domingo, 3 de agosto de 2014

Cronistas españoles de trinchera


Ríos y ríos de información sobre el conflicto iniciado en 1914 corren sin descanso en torno a todos nosotros. Nuevos volúmenes de historia, reedición de obras clásicas sobre esa temática, y sobre todo traducciones novedosas de una ingente cantidad de novelas y biografías, procedentes de media Europa: todo un caudal de diferentes corrientes que conduce al gran mar de la Gran Guerra, de la que jamás se ha dispuesto de tantos datos y testimonios escritos al alcance. Y sin embargo, tal vez nadie haya reparado hasta ahora que, más allá de las tradicionales referencias literarias que aparecen al respecto, como la exitosa “Sin novedad en el frente” (1929) –conocido título del muy olvidado escritor alemán Erich María Remarque, cuya obra fue llevada al cine (Oscar a la mejor película en 1930), o incluso “Senderos de gloria” (1935), que se acaba de editar en español por parte de la editorial Capitán Swing y que también tuvo eco en la gran pantalla, con Kirk Douglas como protagonista–, hay otra obra bélica sobre la Primera Guerra Mundial que alcanzó una fama y una repercusión absolutamente colosales y que firmó un valenciano.

No es otra que “Los cuatro jinetes del Apocalipsis”, de Vicente Blasco Ibáñez, de la que se vendieron solamente en un año, 1919, doscientos mil ejemplares en Estados Unidos (en 1924 se alcanzarían los dos millones), un fenómeno sólo comparable allí con la celebridad descomunal de “La cabaña del tío Tom”, de Harriet Beecher Stowe. Lo detalla el veterano profesor universitario y experto en la vida y obra de su conciudadano, Ramiro Reig: “Se vendían ceniceros, corbatas, pisapapeles, con motivos alusivos a la novela, y todo el mundo quería conocer al autor". En 1921 la novela se lleva al cine mudo, con Rodolfo Valentino (habrá otra adaptación en 1962), el autor de historias sobre la huerta valenciana como “Cañas y barro” y “La barraca” se hace millonario, y el avispado nieto de quien llevara de gira a Charles Dickens por todo el país el siglo anterior hace lo propio con un Blasco Ibáñez que, en contraste, tendría un impacto literario en Europa mucho más discreto.

El carismático escritor y antes activísimo político estaba radicado en París cuando ahora hace cien años estalló la Primera Guerra Mundial, y sobre ella se lanzaría a escribir reportajes para la prensa, dando además en fascículos a una editorial valenciana una “Historia de la guerra europea”, que llegaría a los nueve volúmenes. En aquellas colaboraciones para la prensa, durante décadas absolutamente olvidadas y que llegarían a varios miles de páginas, se percibe con claridad su preferencia por Francia frente a su opinión contraria a Alemania. De hecho, “Los cuatro jinetes del Apocalipsis”, publicada en 1916, mediante la historia de dos familias enfrentadas (dos hermanas ricas sudamericanas se casan con un francés y un alemán, respectivamente), simbolizaba la germanofilia y la germanofobia. 

Otro escritor de acción como el gallego Julio Camba, infatigable viajero, también tendría opinión de todo ello, pero con un sello humorístico muy singular. Desde Berlín, adonde había llegado en 1912 como corresponsal de un periódico parisino, enviará crónicas bélicas al diario “ABC” en las que convierte el drama en observación jocosa, tanto en Alemania como más tarde, al visitar Londres: “Casi todas la medidas de guerra que se le impusieron a la población inglesa desde el 14 al 18 seguían en pie. Así, por ejemplo, era inútil que nadie pretendiese en Londres tomar una bebida alcohólica ni antes de las seis de la tarde ni después de las diez de la noche”. La Europa en llamas tenía en París la plataforma informativa internacional, y desde allí también redactó noticias Azorín, del que hace pocos años se recuperó su “París bombardeado”, reflejo de sus textos de 1918 sobre los ataques aéreos alemanes, que escribía, eso sí, cómodamente en el hotel Majestic, cuyos suelos también pisaron Picasso, Proust y Joyce.

España durante la Gran Guerra se mantuvo aislada, apartada del caos, pero no así sus mejores escritores. El catalán Agustín Calvet, que firmaba con el nombre de Gaziel, relató su visión de la batalla de Verdún, nada menos, y habló de los heridos en combate y de la destrucción de los pueblos. Buen ejemplo de esa visión audaz e incansable es el reciente “De París a Monastir”, un dietario nacido de sus colaboraciones en “La Vanguardia” que fundamentalmente aborda la realidad que vivía el frente oriental, Grecia y los Balcanes, y que se publicaría en forma de libro en 1917. Lo que sí sorprenderá al lector tal vez, junto a estos ejemplos de escritores muy dados a transitar el continente sin importarle el peligro de las trincheras cercanas, es encontrar a Ramón del Valle-Inclán, en 1916, de visita en el frente francés para describir, con su inconfundible impronta poética, lo acontecido en la citada localidad francesa, en el legendario periódico “El Imparcial”.

Aquellos Cuatro Jinetes (en alusión al capítulo sexto del Apocalipsis bíblico) eran las alegorías de la victoria, la guerra, el hambre y la muerte, y qué no fue la Primera Guerra Mundial, y todas las que iban a venir y las que vinieron. La diferencia es que en aquella que duró de 1914 a 1918 hubo más periodistas que nunca en lo que se llevaba de historia, y que algunos, a priori los menos representativos por ser España país que no intervino en el conflicto, en última instancia se convirtieron en tan buenos o mejores cronistas que el resto de colegas europeos; e incluso el más habilidoso de ellos para hacer de la actualidad carne artística comercial, el Blasco Ibáñez del que aún se adaptan sus obras a la televisión y el cine, aunque no se recuerde ya fue el único verdaderamente que cabalgó a lomos del éxito internacional en torno al tema de la Primera Guerra Mundial.

Publicado en La Razón, 1-VIII-2014