Feria de Santiago de Chile 2009. País invitado: Argentina
Cortázar:
treinta años desde su muerte cumplió este febrero. Hoy, centenario de su
nacimiento. La primavera del año pasado, cincuenta años de la publicación de su
obra más célebre, «Rayuela». El escritor argentino se hace presente, vívido,
con estas efemérides que editoriales y actos públicos promueven acogidos al
interés y admiración que aún suscita el autor. La editorial Alfaguara publicó
hace poco «Cortázar de la A a la Z», una biografía compuesta de fotografías,
reproducciones de manuscritos originales y una antología de textos. Y acaba de
aparecer «Julio Cortázar y Cris» (Cálamo), una crónica de amistad llena de
complicidades literarias en la que surge un Cortázar muy cariñoso, pues no en
vano había dedicado a la escritora uruguaya quince poemas de amor de su libro
«Salvo el crepúsculo», que vería la luz el año de su muerte, 1984.
Esta por
supuesto es la parte de su obra menos conocida, la poética, dentro de un corpus
donde no hay que olvidar sus valiosos artículos y ensayos, sus traducciones –de
Keats, Yourcenar, Defoe y Poe– y en el que destacan de forma predominante,
aparte de «Rayuela», sus libros de cuentos fantásticos, que guardan tesoros de
la narrativa corta como «Casa tomada», «Continuidad de los parques» o «La
autopista del sur». Todo un caudal de imaginación desbordante y valentía
creativa que deslumbró en su momento y conserva un gran encanto para diferentes
generaciones. Y es que, como dice el narrador nicaragüense Sergio Ramírez en el
prólogo a la biografía de Cortázar de Miguel Herráez (editorial Alrevés, 2011),
Cortázar se empeñó «en no aceptar ninguno de los preceptos de lo establecido, y
poner al mundo patas arriba de la manera más irreverente posible, y sin ninguna
clase de escrúpulos y concesiones». Nació así una literatura libre de ataduras,
desconcertante en los relatos, compleja en las novelas, y una voz que se hizo
solidaria y política, participativa en pos de la paz y justicia universales.
Este talante
de un Cortázar denunciador una y otra vez de las violaciones de los derechos
humanos en América Latina es la seña de identidad social de un hombre que aún
da ejemplo, por la autoexigencia artística que mantuvo y por su fidelidad a un
modo muy propio de entender la lectura y la escritura; a menudo con un toque
lúdico, como en sus libros «Historias de
cronopios y de famas» o «La vuelta al día en ochenta mundos», pues siempre se
mostró alejado de la seriedad académica, y de continuo rodeado de jazz, música
que adoraba y de lo que hay un reflejo superlativo en el relato «El
perseguidor», inspirado en el saxofonista Charlie Parker.
Así, es
posible ir descubriendo a Cortázar mediante novedades que van recomponiendo su
rica personalidad, como «Cortázar y los libros. Un paseo por la biblioteca del
autor de Rayuela» (Fórcola, 2011), de Jesús Marchamalo, y el que se preparó el
año pasado a partir de las conferencias que dio en la Universidad de Berkeley
en 1980: «Lecciones de literatura» (Alfaguara). De ello se están encargando en
especial Aurora Bernández, viuda y albacea de su obra, y el filólogo Carles
Álvarez Garriga, que ofrecieron en 2009 «Papeles inesperados», volumen de
textos dispersos: versiones de relatos, un capítulo pensado para la novela
«Libro de Manuel», discursos, poemas e incluso autoentrevistas. Le siguió «Cartas
a los Jonquières», que a lo largo de los años 1950-1983 fueron dirigidas a un
amigo poeta y pintor y en las que el lector encontrará al Cortázar más fraterno
y vulnerable: aquel que se entregó a su talento y a los demás, atravesó el
espejo de la realidad mediante cuentos fantásticos y sigue saltando la rayuela
más famosa de la historia.
Publicado en La Razón, 26-VIII-2014