 de marzo de 2013

Bicentenario del nacimiento de Richard Wagner


En el teatro de ópera de Bayreuth, en Baviera, ya se están preparando para que la música de Richard Wagner suene y se divulgue más que nunca durante esta primavera y verano; el 22 de mayo, para celebrar los doscientos años del nacimiento del compositor alemán, se realizará un concierto dirigido por su compatriota Christian Thielemann, y del 25 de julio al 28 de agosto se representará «El anillo del nibelungo». A estos eventos se le sumarán docenas de muy diversa naturaleza que, aglutinados bajo el lema «Wagner para todos», buscarán sacar a la calle –la Orquesta Estatal de Weimar actuará en la plaza del mercado de Bayreuth– a este músico colosal, controvertido y siempre de actualidad editorial, pero ahora con más motivo por este bicentenario (también, en 2013 se cumplen los ciento treinta años de su muerte, ocurrida en Venecia en 1883).

El teatro de Bayreuth, empezado a construir en 1872 exclusivamente para la interpretación de las obras de Wagner, fue diseñado por él mismo, con el auspicio de su gran admirador, el rey Luis II, y se inauguró cuatro años más tarde, con la representación completa de la famosa tetralogía. Esta particular relación con el monarca y la evolución del costoso y complejo teatro queda reflejada en el libro «Cartas sobre Luis II de Baviera y Bayreuth» (editorial Fórcola), que ha preparado el escritor y musicólogo Blas Matamoro. Éste contextualiza el difícil momento político del Imperio alemán en los años sesenta del siglo XIX, con sus Estados aún dispersos, y explica cómo Luis II y Wagner se conocieron –en Múnich, en 1864, año en que aquél es coronado, con dieciocho años– y fueron entablando una amistad basada en la mutua adoración.

El joven rey, que había visto «Lohengrin» en 1861, encarga a un súbdito que localice y traiga a ese Wagner de cincuenta y un años, por entonces «sospechoso de anarquista, mangante e intrigador». A Wagner le precede esta fama de hombre de fuerte carácter y genio abrumador, y Luis no duda en ofrecerle todo cuanto esté en su mano para que se mantenga a su lado: una suntuosa paga y trato directo íntimo. Tanto, que la relación, por parte de Luis, sólo cabe calificarla de enamorada si se ve cómo se dirige al artista. «Por espigar unos pocos ejemplos –apunta Matamoro–: querido y único amigo, suprema belleza de mi vida, íntimo y único amigo, fundamento de mi existencia, amigo amado, encanto de mi vida, amor mío fiel y eterno hasta la muerte, júbilo de mi existencia, mi todo santo y divino, adorabilísimo, el único por quien vivo y por quien muero, mi postrer sueño mundano.»

Wagner no se queda atrás, y le dice, por ejemplo: «Mi amado, querido y prodigioso amigo: Sólo el ideal puede unirnos de por vida (…) nos amamos como dos hombres que están por encima de las leyes del mundo. (…) ¡Es el amor entre un rey y un poeta! El sublime fundamento de esa unidad, que nos eleva en una nube esférica por sobre la generalidad, es el arte: ¿y qué arte? El ideal, el más ideal» (1-V-1866). Y empieza otra carta: «¡Mi dulce, excelsa y ahora para mí de nuevo auroral estrella de los reyes!». Al parecer, la homosexualidad de Luis se quedó en amor platónico hacia el maestro, aunque algo les uniría de por vida: «Bayreuth representa la obra maestra del dúo Luis-Ricardón», dice el autor argentino.

En estas cartas, pues, asistimos a los mensajes que Wagner, retórica y líricamente, dedica a su mecenas, pero también a personas de su entorno como su suegro el músico húngaro Franz Liszt, su hermana Ottilie, varios directores de orquesta, tenores y médicos; todo en torno a experiencias personales o incidencias que surgieron a la hora de representar sus óperas en Bayreuth. El volumen se cierra con un texto en que Wagner habla de cómo ordena y coloca la orquesta, los asientos del público o las filas de los palcos de su teatro. Su carácter controlador y perfeccionista es manifiesto.


Es posible ahondar en semejante carácter en otro libro nuevo, «Aspectos de Wagner» (editorial Acantilado), del profesor universitario Bryan Magee (Londres, 1930), una síntesis de lo más característico de la música de Wagner y de por qué ha influido tanto a artistas de todos los ámbitos: por ejemplo, a los escritores franceses de finales del XIX o, ya en el XX, a James Joyce o Thomas Mann. Primero, empieza por cuestionar sus prosas de teoría musical –«Muchos pasajes son insoportablemente aburridos. Algunos no significan nada»–, pero entre ellas encuentra la forma de analizar el conjunto operístico llevado a la práctica. Asimismo, dedica capítulos al «culto a Wagner» o a las formas de interpretar sus óperas, y muy particularmente, a los colegas judíos del compositor, quien por cierto, en 1850, publicó de forma anónima el panfleto antisemita «El judaísmo en la música».

Y es que este es uno de los temas que más tinta han hecho correr. Magee alude a cómo «los orígenes personales del antisemitismo de Wagner son asombrosamente similares a los del antisemitismo de Hitler». Todo nació de la envidia, de sentirse acomplejados y de encontrar en los judíos a los villanos que provocaban su frustrante situación. Con todo, «Wagner reconoció la eminencia de los intelectuales judíos» y «atacó la tradición cristiana tanto como atacó el judaísmo». De hecho, según una carta de la edición de Matamoro, le dice al director de la Ópera de Leipzig: «Soy totalmente ajeno al actual movimiento antisemita» (23-II-1881), en referencia a que uno de sus artículos había sido malinterpretado.

Y sin embargo, en aquel panfleto, como explica Rosa Sala Rose en «El misterioso caso alemán» (Alba, 2007), Wagner «define a los judíos como incapaces de toda creación artística y, por añadidura, como elementos de corrupción del arte alemán y responsables de su decadencia». De tal modo que aquel atraído por el arte debía rechazar a los judíos; idea que retomará Hitler para «Mi lucha»: el ario es el hombre creativo. Así, en el Festival de Bayreuth de 1925, dijo que «la obra de Wagner engloba todo aquello a lo que aspira el Nacionalsocialismo». No en vano, como apunta la misma autora en su «Diccionario crítico de mitos y símbolos del nazismo» (Acantilado, 2003), el 1 de mayo de 1945 sonó la escena final del «Crepúsculo de los dioses» de Wagner «cuando la radio difundió al pueblo alemán la noticia de la “muerte heroica” de su Führer».

Los libros sobre Wagner se suceden más allá de este bicentenario –sobre su mujer Cossima o su amigo-enemigo Nietzsche–, algo de lo que no disfruta el otro músico del que también se celebrarán los doscientos años de su nacimiento, Verdi (en octubre). En este sentido, para el crítico musical Arturo Reverter, que prepara un volumen que recopila las mejores cincuenta arias del italiano, éste «tenía y tiene más seguidores y aficionados; sin embargo, Wagner resulta más polémico, tanto en su vida como en sus teorías y escritos». Asimismo, «también es más amplio en su espectro de actuación. Mientras que Verdi se limitaba a la composición y llevaba una vida más tranquila y lineal, el alemán tomó parte en conflictos revolucionarios, intrigó en diferentes cortes y es el creador de una forma musical operística revolucionaria, la ópera como drama». En suma, «posee más luces y sombras, lo que le hace mucho más atractivo».

Publicado en La Razón, 19-III-2013