domingo, 21 de julio de 2013

Escaparate de novedades literarias


He aquí el escaparate de recomendaciones literarias que hice para La Razón el pasado jueves y que detallo en los siguientes enlaces:
James Joyce: Sobre la escritura
Hilario Barrero: Nueva York a diario

jueves, 18 de julio de 2013

Literatura a 33 r.p.m

El arte es, para mí, una emoción que, apoyada en honda experiencia sensual, nos regala el pozo de una vivencia mística o espiritual», dice Mauricio Wiesenthal en el prólogo de «Perdido en poesía», publicado en mayo; perdido en versos que aún no había dado a conocer y de continuo encontrado en sus viajes en pos del amor por la cultura, por absorber todo lo que incumbe al ser humano: al prosaico y al artístico, al más alto esteta o al vagabundo. Una definición ésta de arte que atraviesa toda su obra y que llega a su clímax en «Siguiendo mi camino», dado que aquí la sensualidad y la experiencia íntima se intensifican gracias a un puñado de canciones en diferentes idiomas que el propio autor solía interpretar en público de joven, en hoteles, cafés, cruceros.

Aparecerán casi una cincuentena: boleros, coplas españolas, romanzas rusas, zambas, tangos... «Cantar fue una de las aficiones de mi vida que me ayudó a sobrevivir en mis años de bohemia. Evoco en este libro algunas de esas canciones porque me gustaría dejar el testimonio de que un escritor es, sobre todo, un artista», afirma en el inicial «Luces, plumas y estrellas», dedicado a la pieza de 1927, pero que hizo célebre sobre todo Elvis Presley, «Are You Lonesome Tonight?». Así, esta conciencia de vivir «artísticamente» ha acompañado siempre a Wiesenthal, cuyos «Libro de réquiems» y «El esnobismo de las golondrinas» emocionaron por fundir erudición, viaje, búsqueda de los maestros de la antigua cultura europea y romántica autobiografía.

Su camino parece no tener fin, pues se asienta en la memoria, en la infinitud de hacer literatura a partir de toda una vida volcado en oficios variopintos y en escuchar y observar, en conversar y conocer. Aparte de esos dos monumentales libros, la también voluminosa novela «Luz de vísperas» constituyó otro modo de recorrer Europa, con fondo intelectualista y emocional, a la que se añadiría otro viaje memorable a la Rusia y las obras de Tolstói, en lo que acabó siendo un estudio portentoso del escritor titulado «El viejo león» (Edhasa, 2010). Ahora, sin embargo, el camino tiene pinceladas de humor (genial la nota introductoria), de recuerdos de enamorado (se alude con frecuencia a su primera, mujer, una inglesa llamada Sarah), y además con un pie en nuestro continente y otro en América, pues encontramos a Wiesenthal en el café Tortoni de Buenos Aires (canción «Nostalgias»), en el San Juan Puerto Rico que tanto le recuerda a la Cádiz de su adolescencia (canción «Piensa en mí») o en México (canción «La llorona»), disfrutando de su «verdadero tesoro»: su gente.

Cada tema es un pretexto para la rememoración, para anclar en la escritura una escena en que una música concreta, llena de ensoñaciones y encanto, actuó de banda sonora. De modo que el bolero «Amar y vivir» sirve para glosar cómo el autor pasó unas horas con Ava Gardner, mientras que la canción de cuna «Schlafe, Mein Prinzchen, Schlaf Ein» habla de una Berlín «destruida, arruinada y partida en dos» que vio de niño, en la misma etapa en que coincidió en el mismo hotel madrileño con Hemingway (en el texto dedicado al «zortziko» del compositor Sorozábal «Maite»), cuyo rastro por el mundo seguiría durante décadas. Una melodía, unos versos, son la llama para que Wiesenthal incendie sus recuerdos y el fuego lo abarque todo: la inmigración, con la habanera catalana «La gavina»; el mundo de las librerías, con la zamba «Angélica»; el amor por el mar, con la alemana «Blaue Nacht am Hafen» –el abuelo del escritor nació en Sajonia–; el gusto por el cine, con el bolero «Dos almas» (Wiesenthal hizo de extra en «Lawrence de Arabia»), etcétera.

«Siguiendo mi camino» no es un título tomado a la ligera; indica la forma en que Wiesenthal se ha mantenido fiel a sus ideales y literaturas, sin importarle encajar en el ambiente cultural o editorial. Él fue escribiendo, cantando, hasta que le llegó su oportunidad, y ahora sus libros abanderan su propósito de vida, sensual y espiritual, emotivo y anhelante.

Publicado en La Razón, 18-VII-2013

martes, 16 de julio de 2013

Entrevista capotiana a Javier Ponce Gambirazio

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Javier Ponce Gambirazio.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Viviría en el Fundo Placidia, en la selva de Perú.
¿Prefiere los animales a la gente?
Prefiero a la gente. Me resulta estúpido gastar miles en una mascota, cuando hay niños que no tienen qué comer.
¿Es usted cruel?
Crueldad entendida como maldad gratuita, no. Nunca uso ese último recurso, pero si tuviera que defender a alguien que amo, no me temblaría la mano.
¿Tiene muchos amigos?
Muy pocos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Las mismas que yo ofrezco.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Nos decepcionamos mutuamente.
¿Es usted una persona sincera? 
Lamentablemente sí. Aunque esto me genere muchos inconvenientes.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Conversando y leyendo.
¿Qué le da más miedo?
Me da miedo hasta decirlo.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
El cinismo de la clase política y la infelicidad que promueven las religiones.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Hubiera sido agricultor.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Levantarme todos los días y evitar lanzarme por la ventana es un ejercicio físico que practico a diario.
¿Sabe cocinar?
Sé comer. Vivo solo, e invertir tanto tiempo en preparar algo para comerlo sin compañía me resulta absurdo.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A mi madre.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
“Quizás”, porque deja siempre abierta alguna puerta.
¿Y la más peligrosa?
“Esperanza”, porque no te permite aceptar la realidad tal cual es.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Sí.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Pienso como Yourcenar, que cualquier sistema en manos de gente decente, podría funcionar. Lamentablemente la decencia es una mutación extrañísima, lo normal es lo contrario.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
El mar.
¿Cuáles son sus vicios principales?
El silencio.
¿Y sus virtudes?
Qué católico este Capote… oponer  vicios a virtudes. En fin. Mi única “virtud” es asumir, defender y ejercer mis vicios.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Me gustaría ver un desfile de todo lo que no ocurrió. Como un caleidoscopio de fracasos, frustraciones y abortos. Los hijos que no tuve, la gente que no amé, el libro que no llegué a escribir, las películas que no hice y toda esa montaña de sueños que se quedarán por siempre sin ser vividos.

T. M.

lunes, 15 de julio de 2013

El seudónimo del seudónimo


Por si no fuera bastante con nuestro propio nombre, que ya de por sí es un “seudónimo” de la persona que somos, unas cuantas letras que sirven para que los demás puedan dirigirse a nosotros, los hay que se esconden tras otro nombre, que firman textos con él. Antaño quizá podría tener sentido tal cosa si se pretendía guardar la identidad para preservar la vida íntima, pero hoy en día, internet y los “media” imposibilitan que la información no se revele. Y entonces se da una extraña vuelta de tuerca y se acaba por publicar un libro bajo seudónimo… ¡poniendo al lado el dato fidedigno!: de tal modo que, por ejemplo, el narrador irlandés John Banville, que empezó a publicar en 1970, en el año 2006 empezó a desdoblarse, al escribir novelas policiacas, rebautizándose con el nombre de Benjamin Black. Eso sí, este compartirá espacio en cada cubierta con el que se convierte en seudónimo del seudónimo y que a fin de cuentas es el nombre con el que nació: justamente John Banville.

Por supuesto, detrás de estos casos suele haber un criterio comercial: hoy el individuo exitoso es una marca, y como tal una editorial no puede prescindir de tal anzuelo. ¿El hecho de que se haya descubierto el “nom de plume” de la multimillonaria J. K. Rowling –Robert Galbraith–, con el que ha entregado su última novela de adultos, no es la mejor publicidad posible para su lanzamiento? Ella, que además se dio a conocer con un semi-seudónimo, por así decirlo, pues la editorial, antes de que viera la luz la primera entrega de “Harry Potter”, cambió su verdadero nombre, Joanne Rowling, por unas iniciales en las que se ocultaba su feminidad y al que se añadía una K, tal vez como guiño subliminal al “señor de los anillos” J. R. R. Tolkien. El pretexto: el hecho de que los jóvenes no se animarían a comprar una novela de aventuras firmada por una mujer.

Y sin embargo, al fin todo es un juego nominal, una creativa maniobra de despiste, y lo falso, cuando la calidad de su obra firmante se impone, deviene más real que cualquier hoja del Registro Civil: pues ¿qué importa que Pablo Neruda, George Orwell, Lewis Carrol, Molière, Stendhal, Clarín, Azorín, Yukio Mishima o Mark Twain fueran simples alias?

Publicado en La Razón, 15-VII-2013

domingo, 14 de julio de 2013

Entrevista capotiana a Pablo d’Ors

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Pablo d’Ors.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Mi casa.
¿Prefiere los animales a la gente?
No.
¿Es usted cruel?
Procuro no serlo.
¿Tiene muchos amigos?
Bastantes.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
La incondicionalidad. El amor.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No.
¿Es usted una persona sincera? 
Sí.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
La lectura y el paseo.
¿Qué le da más miedo?
Las películas de terror, no las soporto.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
El hambre en el mundo y un millón de cosas más.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Quizá lector.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Senderismo.
¿Sabe cocinar?
No.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Charles de Foucauld.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Estupor.
¿Y la más peligrosa?
Diablo.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Sí.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Soy cristiano.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Es difícil, porque estoy contento con lo que soy. Si tuviera esa vocación, querría ser monje.
¿Cuáles son sus vicios principales?
El alcohol, pero no llega a vicio.
¿Y sus virtudes?
La autenticidad.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Mi madre, supongo, y alguna imagen de Cristo, supongo también, o de la Virgen.

T. M.

viernes, 12 de julio de 2013

La esclavitud a debate


«Años inestables que me arrojáis no sé a dónde», comienza diciendo Walt Whitman en un poema de «Redobles de tambor», que publicó en 1865, tres años después de trabajar como enfermero en los hospitales a donde eran trasladados los heridos de la Guerra Civil norteamericana. Un poema que poco antes de acabar, dice: «De la política, triunfos, batallas, vida, ¿qué queda al fin?». La palabra, el papel manuscrito, se podría contestar. De hecho, el autor de «Hojas de hierba» aseguró que «la guerra y mi libro son una misma cosa». Por algo integró en su obra la sección «Conmemoraciones del presidente Lincoln», donde se encuentra su famoso poema «¡Oh, capitán! ¡Mi capitán!». En él, Whitman canta: «Terminó nuestro espantoso viaje», cuando la batalla ha acabado y el presidente ha sido asesinado; y casi ciento cincuenta años después, Obama afirmó: «Nuestro viaje no ha terminado».

Estos de ahora son también años inestables, amenazados por los vaivenes de la economía y el terrorismo internacional, como aquellos lo fueron, en la Unión de Estados, por la contienda entre el norte y el sur y la polémica sobre mantener o abolir la esclavitud. El propio Whitman y otros escritores del área de Boston y Nueva York, como Emerson y Thoreau, escribieron sobre el sometimiento a los negros, en el tiempo en que Elizabeth Beecher Stowe proponía, mediante «La cabaña del tío Tom», un cambio en la mentalidad sureña esclavista. Pues bien, ahora la editorial Capitán Swing ahonda en tal debate lanzando «Guerra y emancipación», con textos de Lincoln y Karl Marx, más un pequeño intercambio epistolar entre ellos.

«De la política…», siguiendo con Whitman, quedan pues unas intervenciones relevantes, como un curioso bosquejo autobiográfico, el «Primer discurso inaugural», la «Proclama de Emancipación definitiva», el «Discurso de Gettysbug» y el «Segundo discurso inaugural», que tanto se citó el día de la investidura de Obama. El profesor universitario y politólogo Andrés de Francisco ha seleccionado, traducido y prologado estos y otros textos (diez de Lincoln, diez de Marx) que nos sumergen en plena guerra americana, en los problemas del Gobierno estadounidense de carácter bélico, financiero y moral, mientras que el historiador británico Robin Blackburn ofrece una extensa introducción donde se estudian las diferencias entre ambos pensadores. Con todo, Lincoln y Marx, según De Francisco, parten de una misma idea: «La libertad de la opresión hace humano al ser humano. Por lo tanto, la condición de esclavo es contradictoria con la de humanidad; la esclavitud –dicho de otra forma– “animaliza” al hombre», al tiempo que el alemán «va más lejos en esa dirección cosmopolita, pues considera que la abolición de la esclavitud es la antesala de la abolición del trabajo asalariado».

En cuanto a las diferencias, la más evidente, como indica Blackburn, es que «Lincoln representó felizmente a las corporaciones ferroviarias en calidad de abogado. Como político, era un paladín del trabajo asalariado libre y de la revolución mercantil», mientras que Marx «era un enemigo declarado del capitalismo». Lo cual no mermó la admiración de este por Lincoln y su, decía, «espíritu mediador y constitucionalista», subrayando que se trató de un «plebeyo» que «sin brillo intelectual, sin particular grandeza de carácter y sin valor excepcional alguno», se labró un gran futuro «ya que es un hombre medio de buena voluntad».

El volumen se completa con una carta de Marx (enero de 1865) en nombre de la Asociación Internacional de Trabajadores en la que, tras felicitar a Lincoln por su segunda etapa como presidente, proclama: «Si la resistencia al poder esclavista ha sido la reservada consigna de vuestra primera elección, el grito de guerra triunfal de vuestra reelección es: ¡muerte a la esclavitud!» (la respuesta de Lincoln llegará a Marx mediante su embajador en Londres). El hombre que tres meses después de aquella carta sería asesinado y al que tanto admiraba el pensador socialista habría alcanzado su clímax político en discursos como el pronunciado en 1856, en un banquete republicano en Chicago. En él, Lincoln puso el acento en una «“idea central”, de la cual irradian todas las demás ideas secundarias. Esa “idea central” de la opinión política de nuestro pueblo fue al principio, y hasta hace poco, “la igualdad de los hombres”». Una idea que aún se persigue, como dejó claro el día 21 de enero, el actual presidente de los Estados Unidos.

Extracto del artículo publicado en Letra Internacional 116 con el título “Lincoln y Marx: un debate paralelo”

jueves, 11 de julio de 2013

Entrevista capotiana a Jaime Collyer

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Jaime Collyer.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Una isla cercana a Escocia o un pueblito del Pirineo aragonés. O quizás una aldea al centro de África. Cualquier lugar anónimo y remoto, donde no incidieran el wi-fi ni la internet.
¿Prefiere los animales a la gente?
Ciertamente a perros y gatos más que a mis vecinos o los visitantes inesperados. No tengo yo mismo ningún animal doméstico pero vienen de otros lados a dormir en mis sillones.
¿Es usted cruel?
A ratos.
¿Tiene muchos amigos?
Pocos. Entre uno y tres, máximo. No soy muy gregario a estas alturas de mi vida. Tampoco lo fui antes.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Perseverancia, lealtad, sentido del humor.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No tengo tantos como para que me hayan decepcionado.
¿Es usted una persona sincera? 
Pienso que sí, aunque a veces uno vende la pomada de la sinceridad, lo que es la antítesis del asunto.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Escribiendo, leyendo, pensando en la inmortalidad del cangrejo.
¿Qué le da más miedo?
El furor femenino.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Pocas cosas. Quizá que los niños se sigan desnutriendo en un mundo donde prolifera, como contrapartida, la obesidad patológica.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Hubiera sido historiador. O astrónomo. Me hubiera gustado ser futbolista pero no tenía dedos para el piano.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Hasta hace un par de años iba regularmente al gimnasio, desde hacía un lustro o más, a hacer pesas libres y máquinas. Luego paré, con el pretexto de que sería por un rato, y nunca más volví. Ahora me limito a echar de menos esa fase saludable y prometerme cada día que volveré. Le veo mal pronóstico, igual.
¿Sabe cocinar?
Sí. Superlativamente.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A Napoleón.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Persista.
¿Y la más peligrosa?
Abandone.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Infinidad de veces, y de varias maneras.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Anarco-fascista. O fundamentalista de izquierda, que es poco más o menos lo mismo.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Quizá una puerta giratoria, para ver pasar a la gente a través mío, todo el día.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La irritabilidad, y una pizca de paranoia.
¿Y sus virtudes?
La perseverancia.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Otro momento en que me hallaba al centro de la bahía frente a la Playa de La Magdalena en Santander, España, flotando a la deriva, mirando a mi esposa en la playa aunque viéndola apenas (soy miope), y pensando, sin el menor asomo de duda, que eso era la felicidad.

T. M.

miércoles, 10 de julio de 2013

Mi libro americano en "La Razón" y "La Opinión de Málaga"


Foto: Universidad de Harvard

Quisiera agradecer públicamente a Diego Gándara –con su concentrado texto titulado “Morir de éxito” (13 de junio)– y a Carlos Pranger –su estupendo artículo, “Éxito e ira en Norteamérica” (9 de junio) no está disponible en línea, por desgracia– que se hayan ocupado de La pasión incontenible en La Razón y La Opinión de Málaga, respectivamente; reseñas que se suman a la publicada por Luis Antonio de Villena en su columna de El Mundo, con el título "La gran narrativa norteamericana" (8 de mayo), de la que ya di cuenta en el blog.

martes, 9 de julio de 2013

Entrevista capotiana a Roger Wolfe

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Roger Wolfe.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
La Costa Azul francesa.
¿Prefiere los animales a la gente?
Sí.
¿Es usted cruel?
Puedo serlo.
¿Tiene muchos amigos?
No.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Devoción absoluta.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No.
¿Es usted una persona sincera? 
Sí, salvo cuando el instinto de supervivencia física recomienda lo contrario, o en ciertos casos en los que decir la verdad me produciría una sensación de vergüenza ajena demasiado insoportable.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Hacer el amor es lo único que vale la pena. Después, fumar, beber té o café y mirar por la ventana.
¿Qué le da más miedo?
Mi propia ignorancia.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
No tolero la ingratitud, ni la mala educación, ni que el fuerte le pegue o le haga daño al débil.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Hubiera sido médico.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Desde hace treinta años doy un paseo vigoroso de una hora, todos los días, con el perro o con los perros (he tenido varios a lo largo del tiempo). En inglés se llama constitutional. Cuando estoy de viaje doy también mi paseo; pero sin perros no es lo mismo.
¿Sabe cocinar?
Sí. De hecho, estuve a punto de convertirme en cocinero profesional.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A William Brown, el protagonista de los libros para niños de Richmal Crompton. Si tuviera que ser sobre un personaje real (una persona, viva o muerta), elegiría a Félix Rodríguez de la Fuente.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Silencio.
¿Y la más peligrosa?
No hay palabras peligrosas, sino gente peligrosa.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Sí.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Anarco-conservador y conservacionista.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Más arriba he dicho que médico. Ahora añado: jardinero. Preferiría lo segundo.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Soy obsesivo (si es que la obsesión es un vicio).
¿Y sus virtudes?
Soy leal.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Las de mi madre y mi abuela materna y las de los perros que he tenido en mi vida.

T. M.

lunes, 8 de julio de 2013

«Solos en los bares de noche» en ebook


Ya está disponible en libro electrónico, gracias a la editorial LcLibros, mi primera novela, escrita en el segundo lustro de los años noventa y publicada por Mondadori en el 2002: Solos en los bares de noche. Para la ocasión, he preparado un apéndice titulado “Quince años después”, en el que recuerdo la concepción y escritura de la historia, el momento y las circunstancias en las que vio la luz y mi relación con aquel tiempo y los lugares y sentimientos que literaturicé: la noche y la soledad, los bares, calles y tabernas de Dublín y Barcelona. La editorial, además, ha dedicado al libro una página en Facebook.

domingo, 7 de julio de 2013

Entrevista capotiana a Santiago Montobbio

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Santiago Montobbio.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
En cualquier sitio, si pudiera escribir, que es una forma de la dicha. Así me sale de pronto decirlo. Pero luego pienso que la vida tiene sus formas y nosotros sus preferencias, una manera de elegir –si nos dejan– y sentirnos bien en ellas. Así viviría en un pueblo junto al mar, como en el poema de Gil de Biedma. En un pueblo o en una ciudad, o en el campo pero ya cerca del mar, del Mediterráneo que a veces he dicho que sigue siendo de color de vino como en los hexámetros de Homero, o al menos así es para mí, tan nuestro lo siento y tan mío, mare nostrum y verdadera cuna, auténtico nacimiento de nuestra cultura y también y aún más, con ella, de una manera de sentir, percibir y realizar la vida. Cualquier sitio del Mediterráneo sería un sitio mío. Allí podría y elegiría vivir, porque así lo sentiría.
¿Prefiere los animales a la gente?
¿Qué hay de animal en el hombre? ¿Y cómo un animal puede estar cerca del hombre, representarlo casi? He visto una mirada profundamente humana en algún perro. Se me ha hecho notar la presencia de animales en mis poemas, cosa de la que yo no era muy consciente pero que pienso que entre otras cosas están con valor de símbolo y representación, mujeres con rostro de tortuga y otras figuras que hay quien podría estudiar –y algo se ha hecho en la manera en que en un libro de conversaciones se me ha preguntado por ellos–. Pienso que están como símbolo, y eso quiere decir en sí mismos y más allá de sí mismos. También como una posible representación del hombre. Pero son maneras de decir al hombre, y en este sentido, lo que me interesa, o de lo que hablo es del hombre –que por otra parte es también un animal, y no hay pues en mi sentir o manera de representarlo una frontera o distancia tan tajante. Pero sí: las palabras son del hombre. Del alma. Y hacia él van, se dirigen. Así creo que son las mías. Y, en este sentido, el animal es el hombre o sirve al hombre y a su representación en mis poemas, en mis palabras. Aunque los sienta cerca –a animal y hombre, y así estén en ellos. Pero, en cuanto a estas palabras que escribo, o que ha de escribir el escritor o el poeta, recuerdo ahora la sentencia de Machado: “El que no habla a un hombre, no habla al hombre; el que no habla al hombre, no habla a nadie”. Hay que dirigirse y apelar no sólo al hombre sino a lo más noble que tiene el hombre y que es su conciencia, ni que sea para herirla o sacudirla, hacerla vibrar en su raíz, convulsionarla.
¿Es usted cruel?
No. Pero el arte es una manera de hurgar en las heridas. Creo que también lo he dicho, pero lo explico y lo repito, porque siento que en ello hay una forma de masoquismo, claro, pero también de indagación en el dolor y búsqueda de la verdad. Pero de y en uno mismo. Así una vez hice notar que quien quedaba mal en mis poemas siempre era yo.  Quería decir –y creo que puedo sostenerlo– que si a veces hay crueldad o conmiseración o una ironía hiriente es siempre hacia mí mismo y no hacia los demás. A los demás se les desea –les deseo yo en mis poemas, también es verdad– siempre bien. Y en estos poemas es a mí a quien hiero, a quien palpo, ausculto, registro, tomo el pulso. En quien busco y en quien indago. En quien exploro. Y si en esta aventura del arte hay cierta crueldad –y creo que la hay, pues es, sí, como decía, un hurgar en las heridas– la hay siempre hacia mí mismo. Al menos es así en mi caso.
¿Tiene muchos amigos?
“La amistad es fuerza y pasión de la vida”, dice uno de mis poemas, y también que “Yo soy amigo, amigo me he sentido/ desde niño”. Y así es. Creo que la amistad es un don, y uno de los más altos regalos de la vida, y hay que estar predispuesto a ejercerla y saber cultivarla. Desde este sentir, y con esta concepción, soy una persona que ha tenido y tiene muchos amigos, y he sido y soy feliz de tenerlos. Pero –como también aparece en mis poemas– la amistad tiene sus sombras, sus falsedades y hasta sus traiciones, que pueden causar un gran dolor, precisamente por la fe que tenemos en ella y el gozo con que la vivimos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
No busco una cualidad especial en mis amigos, porque las personas son distintas, y así por lo que a mí respecta les dejaría y pediría que fueran ellos mismos. Pero también, al serlo, que fueran personas honestas y tuvieran lealtad, fueran leales en tanto que personas y amigos, con ellos mismos y conmigo. Esta es una cualidad o exigencia que con el tiempo empieza a hacerse cada vez más insoslayable.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
La vida parece a veces ya que no es nada más que una cadena de decepciones, y no escapa a ello la amistad. Que un amigo te decepcione duele especialmente, por la fe que tienes en la amistad y el valor que le das. Pero pasa, te parece que a veces pasa continuamente, y que por tanto la amistad no escapa a este deterioro y degradación constante que se da en la vida. Y duele más. Lo decía y daba sus razones. También por ello contestaba en la pregunta anterior que una cualidad que se hace cada vez más insoslayable en lo que consideras como un amigo y requieres para tenerlo como tal es la lealtad.
¿Es usted una persona sincera?
Sí, soy sincero, en el sentido de que tengo unas convicciones hondas, y actúo conforme a ellas y a mis sentimientos. No abjuro de ellas y adecúo mi comportamiento a este sentir y estos pensamientos. En mi vivir soy fiel a lo que siento y creo. Pero esto no quiere decir que sea una persona a la que le guste decir inconveniencias, o no sepa callarse algo que, aunque lo piense,  crea que a la otra persona puede desagradar o resultar molesto. Porque en la vida hay que callar. Hay que callar sin traicionarse. Es necesario el silencio, que no implica siempre –como dice el dicho– un asentimiento. Hay silencios profundamente desaprobatorios. Hay silencios, también, que sólo callan y no te significan o explicitan tu pensar, que quizá molestaría o heriría, y por eso lo callas. Creo que se puede ser una persona sincera y a la vez no tener ningún deseo de herir a nadie con tus opiniones o pensamientos. Un artista ha de ser sincero, consigo mismo y con su arte, y es normal –me parece– que tenga la sinceridad como un valor esencial y norma de conducta. Pero también hay que convivir. Mi padre recordaba a veces una de las frases célebres de Pi i Sunyer, porque le gustaba y yo la recuerdo porque también me gusta y la encuentro llena de sentido: “Dicen que el que calla otorga, pero yo pienso que el que calla no dice nada”. 
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
En escribir, leer, pasear, charlar con los amigos, escuchar música. Disfrutar del campo, del mar. De los recovecos de mi ciudad. Y también en no hacer nada.
¿Qué le da más miedo?
Me da miedo la oscuridad que hay en el hombre.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La estupidez me escandaliza, pero me asombra. A veces parece infinita, adjetivo que la Biblia aplica al número de estultos. Como la maldad. La maldad asombra y hiela por extemporánea y, casi, por irreal, por la sensación de irrealidad que da, quiero decir, ya que sé muy bien que puede no haber nada más real. A uno le escandaliza o asombra lo que siente muy lejano a él y casi no concibe porque él jamás haría, y ni pensaría en ello. Y así está la maldad y la estupidez y la mezquindad y la ruindad, la envidia o el egoísmo, la soberbia, la fatuidad. No sé si me escandalizan –aunque me asombran, en el sentido de que aunque las sepas tan ciertas te parece que no aprendes nunca, y ante alguna de sus manifestaciones te vuelves a asombrar–, porque sé que son verdad y están en la vida y hay que soportarlas, vivir con ellas. También asombra la vida en su regalo. Asombra la generosidad y la verdad, el corazón abierto, el reconocimiento del valor ajeno, la ayuda, la acogida. Pero estas fuerzas positivas y enaltecedoras de la vida asombran pero no escandalizan. Por suerte, en la vida hay también asombros que no provienen de motivos oscuros.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
N.B. Recibí por la tarde la invitación de Toni Montesinos a contestar la entrevista capotiana y le di una ojeada a su cuestionario. A media noche me desvelé y, para mitigar el insomnio, retomé la novela que tenía entre ojos y manos. Pero me acordé de pronto de alguna de estas preguntas y me puse a contestarlas de madrugada. Lo hice sin ir a buscar el cuestionario ni tenerlo delante. Por esto contesté, por ejemplo, dos preguntas de manera conjunta. Ya por la mañana, y con el cuestionario en la mano, me puse a contestar las restantes. Soy aplicado, y quise contestarlas todas; lo soy, sí –aplicado–, pero no tanto, y así tenía en mis manos y ante mi vista el cuestionario, pero no miré las respuestas que escribí de madrugada. Y por esto ha pasado con lo que me encuentro.  Porque ahora veo que una pregunta –ésta– la he contestado dos veces. Son dos respuestas distintas en dos momentos distintos –la madrugada y la mañana–, y las dos fueron sinceras y sentidas cuando las escribí. Por esto quiero dejarlas como están y no hacer ningún refrito ni componenda con ellas. Fieles al impulso del corazón en dos momentos distintos, transcribo tal y como las escribí en ellos las dos respuestas a esta pregunta, la de madrugada y la de la mañana.
Respuesta de madrugada:
Me dedicaría a respirar, o a pasear, o a no hacer nada. A sentir así la vida. De hecho es así como yo escribo. Escribo como quien anda o quien respira. Creo que hasta lo he dicho en un poema. Como quien anda o quien respira, sí, y también como quien no hace nada. Es un gozo escribir, y por esto no lo concibo como un trabajo sino que es algo que vivo de un modo muy distinto, y podría decir por ello que lo siento más cerca del placer de sentirte vivir y casi no hacer nada –de no hacer nada más que vivir,  sentir que por esto y así escribes.
Respuesta de la mañana:
No he decidido ser escritor: se me ha impuesto. De haberlo podido decidir, quizá habría decidido hacer otra cosa. Pero en arte hay que hablar, más que de decisiones, de imposiciones. Quiero recordar a este respecto unas palabras de Manuel Altolaguirre: “El verdadero poeta nunca es voluntario sino fatal”. No obstante, puede decidirse, o, mejor, sentirse que se ha de escribir (mi sentimiento es éste, más que el de ser escritor o menos aún el de querer serlo), y que la vida te lo impida y ponga dificultades para así hacerlo. Sentir violentado tu destino –que es un destino que se ha de cumplir en hacer arte– causa un gran sufrimiento, y vuelve oscura la vida. Pero, como no se decide ser escritor, sino que se siente que has de serlo, y la vida puede a ello ponerle trabas y dificultades, puede darse una situación amarga y que sea difícil de llevar. Hace entonces uno lo que puede. Esto es lo que hace y debe hacer el artista muchas veces, en ocasiones gran parte de su vida –o toda–, y entonces lo que ha de hacer, lo que habrá hecho –como se me pregunta– es procurar conjugar la necesidad irrenunciable de hacer arte con la de otras imposiciones que precisa para vivir, hacer el arte que pueda en estas condiciones difíciles y cumplirse del modo que mejor logre su destino de artista. Y en esta tesitura –que es, por otra parte, tan común– el artista puede preguntarse o se pregunta muchas veces qué ha de hacer, o, mejor, qué puede hacer.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Andar.
¿Sabe cocinar?
No, pero sé escribir, o quizá, simplemente, escribo. Lo que quiero decir lo dice Adolfo Bioy Casares en unas palabras que me agradan especialmente: “Nadie tiene recetas para escribir bien; podrá tenerlas para evitar determinados errores. (…) A lo mejor ustedes dirán que estos son consejos menores, consejos de cocinero. Lo que pasa es que escribir se parece a cocinar. Yo siempre quise saber algo de cocina, porque suelo imaginarme en un lugar solitario y tener que valerme por mí mismo, y me alarma pensar que no sé nada, porque saber escribir (si realmente sé) equivale acaso a la ignorancia universal en cuestiones prácticas. Entonces pido recetas, pregunto: ¿”Cómo se hace tal plato?” Me contestan: “Es muy fácil. Pones tal cosa y tal otra, en cantidad suficiente”. ¡Cantidad suficiente! ¿Qué es cantidad suficiente? A lo mejor escribir bien consiste en saber, en todo momento de la composición, cuál es la cantidad suficiente”.
Si el Reader’sDigest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A alguien anónimo.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Amor.
¿Y la más peligrosa?
Dolor. Aunque no tienen por qué estar tan lejos ni disociarse. Si la memoria no me falla, leí muy joven en una novela de Baroja que era lectura escolar algo así como que los poetas riman amor con dolor. No sé –porque no lo recuerdo– si lo decía como una señal de su simpleza, o de su elementalidad, o con ironía, pero la verdad es que amor y dolor comulgan y se conjugan, se complementan y consumen y pueden a veces no darse el uno sin el otro. Y empeñamos en esto la vida. Ya lo dijo Catulo en un verso que es una sentencia y pensamiento y resulta como una condensación de vida y también muy moderno, como hoy escrito: “Odio y amo. ¿Por qué es así, me preguntas?/ No lo sé, pero siento que es así y me atormento”. Así aparecen amor y dolor con frecuencia en mis poemas, como fuerzas que se unen o se necesitan, o simplemente se dan, se pueden dar juntas. Yo hablaba de amor y dolor, y Catulo de amor y odio. Sé que no es lo mismo, pero lo he recordado por la fusión de contrarios que también supone y la consunción que en ella ve y siente. Yo pensaba en el consumirse en esa conjunción de las dos fuerzas o elementos, y él en que el que así sea le atormenta. Pero sí: yo hablo de dolor. Digo dolor, y podría decir muerte, y decir algo de similar sentido. Porque la muerte está en la vida. También el dolor, que es vida. Aunque la desgarre, también le da profundidad y peso, y fuerza, y es fuente de sentir y de creación. No me podrán quitar el dolorido sentir, ¿no? Y desde ese sentir se crea. Desde ese dolor. Y ese amor.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Evangélicas, es decir, antiguas: amar al prójimo como a ti mismo. De ese amor y respeto sí saldría una política con la que comulgaría.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
No sé si podría ser otra cosa. Bueno, no podría,  y ya está. Y por esto no pienso en ello. Recuerdo la belleza con que Borges se expresa en su célebre texto “Borges y yo”: “Spinoza entendió que todas las cosas quieren perdurar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que algo soy)”. Lo he recordado, digo, por la belleza, porque en ese momento Borges no se refiere a lo que se me pregunta sino a la cuestión del tiempo y la identidad y también la de la permanencia y la perdurabilidad. A mí se me pregunta por un deseo, el deseo de ser otro, y qué me gustaría ser en ese caso. Por mi parte, y en este sentido, puedo decir que me resigno a ser Santiago Montobbio. Quizá no tengo imaginación a este respecto, pero es el único sentimiento que tengo y no pienso en otra cosa. No pienso ni he pensado nunca en ser algo o alguien distinto a quien soy. Claro que, ahora que lo pienso, estoy refiriéndome a que me resulta muy ajeno el deseo o sentimiento de querer ser otra persona, que nunca he tenido. Pero la pregunta dice otra cosa, y quizá esto, como mero deseo imposible o como quien echa una campana al vuelo, me permitiría dejar más libre la imaginación y así podría decir que me gustaría ser agua, viento, fruta, sombra en el verano, río, siesta, árbol, nube, mar y que el agua que dije fuera agua de mar, y las olas en la arena y el cielo sobre el mar y montaña y pradera y sembrado, valle, hoja de otoño, bosque, fronda, campo. Lo que el corazón sueñe y la pregunta permite. Lo que con palabras también escribes. Porque escribes para ser, y eres tú mismo cuando escribes –y de un modo como no lo eres en ningún otro momento–, pero en el escribir están también los sueños y los deseos y los temores y las esperanzas y entre ellos algunos podrían tener la forma de las cosas que he dicho.
¿Cuáles son sus vicios principales? ¿Y sus virtudes?
Tengo pasiones. No creo que las pasiones sean vicios. Hay quien ha definido el escribir como una manía o un vicio –y un oficio. Yo creo que es una pasión, la pasión de escribir. Y la pasión de vivir. Pero vivir es también una urdimbre de costumbres y de ritos, más que de vicios, que van anudándose en los días y dándoles su ritmo, su medida. Y en la pasión de escribir y de vivir. Creo que a una persona honesta le ha de ser difícil encontrarse sus virtudes y decirlas. No quiere esto decir que no tenga conciencia de su valor, o como comento –digamos– de sus características. Pero pienso en algo que está en consonancia con lo que decía de que quien siempre queda mal en mis poemas soy yo, y es que la propia estima no es algo, al menos en mi caso, que pase por delante, o a lo que dé preferencia. Disfruto enormemente con los logros de los otros, así sé vivirlos. Ahora que lo pienso, esto quizá es una virtud. Pero tengo que pensarlo. Porque las propias virtudes, para el hombre honesto, están escondidas, o así me lo parece o siento, y tendría que preguntarse por ellas. Las virtudes hay que buscarlas, uno siente que tendría que parar a pensárselas y buscarlas. En y junto a este sentimiento pienso ahora, como digo, que hay una virtud. Dice una virtud. Y supongo que podría decir más, si siguiera en esa busca y esa pregunta. Sí. Creo que si me molestara y tuviera ganas, podría preguntarme por mis virtudes y que quizá hasta encontraría alguna. También que acaso para otros estas virtudes serían defectos. Porque creo que, en todo caso, más que de vicios, podría hablar de defectos, y también, como ahora apunto, no hay que olvidar que auténticas virtudes –la lealtad, la honestidad, la generosidad, la misma bondad– en el carácter o comportamiento para muchos en el fondo son –lo digan o no– necedades o tonterías, torpezas que dificultan la vida. También así entiendo estos defectos de que hablo, defectos morales, digamos, que hasta pueden ser virtudes, e incluiría también los defectos de estilo –que son características. Y, en cuanto a ello, recuerdo ahora un poema de mis 20 años e incluido en mi primer libro, Hospital de Inocentes. Se titula “El día menos pensado” y dice así: “Sabes que no soy amigo de juramentos ni promesas/ pero sí me has oído decir con insistencia/ que el día menos pensado voy a procurar/ olvidarme la inocencia y la ternura/ sobre el mostrador de cualquier casa de empeño./ Pero jamás conseguí inquietarte, o así lo sospecho./ Porque sabes que soy terco y mucho más/ en lo que concierne a mis defectos./ Entre esos dos aún sigo viviendo”.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Mi vida son imágenes. Estoy lleno de imágenes. Y las digo. Cada vez que escribo un poema o una prosa me ahogo. Escribo, quiero decir, de un modo último, como si fuera mi último respiro. Las imágenes de esos ahogos están en mis poemas. Es lo que puedo responder, y de lo que cabe deducir que me he ahogado muchas veces y el ahogo resulta para mí una experiencia común. Porque, si pienso en tu pregunta, debo decir que mis poemas son los poemas de un ahogado. Los he escrito así.

T. M.